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Sonriente. Más traquilo que de costumbre. «Ha sido tan duro como me esperaba», recuerda Óscar Delgado, ya disfrazado otra vez de ingeniero. Se lo piensa. Deja pasar el tiempo. Le da una vuelta más y cambia de tercio. «No. Lo cierto es que ha sido ... mucho más de lo que imaginé. Estoy hecho un cromo». Óscar tardo 8 horas y 42 minutos en plantarse en la playa de Es Pujols, en Formentera, después de zambullirse a primera hora de las mañana en la de Santa Eulalia del Río, Ibiza, a nado. El cántabro fue uno de los nueve supervivientes de la Ultraswing Ibiza-Formentera que el pasado sábado volvió a reunir a algunos los mejores nadadores nacionales de travesía en aguas abiertas. Este Quijote sin Sancho Panza que le dirija completó su reto, ese que le asustaba nada más enterarse de que existía y que ya está en su zurrón. «Ahora que ya acabó estoy supercontento, pero cuando estábamos en la playa para salir y escuchábamos las olas que había y el riesgo de que se suspendiera...». Suspira y arquea los ojos. Asoma una sonrisa pícara que se ha convertido su signo de identidad de siempre. No en vano ese aire de travieso es el que da pie a estas locuras.
Las condiciones de la mar fueron emeporando en las Islas Pitusas, tanto como que de los 30 kilómetros iniciales que tiene la travesía pasaron a 32 a consecuencia de «una vuelta extra que tuvimos que dar para evitar llegando a Formentera una zona donde las olas eran demasiado peligrosas». Dos kilómetros más por la cara. Pero Óscar superó sus fantasmas. «Me olvidé de todo y comencé a busca pensamientos positivos mientras nadaba», explica. La aventura empezó a torcerse pronto. El oleaje era preocupante, su barca de apoyo se estropeó y tuvo que regresar a tierra. «Sí. Fue un contratiempo. Me pusieron otra rápidamente, pero hubo un tiempo de incertidumbre que no sabes qué va a pasar».
Fue entonces cuando Óscar se concentró en su reloj y en su plan. «En el primer control horario llevaba 25 minutos de adelanto. Me dio tranqulidad». Ya con la barca en paralelo comenzó su ritual «cada 50 minutos, un trago de gel energético con agua para hidratarse y a seguir». El siguiente control horario, a los 15 kilómetros, con 22 minutos de adelanto. Los participantes iban abandonando. Cada vez quedaban menos y el cántabro continuaba. En el último control, bingo. «Pasé por debajo del tiempo reglamentario y ya sabía que me iban a dejar acabar así que me entró un subidón». Eso sí, aún no sabía lo que le esperaba.«Me picó una medusa. Me dejo la cara como Harry Potter. Había muchas. Me dolían los brazos. Sufrí una indisposición estomacal y me dolía todo... Pero seguí», explica mientras suspira, aliviado de todo lo que padeció para acabar.
El plantel de nadadores en esta edición fue de alto nivel. El ganador estaba convencido de que podía batir su récord, pero las condiciones de la mar le obligaron a completar la prueba una hora por encima de los registros esperados. «Los organizadores llegaron a pensar que podía ser peligroso. Todo se complicaba cada vez más», rememora Óscar. No estaba permitido acercarse a la barca para avituallarse y con el oleaje se convertía en una proeza «acertar con la boca al beber y comer»
Serían las 16.30 horas cuando el gorro rojo de Óscar apareció frente a Es Pujols. Allí estaba Carla, esperando a su personaje de aventuras preferido a quien los últimos 1.500 metros se le hicieron eternos. «Pensé que no llegaba. Como los demás. Ves que está la costa, pero estás tan cansado que no llegas. Que parece que se aleja la playa y tu sacas la cabeza y te da la sensación que no te mueves». Las corrientes del final viraron de laterales a en contra.
Óscar acabó cuarto, medalla de madera, en el que es por el momento el mayor reto de los que ha emprendido. «Fue estupendo llegar a la playa e ir saludándonos entre nosotros. Ver que llegaban más compañeros... Ha sido duro, la verdad», insiste Óscar, a quien le supo a gloria la carne asada que sirvió de recuperación protéica por la tarde-noche. No perdonó.
Ahora se tomará un tiempo de respiro y de nuevo al agua. Tiene pendiente la Triple Corona de las Costas Atlánticas en las Rías Baixas, donde después de dos años consecutivos cumpliendo con la travesía de rigor este año rematará la faena. Y después, con calma, buscará «otro reto que me asuste, que piense que no lo puedo hacer». Esto es lo que tiene ser un enamorado de la aventura a quien los años le sientan como al buen vino.
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