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Cuando estas líneas vean la luz, llevaremos ya –si no ha habido ningún contratiempo– muchas horas corriendo por los Alpes. Este miércoles, a las 21.00 horas, tomábamos entre una niebla que se había adueñado del día y la noche la salida en el Tot ... Dret, el ultratrail de 132,7 kilómetros que recorre el corazón de los Alpes entre las localidades italianas de Gressoney y Courmayeur, en el Valle de Aosta. El punto de partida de una aventura para la que Pablo Criado y yo llevábamos entrenando más de cinco meses. Empezaba así un doble reto: participar en una de las carreras más duras de Europa y, a la vez, contárselo. A través de la web de El Diario y de estas páginas. Una peripecia que, sin pretenderlo, me ha convertido en noticia entre participantes y lugareños ¿Quién es el periodista atleta? A buen seguro que muchos creen que soy el más ‘loco’ de los que andan por aquí.
El día, largo a más no poder, comenzó en Courmayeur –la meta del Tot Dret– de la mejor manera posible. Esa noche, dormí mejor que nunca. Creo que desde que iba al ‘cole’, no había dormido nueve horas seguidas. Aunque me desperté varias veces, dormí muy bien. Lo primero que hicimos Pablo Criado –mi guía y hermano de fatigas en esta aventura– y yo al levantarnos fue mirar por la ventana. Estaba nublado y en lo alto de los picos se veía nieve, pero el sol quería salir.
Tras escudriñar el cielo, llegó el primer avituallamiento del día: el desayuno. En un día tan importante, nada de experimentos. Tostadas, cereales, algo de miel y algo de aquí que se llama riso y que también nos van a dar en la carrera. Es una sopa con arroz, alubias, y verdura. Tiene bastantes hidratos de carbono.
El primer gran trabajo del día fue hacer la maleta. Tardamos prácticamente una hora. Es fundamental el tema de las baterías, para el movil, el frontal, la cámara de vídeo... Uno de los momentos en los que más serio me puse fue cuando metimos los crampones de nieve. Pablo me decía que no se suelen usar, pero cuando se utilizan es que la cosa se ha complicado. La organización obliga a llevarlos.
Courmayeur era en la mañana un hervidero de colores. Se juntaban los que habían abandonado en el Tor des Geants, el hermano mayor del Tot Dret (330 kilómetros), con los que preparábamos nuestra carrera. Todo eran compras en el Carrefour de turno. Que si barritas, una manta térmica, arroz... Los vecinos de esta localidad del Valle de Aosta pasan bastante. Porque las carreras de montaña son tan habituales aquí como el fútbol en Cantabria. Algo de lo más normal. Son sitios tan turísticos que uno aprende a hablar o chapurrear idiomas en dos días. Nos han hablado en francés, italiano, inglés y hasta chino. China es una de las naciones más representadas en el Tot Dret, aunque la inscripción va por cupos. España es uno de los países que más tiene... ¡y sólo somos 12! Tocará hablar por señas.
Tras comer algo a la una de la tarde –arroz con bonito y pan con miel– y descansar un poco, salimos para Gressoney, el punto de partida. Un lugar al que hay que acceder por una garganta estilo desfiladero de La Hermida, pero a lo bestia. Nos llevó una hora y 40 minutos el trayecto en coche. A la inversa, tardaremos unas 30 horas en hacerlo corriendo. A media tarde, la temperatura era de once grados. Pero vimos algo que ya no nos gustó. El Col de Pinter, la primera de las ascensiones del ultratrail (2.776 metros) estaba cubierto por una niebla que amenazaba con taparlo todo. Y eso impone cuando lo ves desde abajo.
Lo que noté, tanto en Courmayeur como en Gressoney, es que me he convertido en una suerte de rara avis en el Tot Dret. Cuando Pablo comenta que soy un periodista de un medio de comunicación llamado El Diario Montañés, y que voy a contar la carrera desde dentro, me miran como a un marciano. ‘¿De verdad que eres periodista?’ ‘¿Y vas a correr?’ me preguntaban. Pablo le contó –en inglés– la historia a un ruso, que en principio me preguntaba dónde me iba a poner para sacar las fotos. «Que no, que no. Que va a correr», le explicaba Pablo. No se lo podía creer. Ha habido gente que hasta se ha hecho fotos conmigo.
