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Marco García Vidart
Domingo, 11 de septiembre 2016, 07:50
Estos días, por fin, puede dormir como es debido. Esas ocho horas de rigor que se recomiendan. Porque desde la mañana de aquella noche ya imborrable en Río de Janeiro, apenas ha descansado. Se cuentan con los dedos de una mano las noches de ... ocho horas de sueño desde ese 20 de agosto de color de oro. Ruth Beitia Vila (Santander, 1979) ya ha puesto fin a una temporada que se recordará para siempre en el atletismo español. Campeona de Europa por tercera vez consecutiva, su segunda Liga de Diamante... Pero sobre todo, esa medalla de oro olímpica que se trajo de Río de Janeiro.
Ese título que aún no acaba de asimilar y sobre el que en su mente se entremezclan mil imágenes y emociones. Y que además es el causante de un bendito ajetreo. A la santanderina le paran constantemente por la calle para saludarla, para pedirle una foto... «Es divertido, pero cansado», reconoce con una gran sonrisa. Pero esa medalla insufla una energía inagotable para añadir que «está encantada» tras «la mejor temporada de mi vida».
Para 2017, la campeona de todo ya ha fijado objetivo. Del 4 al 13 de agosto, en Londres se celebra el Campeonato del Mundo. El único oro que falta en un palmarés que desde este 2016 tiene el título más especial de todos: el de campeona olímpica.
Ruth Beitia Vila, campeona olímpica. ¿Ya se cree esos dos nuevos apellidos que tiene?
No, no soy consciente todavía. Pero es que aún no he tenido cinco minutos para mí, de reflexión (risas). Cuando regresé de Zúrich -el avión llegaba a Bilbao- en el trayecto hasta Santander en coche estuve hablando con mi entrenador, Ramón Torralbo. Y le comenté que soy una privilegiada por lo que me ha pasado. Pero no soy consciente del título que he conseguido. Pero tampoco del recibimiento en el aeropuerto o de la que se montó por las calles en Santander y en la plaza del Ayuntamiento. Para mí, soy la misma persona que se fue a Río de Janeiro. De lo que sí soy consciente es de que esta ha sido la temporada de mi vida. De que 26 años de trabajo han brotado en el momento ideal.
¿Se nota que esa medalla de oro es más importante que las demás ¿Le piden más fotos, le saludan más por la calle...?
Vaya si se ha notado. Cuando llegué a casa en ese trayecto desde Bilbao a Santander, me di cuenta de que se me había descongelado la nevera. No tenía nada para comer (risas). Y por la tarde, tras descansar un rato, fui a hacer algo de compra. Tengo el súper a diez metros de casa. ¡Y en ir y volver tardé una hora! Todo eran saludos, fotos con el móvil... A veces me abruma un poco. Estoy como un poco conmocionada. Es algo divertido, pero cansado. Desde aquel 20 de agosto, sólo he dormido ocho horas en tres ocasiones. El día antes de saltar en París, el día antes de competir en Zúrich y la noche de este último domingo al lunes, ya en casa. ¡Necesito dormir! (más risas). Pero estoy encantada. Supongo que será cuestión de tiempo el que todo se tranquilice.
El teléfono echaría humo tras la final olímpica. ¿Cuántos whatsapp tenía?
1.728. Y los respondí todos. Uno por uno.
¿Le sorprendió el recibimiento que se organizó en Santander?
Mucho. Superó cualquier expectativa. Porque al principio yo no sabía nada. A Juan Domínguez, el concejal de Deportes del Ayuntamiento de Santander, le dije que tenía que irme directa del aeropuerto a casa, porque tenía que estar localizable durante una hora y pico, por temas de antidopaje. Pero pude cambiar ese tiempo de localización para el mediodía, cuando comí en un restaurante en Madrid. Entonces ya estuve más relajada y pude disfrutar de la que se montó en Santander. Fui la última que se fue de la plaza del Ayuntamiento y me hice fotos con todo el mundo. Me encantó.
Si cierra los ojos, ¿cuál es el recuerdo inmediato que le viene de esa noche del 20 de agosto en el estadio olímpico de Río?
