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adela sanz
Miércoles, 21 de junio 2017, 08:37
Los Juegos Olímpicos representan el mayor anhelo de todo deportista. Porque colgarse al cuello una medalla es el sueño de muchos niños que comienzan a practicar un deporte y que sólo unos pocos privilegiados, a base de talento, trabajo y mucho sacrificio consiguen ver cumplido. Uno de ellos es Óscar Barrena (Kirchheim-Teck, Alemania, 1966), plata en los Juegos de Atlanta de 1996 con la selección de hockey sobre hierba, y uno de los mejores deportistas de las últimas décadas criado a orillas del Mar Cantábrico.
«Cruzar la puerta de la Villa Olímpica y vivir ese ambiente» asegura, «con la mezcla de culturas y el buen rollo que hay entre todos los deportistas es algo tan especial Ahí es donde te das cuenta de que el espíritu olímpico del que has oído hablar tantas veces existe de verdad».
Aquel sueño que se cumplió hace ya más de veinte años comenzó a fraguarse en el cerebro y el corazón de un adolescente que, a comienzos de los años 80, empezaba a ilusionarse con la idea de ser uno de los mejores jugadores de hockey del país y tener la oportunidad de convertirse en internacional para defender los colores de España en el evento deportivo más importante de todos.
Aquel chico que empezaba a soñar había nacido a unos 25 kilómetros de la ciudad alemana de Stuttgart, en el otoño de 1966, aunque al poco tiempo su familia se trasladó a Cantabria, donde se crió y comenzó a estudiar en los Escolapios de Santander. Allí, en el patio del colegio, es donde tomó el primer contacto con la disciplina deportiva que acabaría ocupando el centro de su vida: el hockey. «Yo había practicado otros deportes, pero tampoco me llamaban demasiado la atención. Hasta que un día, con doce o trece años, vi a un grupo de niños jugando en el patio con un palo a un deporte distinto que enseguida me llamó la atención». Después de ese contacto inicial todo sucedió muy rápido, tal y como explica el propio Óscar. «Comencé a jugar en el 78 o 79 en los Escolapios, que más tarde daría origen al Sardinero, que surgió con gente de allí y del Racing, que por entonces contaba con una sección de hockey». A partir de ahí, tras su paso por el Calasanz, se incorporó al Sardinero, con el que consiguió el ascenso a División de Honor en el año 1984.
El Sardinero H. C. fue, a partir de entonces, el club de su vida, en el que desarrolló toda su carrera deportiva y donde logró los éxitos que le condujeron a la internacionalidad. Su currículum es admirable, con dos campeonatos de España de Primera División en la modalidad de hierba y cuatro subcampeonatos en sala. Militó doce temporadas en División de Honor, fue internacional sub 21 y más tarde absoluto. Jugando en hierba siempre en la posición de líbero, vistió la roja en más de 76 ocasiones, mientras que su presencia en la de sala superó el centenar.
Una carrera internacional marcada por el éxito, como reflejan sus cinco Copas de Europa con la selección de sala y con la medalla de plata olímpica, las dos Copas de Europa y las tres Champions que conquistó con la de hierba, en la que jugó entre 1993 y 1997.
Siempre le fue fiel al conjunto santanderino, incluso en los peores momentos, «como en el 95, cuando bajamos de División de Honor a las puertas de los Juegos Olímpicos y empiezas a preguntarte si no sería mejor cambiar de equipo. No tuve ninguna duda, aguanté y a la temporada siguiente recuperamos la categoría y pude ir a Atlanta». A este deportista olímpico y Licenciado en Económicas, la vida le ha llevado por otros derroteros y ha desarrollado una carrera profesional en el universo de las finanzas. No obstante, su corazón sigue ligado al deporte en el que vivió momentos inolvidables. Y es que «el hockey ha marcado mi vida y hasta hoy siempre he estado vinculado a él». Así todo, el hockey «ha cambiado mucho» en los últimos años.
Barrena sigue fiel a sus colores y dedica su tiempo a formar a la base de su club de toda la vida: «Siempre, cuando jugué allí y después, he tratado de ayudar al club, y como a mí me han enseñado, ahora los enseño yo. Si la vida te da cosas, tú tienes que devolvérselas».
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