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Domingo, 21 de agosto 2016, 03:48
No había una mujer más feliz en el mundo que Ruth Beitia en el estadio Joao Havelange de Río de Janeiro. Minutos después de lograr el oro olímpico, la santanderina hablaba para los micrófonos de Televisión Española. Risas, algún atisbo de lágrimas. La santanderina estaba ... en una nube. "Es que no me lo creo. Es un sueño hecho realidad. Son 26 años caminando para esto". Beitia destacaba no sólo "el trabajo de Ramón y el mío, sino de mucha gente que ha aportado su granito de arena para que pueda saltar tanto".
La cántabra volvía a chillar de alegría. "¡Es que todavía no me lo creo". Tras su amago de retirada después de los Juegos de Londres, Beitia señaló que "la vida me ha regalado una segunda oportunidad. Un regalazo increíble". Como siempre, Ramón Torralbo aparece inmediatamente en sus palabras. "En Río hemos recogido el fruto del trabajo de 26 años". Beitia resaltó qué fue lo que dijo cuando tras verse como campeona olímpica en el tartán, se fue como una flecha a la grada donde estaba su entrenador. "Ramón, te quiero", le dije.
La campeona olímpica en Río no quiso tampoco olvidarse de todos los que la han apoyado y los que estaban viendo la final "allí en España o aquí en Río". Y terminó con un mensaje para los seres que en España más festejaban el éxito de Beitia. "Papá, mamá, os quiero. Gracias por tenerme". La Ruth de siempre, pero ya convertida en leyenda olímpica.
Un poco más calmada entre tanta emoción y ya con el oro colgado al cuello, la cántabra analizó ante los medios de comunicación su actuación en la final. "Salté la primera de todas, lo cual fue un arma de doble filo; en 1.93 hubo una criba importante, pero en 1,97 salté a la primera y ha sido fundamental".
Le fue inevitable competir sin nervios en la final pero confiesa que a medida que fallaban sus rivales la felicidad iba desatando el nudo en su garganta. "Cuando falló Demireva dije, se cumplió el sueño, soy medallista olímpica, cuando cayó Vlasic subí a plata y luego falló Chaunte (Lowe) y sentí que la suerte estaba esta vez de mi lado".
De lo que no quiso hablar fue de su futuro. Se limitó a recordar lo que le queda de saltar de aquí a final de temporada (dos reuniones más de la Liga de Diamante en Zúrich y París) pero sobre los mundiales del verano en Londres nada nada. Se notaba que en su cabeza solo cabía un pensamiento: celebrarlo.
"Ahora quiero tomarme una cerveza fría, o dos, y abrazar a Ramón (su entrenador Ramón Torralbo) que ha estado todo este tiempo; la medalla olímpica también es suya porque ha sido consecuencia de nuestro trabajo de 26 años", volvió a repetir
"Siento mucha felicidad y ganas de echar para fuera las lágrimas que tengo dentro". La felicidad plena era evidente en su rostro, que se reflejaba en color amarillo en el metal que le colgaba del cuello.
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