(Los cierra). Escalar a la grada a abrazarme con Ramón. Fue un momento de una inconsciencia total. Ya no recuerdo si me quité las zapatillas, pero me fui derecha a ese foso que separaba la pista de la grada, le pedí a un fotógrafo que me ayudase a subir... Y ese abrazo con mi entrenador.
¿Qué se dijeron?
No recuerdo si nos dijimos algo o no en ese momento. Nos abrazamos y nos dimos un beso.
¿Se esperaba una final como la que ocurrió, con atletas dando muestras de flaqueza tan pronto, en 1,93?
Cuando vimos las alturas que se habían estipulado para la final -1,88, 1,93, 1,97, 2,00...- pensamos que estaba hecha para mí. Y me tocó saltar la primera. Me adapto muy bien a las circunstancias de la competición, algo que he entrenado con mi psicóloga. Y me dije: 'no hay problema. Mando yo'. Sabía que tenía que saltar todo a la primera y que estaba preparada para saltar alto. Que empezase la criba en 1,93 no me sorprendió. Era una final de unos Juegos Olímpicos y comenzó con el suelo mojado, ya que había llovido hasta casi el comienzo. Y es un estadio lleno de gente... Tanto en la calificación como en la final demostré que podía hacer algo grande.
¿Vio los saltos de sus rivales?
No suelo ver muchos saltos en los concursos. Y además, ese día tenía una paz interior enorme. Sabía que todo podía ocurrir.
¿Llegó a pensar 'esto va bien'?
Tras pasar 1,97 a la primera, la búlgara Mirela Demireva también lo hizo. Pero ella tenía un nulo en '88'. Y la croata Blanka Vlasic lo pasó a la segunda y la norteamericana Chaunté Lowe a la tercera. Ahí sí supe que podía conseguir medalla...
Y llegan los dos metros con usted en cabeza del concurso...
Cuando yo terminé, me tocaba esperar lo que hiciesen las demás. Y cuando Mirela Demireva derribó el tercero, yo ya era feliz. Ya tenía una medalla olímpica. Y luego Blanka Vlasic derriba y ya era plata. Faltaba Chaunté Lowe. La tenía mucho miedo porque tiene un último salto muy bueno. Pero cuando tiró el listón...
Cuando sube a lo más alto del podio, no llora. ¿Qué se siente ahí arriba? ¿Da tiempo a pensar en algo?
Sí, en Río no lloré. En el podio, pensaba en Ramón, y me venían imágenes de cuando era pequeña y de ahora... Ver la bandera subir y escuchar el himno es una alegría increíble. Las lágrimas llegaron el pasado jueves en Zúrich, tras el último intento sobre 2,02. Ahí se me escaparon unas como puños porque salió la tensión de toda la temporada (risas).
Las tres últimas finales olímpicas, sin contar la de Río, se ganan con 2,05 (Londres y Pekín) y 2,06 (Atenas). Usted gana en Brasil con 1,97. ¿El nivel de la altura femenina ha bajado o es este el nivel real?
No lo sé. Hasta 2012 yo me quedaba en las finales a ver cómo saltaban, las mismas de ahora, 2,06, 2,07 o intentaban el récord del mundo de Kostadinova de 2,09. He estado en muchas competiciones con atletas que ahora no están o porque su país no es apto por un caso de dopaje de estado. Desde 2012, con el pasaporte biológico, muchas personas del atletismo están en marcas más humanas.
¿Se le ha quedado alguna vez cara de póker al ver a saltadoras que quizá estaban muy por encima de su nivel?
La misma que cuando me hacen una pregunta como esta. Siempre he sido políticamente correcta y hasta que alguien no está en una lista merece mi respeto. El tiempo pone en su sitio a todo el mundo.
Para rematar el año, su segunda Liga de Diamante consecutiva. Una competición en la que ha conseguido cinco victorias...
