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Jorge Mata, Emilio Amavisca, Ángel Rubio y Juan Casar. javier cotera Javier Cotera / Pablo Bermúdez
Aula de Salud

Disfutar con el fútbol es algo que va sobre ruedas

A-Ball. El fútbol recoge el testigo del tenis y el baloncesto en la propuesta de romper barreras y democratizar el deporte inclusivo para que nadie se quede descolgado

Marcos Menocal

Santander

Domingo, 9 de octubre 2022

«Que lástima. Yo no puedo jugar al fútbol». Aquel día, Fernando Giner (exjugador del Valencia e internacional con España) no durmió bien. Le dio tantas vueltas a aquel lamentó del joven discapacitado que se puso manos a la obra. «Hasta que no dio con la solución no paró», detalla Emilio Amavisca, compañero de Giner en la Roja, exfutbolista profesional, y promotor del A-Ball en Cantabria. Al día siguiente se acercó a una ortopedia y comenzó a gestarse lo que hoy en día es el fútbol en silla de ruedas, el A-Ball. De aquella aventurada idea surgieron los equipos del Valencia, Politécnica de Valencia, Villarreal y la Fundación del Atlético de Madrid. «Siempre me dicen: ¿Eso que será, un invento de los americanos? Pues no, nació en Valencia y ahora lo que queremos es que se extienda», explica Amavisca, que ya se ha enganchado porque, como el laredano asegura, «crea adicción».

En Santander, como no podía ser de otra manera, es el Hospital Valdecilla el que ha acogido la iniciativa con agrado: «No solo esta, sino cualquier práctica deportiva es una forma fundamental de que los pacientes que han sufrido un accidente se reintegren a la sociedad o de que aquellos que sufren una discapacidad la minimicen», explica Juan Casar, médico adjunto del Servicio de Rehabilitación del hospital.

Tenis, baloncesto, vela... Y el fútbol, ¿por qué no? Jorge Mata es jugador de A-Ball. Sufre una parálisis del 46% y acude a colegios e institutos a impartir charlas. Domina la silla cada vez mejor y reivindica de que este tipo de proyectos son «los que te animan, te invitan a no quedarte en casa, a no enclaustrarte, a formar parte e un grupo e interactuar».

Las reglas son muy sencillas: se juega en una pista de fútbol sala, con cuatro y el portero en cada equipo y una diferencia con el convencional: el equipo atacante siempre juega con un efectivo más para dar ventaja y poder hacer el juego más divertido y ofensivo», explica Mata. «Esto no ha hecho más que empezar -acota Amavisca-; luego se irán modificando las normas para hacerlas a la carta y ayudar a que se desarrolle el A-Ball».

Casar recuerda que «el momento más difícil para un paciente es cuando se le da el alta y empieza su vida normal. Entonces es cuando choca con la falta de recursos, las barreras sociales... Este tipo de iniciativas son vitales».

En la comunidad autónoma es la Federación Cántabra de Fútbol la que se ha puesto al servicio de estos innovadores que ya están soñando «con una Liga. ¿Por qué no?», expresa Mata, que ya tiene equipaje, entrena un día a la semana y a quien todo le parece poco. «Hablo en nombre de mis compañeros. No somos enfermos, sino personas con discapacidades. Hay que tratar de superar ese miedo que da la silla, e interactuar con nosotros. Hay reparo y desconocimiento, pero se irá superando».

En la actualidad hay seis sillas en Cantabria y cualquiera que quiera probar lo puede hacer acercándose a la Federación. «Además aquí tienen cabida todos. En cada equipo hay tres jugadores que no tienen discapacidades, por lo que es un modo excepcional de romper las barreras y de igualar la práctica», explica Amavisca. «Ahora hemos estado haciendo grupo y cada vez pinta mejor. Esperemos que el A-Ball haya venido para quedarse y nos lo pasemos bien y disfrutemos», concluye Mata, uno de los alumnos aventajados.

Esta charla forma parte de esta temporada del Aula de Salud que organiza El Diario Montañés y el Colegio de Médicos, con el patrocinio de la Consejería de Sanidad, el Servicio Cántabro de Salud y la Fundación Valdecilla.

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