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Agonizaba la década de los sesenta con los ambientes de bolos significados por mostrarse con cierta unanimidad para demandar a los responsables federativos medidas que hicieran palpables los aires de renovación que acabaran con el declive que cada temporada era más apreciable en el atractivo ... de la competición. Si bien era cierto que, a pesar del hastío que en muchos aficionados provocaba la tiranía de la invencible partidona de los colosos de Las Higueras, tras doce ediciones disputadas la Liga se había significado como el principal activo de la actividad bolística, y aunque los jugadores ponían lo mejor que tenían al verse cada vez más y mejor reconocidos en su protagonismo en la medida en que los fichajes se les compensaban en metálico o en especie, no era menos cierto que ya por entonces los cenizos ya empezaban a sembrar la invicta cantinela que decía que dice eso de que a los bolos sólo van las personas de edad avanzada y que, salvo en las fases donde se decidían los títulos regionales o nacionales, se apreciaba un progresivo distanciamiento de la afición que se ponía de manifiesto en el cada vez menor número de espectadores en las boleras.
Con ésta inquietud asustando el latir de las cúpulas directivas de los bolos, la Bolística de Torrelavega aceptaba jugarse su bien ganado prestigio al dar un paso al frente y asumir el reto de la organización del Campeonato de España de 1969. La encomienda tenía mucha miga, especialmente para al menos conseguir empatar respecto a lo vivido un año antes en el Nacional que escenificó el Ayuntamiento de Santillana del Mar en la bolera del Bisonte Rojo, campeonato que en lo deportivo se saldó con el triunfo de Modesto Cabello, y en lo social, con un espectacular éxito de público que dejó pequeños los alardes de todo precedente. Y el gran acierto de los hombres y mujeres de la peña decana fue su osadía para retornar el juego de los bolos a sus orígenes más históricos montando una bolera provisional en el patio de la vieja iglesia de la Asunción, y desarrollar las buenas artes que le permitieron envolver el campeonato con un presupuesto de q500.000 pesetas, algo inaudito para aquella época. Del acondicionamiento del terreno de juego se encargó Severino Prieto y lo hizo bien, a tenor de las grandes jugadas que se vieron en aquel torneo en el que Ramiro, Cabello y Linares eran los grandes favoritos dada la ausencia de Salas, que rompía así su racha de 21 nacionales disputados de manera consecutiva.
Sin perder de vista al poderoso Cabello, que se fajaba con clase para hacer evidentes sus opciones a revalidar el título, y con Calixto y Arenal significándose como abanderados de la nueva tropa de ases, los octavos de final terminaban con Ramiro y Quintana en las primeras posiciones y con el gigante de Casar de Periedo mostrándose con todo el lujo de sus mejores tiempos. En el corte de cuartos de final llegaría la anécdota del campeonato. Una situación que en el momento en que ocurría provocó jocosidad entre los espectadores, pero que al final de la tarde iba a condicionar en buena medida el desenlace del torneo.
Al acabar la vuelta, Calixto y Quintana estaban empatados para entrar en semifinales, y tras el desempate jugado a un concurso completo, tal como mandaba el reglamento, volvieron a quedar igualados. La inédita situación hacía necesario un nuevo desempate, por lo que el sentido común llevó a que se planteara la posibilidad, para ganar tiempo y no cansar a jugadores y público, de hacerlo a medio concurso.
Pero el reglamento era tajante al estipular que debía jugarse un nuevo concurso completo, tras el que finalmente Calixto se metería en las semifinales tras conseguir embocar con su última bola, lo que le permitió superar los 21 bolos a que su competidor le obligó.
A raíz de ese día, la reglamentación se cambió, pasando a establecer que los desempates a medio concurso. De esta manera aquellas semifinales metían en la bolera al viejo presente representado por el glorioso pasado, frente al nuevo presente que pronosticaba el futuro más prometedor. Dos veteranos consagrados, Cabello y Ramiro, frente a las dos jóvenes promesas más cualificadas, Arenal y Calixto. Dos colosos contra dos valientes. Y el desafío se decantó del lado de los valientes cuando Ramiro hundió dos bolas en la caldera, con la consiguiente laguna de concentración le sacó de la competición Cabello se contagió hasta el punto de mostrarse incapaz de quitarle la medalla de bronce. Partiendo con ventaja, en la segunda semifinal Arenal marcaba a Calixto con una autoridad que solo se vería comprometida en la quinta mano, donde el de Roiz se metió una jugada de 22 bolos, y el líder le respondió con un soberbio emboque que devastó el cansado ánimo de su esforzado rival.
A partir de éste momento las diferencias irían aumentando hasta llegar a la final con 20 palos de margen favorable para el jugador de Escobedo de Villafufre. Una lápida demasiado grande y pesada para que ni siquiera el fornido Calixto la pudiera levantar en aquella vuelta definitiva que careció de color, en especial cuando su juego mostraba las evidentes muestras de cansancio del jugador que disputaba el que ya era su sexto concurso aquella tarde. El Campeonato de España de 1969 se saldó con un aplaudido éxito de organización para la Peña Bolística de Torrelavega, y sería el prólogo de dos historias de bolos tan gloriosas como opuestas. Las historias de dos ilustres figuras de este juego. La de Arenal, el jugador inmortal que ganó cinco campeonatos nacionales, y la del no menos inmortal Calixto, que cerró su brillante trayectoria debiendo resignarse a aceptar la derrota en las cinco finales que disputó.
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