Borrar
La eterna buscadora de oro
Atletismo

La eterna buscadora de oro

Ruth Beitia afronta sus cuartos Juegos Olímpicos con la medalla como único objetivo tras encadenar tres títulos continentales consecutivos

Aser Falagán

Sábado, 20 de agosto 2016, 19:58

La de Ruth Beitia es una historia de constancia que nace en lo que fue el Paseo del Alta, en un barrio como otros muchos de Santander. Con su tienda bar reminiscencia de otros tiempos, La flor del Alta como local de referencia a escasos metros de su casa e incluso su pequeña bolera, ya sucia y destartalada por el desuso. En definitiva, un reflejo del Santander ochentero, incrustado en una España que despertaba al deporte al abrigo del Plan ADO.

En esas coordenadas espacio temporales coincidieron la promesa perfecta y el entrenador adecuado para forjar a la mejor atleta española de todos los tiempos, aunque entonces Ruth ni siquiera soñaba con lo que se avecinaba. Todo comenzó cuando su hermano mayor, José Antonio, comenzó a entrenar a las órdenes de otro vecino del barrio, Ramón Torralbo, por mediación de su profesor de Educación Física en los Salesianos. Después se incorporaron Joaquín y, por último Inma y Ruth, dos jóvenes saltadoras que habían comenzado a formarse en el España de Cueto de Juan Manuel de Blas.

Torralbo, exatleta, exfutbolista y extodo, acababa de sustituir a José Manuel Abascal como director de la Escuela Municipal de Atletismo y comenzó a forjar a esas dos chicas espigadas que parecían predestinadas al deporte. Su padre, Beitia en el barrio y en la Ferretería Montañesa, donde trabajaba, ya era juez de atletismo y pocos años después de inocular a toda su familia el veneno por este deporte llegaría a formar parte del equipo arbitral de los Juegos de Barcelona'92.

El caso es que Ruth pronto empezó a despuntar en las categorías inferiores y con poco más de veinte años ya apuntaba a estrella. Su disciplina prusiana tampoco le vino nada mal, y la llevó incluso a operarse para poder saltar sin gafas y mejorar así su rendimiento. Poco después coqueteaba ya con los dos metros mientras se parapetaba como podía en unas instalaciones que aún no tenían módulo cubierto.

Allí hizo cuadrilla no sólo con su hermana, sino con toda una generación de saltadores entre los que estaban entre otros Héctor Sánchez, casi uno más de la familia, grandes promesas que llegaron más o menos lejos hasta que la realidad del atletismo español, que es la del cántabro a lo rico, les obligó a buscar otras salidas profesionales mientras ella se abría camino en aquel Terra i Mar que marcó un punto de inflexión en Valencia. Fue una cuestión casi de justicia poética, la recompensa a tantas horas de entrenamiento no sólo sobre el tartán de La Albericia, sino también en el destartalado y casi improvisado gimnasio donde tenía que hacer otro tipo de trabajo cuando la lluvia impedía el entrenamiento en una disciplina tan técnica como la suya.

El campeonato de Europa promesa marcó definitivamente el principio de una larguísima carrera durante la que tuvo tiempo de arruinar la de su buena amiga Marta Mendía, de la que hizo un Poulidor del tartán condenándola siempre a la medalla de plata.

Con los años llegaron la madurez, la aventura política para convertirse en diputada del Partido Popular en el Parlamento de Cantabria y la decepción de Londres, a donde llegaba como campeona continental, pero se quedó en la cuarta plaza en la cita en la que esperaba retirarse del atletismo de élite.

La idea de retirarse le duró sólo unas semanas más, y tras ponerse de nuevo a prueba y comprobar que ya libre de presión competía incluso mejor, decidió reengancharse.Y menos mal. Fue entonces cuando llegaron un bronce en un Mundial al aire libre, otros dos títulos europeos y unos cuartos Juegos Olímpicos.

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

eldiariomontanes La eterna buscadora de oro