Por la tarde, en Gressoney, cumplimos con la obligación más importante. Es preceptivo pasar un control de la mochila. Los jueces la examinan de cabo a rabo para que no falte de nada del equipo obligatorio que hay que meter en ella para afrontar el Tot Dret. Pablo tuvo que ir al coche a por una botella que se le había olvidado. Pero una vez que todo está correcto, luego se hace una especie de ‘sorteo’ para volver a mirar otras tres cosas, de forma aleatoria. Eso lo hacen para evitar la picaresca. La gente intenta llevar el mínimo peso posible para así correr más. Y los jueces están encima para que eso no ocurra.
Las dimensiones del Tot Dret asustan. 132,7 kilómetros de recorrido, con 12.000 metros de desnivel positivo. El límite máximo para completarlos es de 38 horas. Pablo Criado y Marcos Menocal confían en completar la prueba en 30 horas. Por delante, un perfil sin apenas un metro de descanso. La cima más alta es el Col de Malatrà, con 2.936 metros y ya en
el tramo final de la carrera. Desde ahí, casi todo es descenso hasta la meta en Courmayeur.
Una vez que se comprobó que todo estaba correcto, acudimos al control médico. Allí estaba el certificado que tuvimos que mandar hace tiempo. Sin él, no sales. Este miércoles, lo que había que decir es si teníamos alguna necesidad especial. Un teléfono de contacto, una medicación específica... Hay que avisarlo para que eso quede ligado a tu dorsal y en caso de urgencia, sepan qué tienen que hacer.
Con el dorsal ya en nuestras mochilas, era el momento de comer lo último, sobre las siete de la tarde. Las primeras horas de carrera eran cuesta arriba camino del Col de Pinter y subiendo es muy difícil comer algo. El primer avituallamiento era después de esa primera ascensión. La mirada se perdía y se clavaba en esas cumbres altísimas ya cubiertas por esa niebla que bajaba hacia Gressoney. Los nervios iban en aumento. He hecho locuras deportivas, como el Ironman, varios maratones... Pero esta se lleva la palma. Nunca he estado más nervioso, salvo cuando me casé y cuando nacieron mis hijos. Suerte que la tranquilidad que transmite Pablo, que tiene muchas carreras como esta a las espaldas, me da sosiego.
La noche, y la niebla, caían ya de forma definitiva sobre esta localidad del Valle de Aosta sobre las ocho de la tarde. El arco de salida se iba poblando, poco a poco, de participantes. Frontales, gorros, bastones... Y mucha ropa de abrigo. Hacía frío. Los nervios en la salida se mezclan con la labor periodística para tratar de inmortalizar esos momentos previos.
Pablo es un veterano de esto. Y aunque yo soy un novato, nos dimos el lujo de ponernos al frente de todo el pelotón en la salida. Desde la megafonía suenan palabras como ‘sueño’ o ‘viaje’. Hacia el silencio de la noche alpina. Tras una cuenta atrás en italiano, suena la palabra ‘uno’. Eran las 21.00 horas. El comienzo de nuestra aventura.
Al cierre de esta edición, si no ha habido nada que lo impida, nuestra previsión era estar por la cima del Col de Pinter. La primera dificultad de este Tot Dret para cumplir unos 12 o 13 kilómetros en las primeras dos horas de carrera. Era el comienzo de una larga noche. Nunca he corrido de noche y es a lo que más miedo tengo. Nos quedaban por delante muchas horas a la luz del frontal. El amanecer estaba previsto a las 7.15 horas y sólo deseaba que llegase cuanto antes.
A través de la página web del periódico, con fotos y vídeos y cuando la cobertura nos deje, transmitiremos desde el corazón de los Alpes cómo es el Tot Dret. Una prueba en la que ya alguna gente sabe que hay un medio de comunicación en España que se llama El Diario Montañés, aunque sólo sea por el atleta-periodista. El marciano de la carrera.
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