![Durmiendo con su enemigo](https://s2.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/2024/09/08/97795570-kyZF--1200x840@Diario%20Montanes.jpg)
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Parte de la vida de Ana Orenz (Alemania, 1981) es una profunda contradicción. La bicicleta fue su guillotina y, paradójicamente, ahora es su terapia. Un accidente hace dos años la dejó postrada en la carretera. Inmóvil. Sin conocimiento y con heridas muy graves. Un jabalí ... se cruzó en su camino mientras participaba en la Transibérica, una competición de ultradistancia de más de 500 kilómetros. Sufrió daños medulares a la altura de las cervicales que le han dejado una discapacidad del 33%. Sin embargo, después de múltiples operaciones y una durísima rehabilitación, lo que casi fue su verdugo ahora es su solución. «Necesito estar encima de la bicicleta. Me ayuda a moverme, a volver a estar conectada y a que mi cuerpo se recupere», repite mientras se le escapa una sonrisa cómplice que invita a recordar a esos fantásticos locos que viven la vida a tragos.
El domingo finalizó la Transibérica, la misma carrera en la que hace dos años su vida se paró por un instante. Pudo morir. Hubo quien dijo que no podría volver a dar pedales. Sin embargo, fue mucho más tozuda de lo que nadie podía imaginar. Después de dos meses de hospital, salió «muy delgada, con golpes por todo el cuerpo y sin saber los daños reales». Echa la vista atrás y trata de recordar. «No masticas bien, no respiras bien y debes volver a reprogramar el cuerpo, que es como un ordenador. Hay que reiniciarlo», recuerda una mujer cuya vida ha dado varias vueltas de campana como la de aquel día en Navarra. Dos horas después del impacto con el animal pasó otro participante, sanitario curiosamente, y se la encontró en el suelo. «Me pudo salvar la vida», concluye cuando lo recuerda.
Su historia tiene de todo. De Alemania se fue a Inglaterra, donde vivió veinte años, y desde hace cinco, desde 2019, ha plantado su residencia en Mioño, de donde no quiere «moverse nunca más». A Cantabria la trajo la bicicleta. Desde hace tiempo, los pedales han condicionado su vida de la misma manera que antes lo hicieron los caballos. Era jockey y compitió por toda Europa. «Pero cuando a los caballos les pasa algo es muy duro. Se pasa muy mal y sufres por ellos», explica esta alemana y cántabra de adopción enamorada de la nueva oportunidad que le ha regalado la vida.
Su caballo preferido murió y puso el contador a cero. «Decidí que se acabó. Lo sentí mucho y no quería más. Fue el final. No sabía lo que me iba a deparar la vida, pero el futuro estaba por hacer».
En 2016, para pensar en el mañana, decidió hacer el Camino de Santiago. «Fueron 300 kilómetros con mi hija de nueve años en bicicleta». Allí sintió la llamada. Vendió todo, se compró una bicicleta y corrió la Transcontinental. La terminó sola. Más de 2.500 kilómetros. Después, retos de 24 horas y ultras de más de 600 kilómetros. Nada se le resistía. «Vine a correr la Transpirenáica y la meta estaba en Bilbao. Decidí quedarme a vivir en España, pero en Bilbao, con el euskera, no lo vi práctico para mi hija y me trasladé a Cantabria. Así acabé en Mioño», explica.
Desde allí sale todos los sábados y domingos con el grupo de los madrugadores, una grupeta de castreños que la han acogido como una mas. «Con ellos hago kilómetros. Este lugar es perfecto para la bicicleta y para volver a empezar», reivindica. Su hija «ya va a su aire y está orgullosa de lo que hago, pero tampoco me dice nada».
Trabaja en una empresa alemana con sede en Portugalete con turno de mañana y en su hora para comer ella se va de terapia. «Voy a la sauna, porque necesito hacer contrastes de calor y frío para mis problemas medulares. He descubierto que eso me va muy bien», añade. Dos años después de su accidente por fin se siente bien: «El año pasado fue difícil. Siempre digo que no hay nada imposible, así que a partir de ahora ya veremos qué hacemos».
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