En los primeros triunfos, en Oslo y Estocolmo, saqué a la cántabra que llevo dentro (se ríe a carcajadas). Porque fueron bajo la lluvia. Soy una privilegiada por haber salido de aquí, de Santander. Han sido muchas horas las que me he pasado entrenando bajo la lluvia. Hubo un día en el que Ramón y yo decidimos que los entrenamientos no se suspendían aunque lloviese. Me defiendo muy bien saltando con agua. Y gané en esos dos mítines. En las otras tres victorias -Londres, París y Zúrich- hizo un tiempo estupendo.
¿Qué se siente al ganar en el estadio Letzigrund de Zúrich, uno de sus escenarios favoritos?
Zúrich... (cierra los ojos con una enorme sonrisa). Había ganado el Campeonato de Europa, el segundo, hace dos años en el estadio Letzigrund. Es algo único lo que se siente ahí. Sólo es comparable al estadio Rey Balduino de Bruselas. Cuando pides palmas para que te animen en un salto, ¡todo el público se pone a darlas! Y el estadio resuena por todos los sitios. Y al final hay una explosión de alegría si el salto es bueno.
Plata en el Mundial de Pista Cubierta, el tercer título consecutivo de campeona de Europa, el oro olímpico, las cinco victorias y la general de altura en la Liga de Diamante. ¿Se esperaba un año así de espectacular?
Bufff... Algunos de esos logros están en estas fotos (el oro olímpico, el del Europeo de Ámsterdam y el trofeo de la Liga de Diamante) ¿Qué si me lo esperaba? En marzo, para el Mundial de Pista Cubierta de Portland (Estados Unidos), sabía que estaba bien. Allí logré la plata. La gran sorpresa fue en el Europeo de Ámsterdam, a comienzos de julio. Estaba para pelear por las medallas, pero llegó el oro, el tercero consecutivo. Y luego, los Juegos Olímpicos... Es lo mejor que me ha pasado en mi vida.
Y tras esta temporada irrepetible, ¿ahora qué?
Ahora a trabajar. Este pasado lunes he empezado con mi trabajo en el Parlamento de Cantabria. Mis vacaciones fueron en Río de Janeiro. En cuanto al atletismo, ahora toca desconectar y disfrutar de mi casa, de mi gente... Y engordar un poco, que me he quedado muy flaca (risas).
¿En cuánto se ha quedado?
Nunca había bajado de 70 kilos, ¡y en Río de Janeiro habré saltado con 69 y pico!.
¿Le llama la atención ese Mundial de Londres del año que viene y la posibilidad de una triple corona, el añadir a los títulos olímpico y europeo el único que no tiene, el mundial?
En ese viaje en coche desde Bilbao, entre lo mucho que hablamos Ramón y yo nos cuestionamos cuál era el punto ilusionante de la próxima temporada, la de 2017. Y dijimos que nunca habíamos sido campeones del mundo. A ver si no se rompe la magia que tengo con estos 37 años (risas), que a ese Mundial de Londres ya llegaré con 38 años cumplidos.
Aunque usted misma no se pone fecha para la retirada, ¿ya ha pensado en el día después de que deje de ser atleta?
Ese día de la retirada no ha llegado. No puedo resistirme a seguir. Lo dejaré el día que esté en casa y no me apetezca ir a entrenar. Ese radicalismo de 'hasta aquí llegué' quiero que sea cosa mía.
Y tras ese día, ¿le gustaría seguir vinculada al atletismo?
Sí, claro. Estudio psicología y me gustaría que ese fuese mi sitio en el deporte.
La historia la ha contado usted muchas veces. Aquel regreso al atletismo tras su retirada. ¿Recuerda el día en el que en 2012 vuelve al módulo cubierto de La Albericia?
(cierra los ojos para hacer memoria). Sí. Sí lo recuerdo. Ramón me había dicho que me pasase, para saludar a los del grupo de salto y animarlos. Recuerdo que llovía. Yo aún tenía ficha con mi antiguo club y me había comprometido con ellos para ayudarles en la División de Honor, pero en salto de longitud. Les dije que nunca en altura. Para eso faltaban aún unos meses. Lo que no recuerdo es el día en el que, otra vez en el módulo cubierto de La Albericia, comencé a saltar altura. Pero sí que me encontré muy bien, muy ligera, sin ningún peso de ningún tipo. Y ese día empecé a ser lo que soy ahora.
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