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A Carlos García se le empieza a poner cara de ganador. De concursos y de cheques. Y es que el de Andros, con un juego ... redondo durante toda la jornada, se llevó el torneo del Millón tras apear en el camino a Mario Pinta, Víctor González, Rubén Haya y Pablo Lavín. Un sendero de espinas que le dio su primer título en una competición que une a sus triunfos en La Portilla y el Santander y que lanza un aviso de cara al Nacional que arranca el martes.
Aunque ha perdido la esencia y la imagen del ganador levantando el cheque gigante con la redonda cifra económico, la cita mantiene un aroma clásico, a noche de final de verano, jersey en los hombros y helado nocturno. Evocación a una época lejana, que ya nunca volverá, en la que los bolos tenían otra importancia y en la que la noche del Millón estaba marcada en rojo en el calendario.
La sesión matinal de octavos de final no deparó sorpresas, pero sí jugadas curiosas. Por ejemplo, la de Carlos Gandarillas, que se estrenó a las 9.00 horas con una corta de cinta y una queda en la misma mano. Mejor suerte corrió Jesús Salmón, que cuando iba a diecisiete para batir a Manuel Domínguez subió cuatro por dentro con la última de tiro y se impuso por dos bolos. Cuando lo tenía todo a su favor Mario Pellón lanzó tres bolas blancas en la octava mano para caer por un palo ante Pablo Lavín, al que había pasado lo mismo hace cuatro días en la final del Mozuco de Cayón. Hasta el final peleó David Penagos, que embocó en la última tirada y, pese a ello, vio como Mario Ríos le empataba y le superaba en el desempate. Menos problemas tuvieron los favoritos como Rubén Haya, Carlos García o Víctor González, que con solvencia pusieron los dos pies en cuartos de final.
Tras quedarse a las puertas de eliminar a Rubén Haya en semifinales el pasado año y perder la final en 2018, Fran Rucandio tenía una cuenta pendiente con el torneo. El de la peña Comillas había caído en el desempate cuando lo tenía todo a favor para pasar y en su partido de cuartos de final ante Jesús Salmón no quiso que se repitiera la historia. Además de subir bien y birlar mejor, el santanderino embocó en la cuarta, una losa a la que el camargués se enfrentó con dos bolas quedas, una de ellas con el dos y tras frenar el culo del bolo el lanzamiento, y con una irregularidad de birle poco habitual en él.
El rival de Rucandio en semifinales iba a salir del duelo entre Pablo Lavín y Mario Ríos, un enfrentamiento con pronóstico incierto en el que el de Andros, de más a menos durante las ocho tiradas, se llevó el gato al agua. Lavín cimentó en un gran arranque un pase a la siguiente ronda del que el de Sobarzo se cayó al irse apagando su buen juego inicial, lo que le había permitido resistir las embestidas de su oponente.
Por el otro lado del cuadro, Iván Gómez y Rubén Haya arrancaron su enfrentamiento con mejores sensaciones de birle que de tiro. Con dos palos a favor del de Peñacastillo a raya alta, el cara a cara prometía más emoción que buen juego. Sin embargo, el inicio del tiro largo acabó con las aspiraciones del de Riotuerto, que no pudo encontrar las buenas sensaciones de su tirada matutina, y vio como Haya, vigente campeón del torneo y que terminó su concurso en ascenso, no perdonó e, incluso, le sobró la octava mano para ganar por un bolo.
La eliminatoria estrella de cuartos era la que enfrentaba a Carlos García y Víctor González. Los dos grandes favoritos frente a frente en la reedición de la final de La Portilla o de la fase decisiva de Trofeo del Santander. Empezó mejor el zurdo, que cedió bolos en la tercera mano cuando solo birló tres desde posiciones favorables. Pese a ello y tras recuperarse en la cuarta llegó a medio concurso con 78 bolos frente a los 75 del de Peñacastillo, que sin dar la sensación de estar a su mejor nivel se mantenía en la pelea. Una oda a los bolos por parte de ambos contendientes en la que el de Andros cogió seis palos de ventaja en la quinta, un margen que cedió una tirada después al pinchar con trece palos y no perdonar Víctor para igualar el enfrentamiento.
