Tenían muchas ganas de jugar a los bolos
HISTORIAS DE LOS BOLOS ·
La Liga Regional de 1987, que supuso la primera en el palmarés de Peñacastillo, constó de 32 partidosSecciones
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HISTORIAS DE LOS BOLOS ·
La Liga Regional de 1987, que supuso la primera en el palmarés de Peñacastillo, constó de 32 partidosPuede ser porque no conocimos la época dorada de los colosos, o los más afortunados lo hicieron apenas de refilón, pero el caso es que muchos aficionados somos de la opinión de que los mejores bolos se vivieron a todos los niveles en los años ... setenta y ochenta del siglo pasado. A todos los niveles porque fue entonces cuando el viejo juego rural explosionó para hacerse deporte, prendida la mecha de la competición federada por el nutrido grupo de jugadores 'top' que dominaron aquellos tiempos haciendo, por la cantidad y su calidad, mucho más difícil que hoy aventurar un pronóstico. Somos los aficionados que no tenemos reparo para delatarnos nostálgicos de aquel tiempo en que un modesto carné de federado en Tercera Categoría te distinguía en el estatus bolístico, y una licencia de Primera valía como un certificado de prestigio social y era el pasaporte que acreditaba el talento más envidiado. Aquellos jugadores fueron tan buenos como los mejores de ahora, y a nadie se les escapa que buenos había más que ahora. Y fueron ellos los que subieron el juego del pueblo al mayor nivel, orgullosos de sus virtudes y mostrando sus muchas ganas de jugar a los bolos.
Los que dicen que una Liga de 30 jornadas como la que propone este año la División de Honor es una locura por los partidos y competiciones que van a saturar el calendario bolístico, ya deberían saber que las gentes de los bolos están hechas de una pasta especial. Algo que se puso de manifiesto en 1987, cuando el desencanto que la Liga del playoff dejó en las peñas la temporada anterior las hizo reconsiderar el modelo para proponer otra de 32 jornadas a disputar en dos fases, con dos partidos cada fin de semana desde el 4 de abril hasta el 16 de agosto. Si aquello ya era una osadía, se complicó más cuando la Española creó también ese año la Liga Nacional, que desde el 15 de marzo disputaron seis equipos: Roper y La Carmencita de Cantabria, La Ponderosa (Madrid), Pancar (Asturias), Ermua (Vizcaya) y Centro Montañés de Eibar (Guipúzcoa). La competición se planteaba en dos fases, todos contra todos en la primera, y los cuatro mejores la segunda, también a doble vuelta y arrastrando los puntos.
Ya tenían ganas de jugar a los bolos, porque el invento suponía 16 partidos más para La Carmencita y Roper, a los que había que sumar los de la Copa Cantabria, los concursos y los campeonatos oficiales. Pero el hambre de bolos hizo que se jugara todo, y sin el auxilio de boleras cubiertas. La Liga nacional fue poco más que una anécdota. Un desafío entre las dos peñas cántabras que Puertas Roper ganaba a falta de dos jornadas. Pero la buena era nuestra Liga, y el equipo de Maliaño quería revalidar título con Linares, Arenal, Calixto, Fuentevilla y Solar, una partida inmensa para replicar a la de Peñacastillo, donde Mateo Grijuela seguía empeñado en ganar su primer título con Marcos, Castanedo, Secundino, Lin y Javier Pérez, la misma plantilla de los cuatro años anteriores. Los puntos se arrastraban durante todo el torneo, y sería Peñacastillo quien empezase con mando en plaza para acabar invicto la primera vuelta y mostrarse superior a La Carmencita, Roper y Rotella. De la igualdad existente en el torneo daba buena cuenta el margen de sólo dos puntos en que ocho peñas se movían al rebufo del cuarteto de favoritos, con La Cavada como sorpresa positiva gracias al acierto de los fichajes de Jaime García y Túñez, que le permitieron empatar con Peñacastillo y ganar a Roper y a Rotella.
Otra derrota en la bolera de La Cavada y sus empates con Roper y Pontejos permitieron a los de La Carmencita acercarse a un punto cuando ya solo faltaban dos partidos y un duelo entre ambos en El Verdoso. El encuentro terminó en tablas y trasladó toda la emoción a la última jornada, donde se decidiría el campeón de aquella Liga que Peñacastillo dominó desde su principio para al final jugárselo todo a una sola carta en su bolera de Cañas frente a los Rotellas. Pero por fin los bolos fueron justos con Mateo Grijuela, y sus pupilos supieron ganaron aquel crítico partido para por fin certificar su primera Liga. Un título merecido en la temporada que más ganas de jugar a los bolos se vieron, y que se cerró con Peñacastillo ganando la gran Liga, la Liga de Cantabria, con Roper ganando la Liga nacional y la Copa Cantabria, y con los jugadores de La Carmencita saturados de bolos cuando se vieron rumiando la decepción de verse dueños del triplete de los subcampeonatos.
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