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fernando miñana
Sábado, 13 de agosto 2016, 12:16
A Usain Bolt le gusta referirse a su principal rival como el viejo Gatlin. Y para chincharle un poco más se mete con su pelo, que, a sus 34 años, empieza a clarear. El estadounidense se lo toma a risa y trata de dar la ... imagen de que solo son dos amigos gastándose bromas, pero que dentro de la pista se acaba todo y que ellos dos, los hombres más rápidos del mundo, en realidad solo mantienen una rivalidad como la de Kobe Bryant y LeBron James o la de Messi y Ronaldo. Pero no es así. Ellos no se reparten los triunfos. Las victorias las acapara el jamaicano, que aspira en Río a convertirse en el primer esprinter que logra el triunfo en los 100, 200 y 4x100 en tres Juegos Olímpicos consecutivos. Y, de esta forma, con un nuevo trébol de medallas de oro, sentirse a la altura de los más grandes para él: Alí, Jordan o Pelé.
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Ese reto estuvo a punto de irse al traste a principios de julio, cuando Usain Bolt, que el día que se apague el pebetero cumplirá 30 años, se tuvo que retirar de los Trials de Jamaica por unas molestias en los isquiotibiales. A mes y medio de los Juegos. El plusmarquista mundial se fue al aeropuerto, cogió un avión y se fue directo a Francia a esperar, como un paciente en el ambulatorio, a que el doctor Hans-Wilhelm Müller-Wohlfahrt, el médico de la selección alemana de fútbol, encontrara un hueco para él.
El médico de Múnich volvió a devolverle sano justo a tiempo y Bolt se probó en Londres, donde ganó una carrera de 200 que su entrenador, Glenn Mills, a quien siempre se refiere como su gurú, consideró el peor 200 de su vida. No ha vuelto a competir, pero el gran astro del atletismo se muestra sonriente y relajado en Río y asegura que no contempla perder ninguno de sus tres oros.
La vida en Río ha exigido paciencia. Desde que Bolt puso un pie en el aeropuerto Tom Jobim no han parado de pedirle un selfie tras otro. Primero se recluyó en un hotel y se entrenó en un complejo militar de la Marina. Luego se mudó a la villa olímpica, donde pidió una televisión y, al ver que no le hacían caso, fue y se compró una. El Rayo comparte un apartamento con otro atletas, pero duerme solo en una habitación. Se supone que se acuesta a una hora razonable. A sus 29 años tuvo que romper con unos hábitos poco saludables. Porque la historia de los mil nuggets en diez días de los Juegos de Pekín maravilla a los aficionados, pero no le ha ayudado en nada. Ahora le imponen una dieta rica en verduras y le prohíben la comida basura. Y por la noche se acabaron los juegos y las películas, ahora tiene que descansar porque ya no recupera como aquel jovencito que maravilló al mundo con sus tres victorias, con tres récords, en el estadio del Nido pequinés. Allí dejó una de esas escenas que pasan a la posteridad. Como la carrera de Bikila sobre la vía Apia de noche y con los pies desnudos. O aquel salto alucinante de Bob Beamon en el estadio universitario de México DF. Aquella noche batió el récord del mundo de los 100 pese a empezar a celebrarlo a falta de 15 metros mientras miraba a la grada y se daba golpes en el pecho.
Desde entonces ha sido el mejor. Salvo una descalificación, por salida nula, en Daegu, lo ha ganado todo en Mundiales y Juegos Olímpicos. Bolt ha triturado a todos sus rivales sin dejar de enamorar al público con sus shows antes y después de las carreras. Él es así. Un tipo diferente, con carisma, que ha marcado una época.
En Río se despide de los aros olímpicos. Y en el Mundial de Londres del próximo año es probable que deje el atletismo. Entonces solo quiere ir a una oficina y poner los pies encima de una mesa a ver cómo su dinero produce más dinero. Aunque no podrá descuidarse si no quiere perder la apuesta que ha cruzado con su representante, Ricky Sims, y con su entrenador, Mills, de 66 años. Ambos están convencidos de que, fruto de su carácter perezoso, verá, ya sin el aliciente de la gloria, cómo engorda su abdomen rápidamente.
Los cambios de Gatlin
Gatlin, está claro, no se conforma con la actual jerarquía. El campeón olímpico de los 100 metros en Atenas, hace ya doce años, regresó en 2010 de una sanción de cuatro años por dopaje. El día que reapareció en las pistas dijo que volvía de unas vacaciones por drogas. En 2012 se puso en manos de Dennis Mitchell y el entrenador pidió ayuda a Ralph Mann, un exatleta que fue subcampeón olímpico en 400 metros vallas por detrás de Akii-Bua y que luego estudió biomecánica. Mann, que ahora trabaja para la federación estadounidense, estuvo durante años grabando a los mejores velocistas para encontrar unas variables que le sirvieran para establecer un patrón. A Gatlin no dudó en señalarle sus debilidades para que Mitchell cambiara su técnica y su cuerpo. El velocista, además, pesaba demasiado: 95 kilos. Le hizo adelgazar hasta los 79 kilos y rebajó su porcentaje de grasa del 25 al 6%.
Mann cree que a velocidad no tiene secretos y que todo depende del número de apoyos y la amplitud de la zancada. Y sus algoritmos buscan la máxima eficacia. Por eso de vez en cuando mete a Gatlin en los tacos de salida rodeado por sus cuatro cámaras de alta velocidad capaces de desgranar el vuelo de un colibrí. Y allí le hace repetir la salida una y otra vez. Porque ahí pueden estar las centésimas que le permitan derrotar a Bolt. Y le pide que acorte los pasos para no desperdiciar su potencia. Pero aunque los conceptos puedan ser simples, modificar la forma de correr de una persona es una labor árdua. A Mitchell le costó dos años corregir su técnica. Pero el trabajo dio sus frutos y Gatlin ha sido el más rápido las últimas temporadas.
Bolt no parece muy impresionado e insiste en que no contempla una derrota. El jamaicano mira hacia atrás y solo añora una temporada limpia, sin lesiones, para haber podido comprobar realmente dónde estaban sus límites. Ahora parece difícil que pueda volver a mejorar sus récordsdel mundo (9.58 en 100 y 19.19 en 200), aunque él destacó en una entrevista en Eurosport que confía en que las carreras de 100 en Río le den la chispa que le falta para correr por debajo de los 19 segundos en los 200. No le quedará mucho más por hacer en el atletismo. Cuando me retire quiero dejar algo extraordinario y las personas tendrán que hablar con veneración sobre mí, advierte un Bolt, el viejo Bolt, con un poso de melancolía.
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