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Juan de Quintana Machín (Miranda de Ebro, 8 de noviembre de 2000) no ha perdido el tiempo. A sus 24 años recién cumplidos (los celebró el viernes con un título europeo) ya es campeón mundial y, desde ayer, doble campeón europeo de kickboxing. Cuando hace ... casi un año se hizo con el cetro mundial en Turquía en la categoría de menos de 89 kilos ya se barruntaba que 2024 podía ser su gran año y así ha ocurrido.
Ayer redondeó una competición perfecta con una victoria ante el eslovaco Michal Stricik que le convierte en campeón de Europa de light contact y le permite colgarse una medalla de oro que se une a la conseguida el viernes en kick light tras una emocionante y tensa espera, por los 40 minutos que tardó en resolverse la justa reclamación española, ante el esloveno Luka Krel. La gran actuación del equipo español, que regresa de Grecia con una colección de preseas, tiene en el cántabro, y no era sencillo con ese contexto, a su abanderado. Con su victoria del sábado por la mañana se convirtió en el primer español en hacer doblete continental y combinarlo con el cetro mundial, todo un hito en el full contact de un deportista en crecimiento.
Pero si este profesional del kick boxing, otro hito cotidiano en los deportes minoritarios, no ha perdido el tiempo, es porque por el camino ha tenido tiempo de graduarse en Ciencias del Deporte y obtener el Máster de Educación en una vida dedicada al deporte en todas sus facetas, que conjuga la competición con el trabajo en la Escuela De Quintana, la fábrica familiar de púgiles gestada por su padre y entrenador, Esteban, el gran culpable de que España presuma ahora de un púgil de relevancia mundial.
Su historia arranca al norte de la Sierra de Cantabria, más en concreto en Miranda de Ebro, donde trabajaban sus padres. Allí nació y pasó sus primeros cinco años de vida un cántabro, pese a lo que señala su DNI, de familia montañesa y criado en Cabezón de la Sal, uno de los centros neurálgicos de una escuela que se expande por la Comunidad Autónoma y ya cuenta también con centros en Torrelavega, San Vicente, Comillas, Puente San Miguel y Cartes. Así se ha gestado ese pequeño milagro cotidiano de poder vivir del kick boxing, convertido ya en el monitor más destacado y el que mayor carga docente asume en una familia dedicada de lleno al deporte, puesto que también su hermano se sube al tatami. Una labor educadora que podrá combinar a partir de ahora con la docente en ese cóctel de títulos deportivos y académicos que ha pergeñado.
Ahora le espera el regreso a casa tras unas agotadoras jornadas. Por la exigencia de la competición, por el estrés acumulado en la primera final, en la que un error informático le dio por perdedor tras anotarle un warning de más antes de que se deshiciera el entuerto, y por la concatenación de combates y viajes.
Cuando cada día abandonaba uno de los pabellones olímpicos de Atenas, que aún recuerdan a los Juegos de 2004, le esperaba una realidad más cotidiana y prosaica: un largo trayecto de una hora y veinte de autobús o 40 en coche (que han convertido a la delegación cántabra en experta en los uber atenienses) para regresar al hotel. Muchas veces con menos de 24 horas de recuperación entre una y otra cita, como le ocurrió en las dos finales, disputadas en un intervalo de 18. Probablemente a su regreso le espere algún regalo de cumpleaños más en Cabezón de la Sal, pero es difícil que le resulte tan jugoso como los cosechados en Grecia.
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