Carlos estaba mejor de tiro y Víctor estaba mejor de birle, lo que desembocó en una última tirada en la que el capitalino acumulaba un bolo de diferencia. Como caso excepcional, a ninguno de los aficionados presentes en la Severino Prieto le hubiera importado vivir cuatro tiradas más. El zurdo cogió el primero en sus tres lanzamientos de subida y bajó cinco, sin fortuna, cuatro, con suerte, y otros cinco, lo que dejaba su registro en 145, es decir, mandaba a Víctor a 22 para ganar. El de Guarnizo se fue a bolos con las dos primeras, solo derribó tres, y con la última, demasiado larga, perdió la oportunidad de inscribir su nombre por primera vez en el palmarés del torneo al derribar 139 por los 145 de su oponente.
Dos jugadores que, a priori, no contaban en las apuestas como Fran Rucandio y Pablo Lavín protagonizaron la primera semifinal, marcada por un lanzamiento del santanderino que se quedó a escasos centímetros de la raya. La bola perdida y dos manos de su rival, en las que derribó 42 palos, hicieron mella en un bolista que tuvo que ir siempre a remolque y que llegó a raya alta con 54 bolos. Si al de Bostronizo no le temblaba el pulso (había perdido catorce de ventaja en dos manos el pasado martes en Sarón), tenía la final a tiro. Más inspirado de birle que en otras ocasiones y certero de birle, Lavín no remató su triunfo cuando tuvo oportunidad, y Rucandio embocó con la penúltima bola del concurso. Tras birlar uno con la última la obligación de Pablo era de trece. Con la primera, tres con el dos. Con la segunda, otros dos. Con la tercera, el panojo, por lo que ese mismo resultado con sus tres birles le daba la victoria. Esta vez no se le iba a escapar. Pablo Lavín era el primer finalista del Millón al ganar 125 a 122.
El segundo iba a salir de un partido entre Rubén Haya y Carlos García en el que, pese a dos pitonazos a media bolera, el camargués tomó la iniciativa pronto. Enfrente tenía a un jugador regular, por lo que sabía que un fallo suponía su condena. El primer pequeño tropezón lo solventó con un último birle de cinco que dejó el registro en quince, lo que unido a que el de su rival fue un gran tropiezo le hizo llegar a media concurso con ocho de ventaja. Significativa, que no definitiva sobre todo dado el momento de forma del zurdo.
Haya llegó a acumular diez bolos de ventaja, pero tras un primer mordisco de cinco en la sexta Carlos tuvo a tiro ponerse por delante en la séptima. La primera vez que desde tiro largo toco el primero la bola se espatarró en la caja con cinco palos, una subida que estropeó al marrar en la de pegar y enviar de uno otro birle claro afuera y a media bolera. Con cuatro a su favor, el de Peñacastillo acertó con diecisiete en el epílogo, lo que obligaba a García 22 para ganar. Tras subir nueve y un birle entero abierto al pulgar, el santanderino birlo cuatro con la primera y cinco con la segunda, por lo que necesitaba tres para empatar y cuatro para ganar. Esta vez el último lanzamiento fue favorable y, con cinco, se colaba en la final con 135 bolos y ante los 133 de Haya.
La resolución del torneo era un cara a cara entre compañeros de partida en que si Lavín mantenía el acierto birlador del concurso anterior y era capaz de marcar un ritmo alto tenía la oportunidad de dar la sorpresa. El inicio fue un duelo de pistoleros en el que una bola que se coló entre uno y dos y un pitonazo de Carlos dieron ventaja a su rival. Pese a ello Pablo sabía que, ante cualquier pinchazo, a Carlos se le iba afilar el colmillo. La dentellada que dejó sangre sobre la arena llegó en la cuarta, cuando una pobre tirada de nueve del diestro permitió al zurdo ponerse con siete de ventaja, 73 a 66. Sin duda, peligroso para el de Bostronizo.
Pese a que Lavín no se vino abajo, la final empezó a morir cuando Carlos se puso por delante. Tras doblegar a Víctor y a Haya, el favorito y el vigente campeón, el capitalino no iba a dejar escapar un talón que ya acariciaba con las manos. Solo tenía que mantener la ventaja, algo que logró gracias a su regularidad y, a diferencia del concurso anterior, a su eficacia de tiro. A la última mano llegó con quince palos de ventaja. Demasiado para tener que sufrir. Era el momento de una gloria bien merecida y conquistada por 135 a 124.
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