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El 15 de diciembre de 1945, cuando la polémica en torno a la jugada del estacazo estaba en su punto de mayor encono, nacía en Torrelavega Juan José Ingelmo Cangas. Un niño alumbrado con una etiqueta que ya avisaba de que venía predestinado a ser ... uno de los más grandes referentes de la historia de los bolos, por el talento que a lo largo de todo su devenir deportivo iba a esparcir por las boleras, y por el carisma que en toda su trayectoria vital habría de derrochar en sus manejos sociales. Sus primeros pasos bolísticos los caminó envuelto en la aureola del templo de La Llama, el aula magna para la iniciación al juego de la generación que vivió sus primeros bolos con la dependencia de los momentos que los mayores les dejaban libre el corro. Esa circunstancia evidenció los precoces rasgos de la personalidad del chaval, que mostraba su identidad emprendedora cuando se juntaba con Lilís Mallavia, su alma gemela de toda su vida, y apostaban por construirse su propia bolera para que nadie pudiera interferir el ejercicio de sus ilusiones.
Se supo muy afortunado cuando las buenas maneras que ya mostraba desde su más pronta afición llamaban la atención de Severino Prieto, el maestro que con sus consejos iba a pulir la técnica y el cúmulo de aptitudes innatas del crío que crecía disputando los torneos infantiles. Una progresión que en la Torrelavega bolística a nadie le pasaba desapercibida, y que se confirmaba cuando, con solo 16 años, le ganaba al coloso Joaquín Salas el concurso de la Virgen de Loreto en Peñacastillo. Una progresión que se ralentizaba cuando su afición por lo bolístico salía perdiendo enfrentada al glamour de lo futbolístico, disciplina en la que destacaba como portero, tanto como para verse en la selección juvenil cántabra y en muy poco tiempo en el primer equipo de la Gimnástica. Para desgracia suya, y por suerte para los bolos, las lesiones cortaban de forma prematura sus aspiraciones futboleras, y las ilusiones del joven Ingelmo retornaban su mirada a la bolera, donde arrancaba el recorrido del muy tierno aspirante que buscaba alcanzar la élite de los bolos con un juego tan espectacular a la mano como inconsistente al pulgar. Esta circunstancia le condenaría a la irregularidad que le impide reiterar buenas clasificaciones, hándicap que conseguiría sortear con mucho entrenamiento y el pundonor con que limaba sus defectos para ganar consistencia y efectividad en su juego.
Su progresión se reflejaba en un lance que ocurría jugando en La Llama la semifinal del concurso de La Patrona. Las cosas no le salían y en la grada un grupo de aficionados comentaba jocoso y en voz alta que «este chaval no vale ni para sacarle de paseo». Y la mayor sensación de ridículo cayó sobre los charlatanes cuando, desde 18 metros al pulgar, sus dos siguientes bolas fueron los dos emboques que le metieron en la final. Eran los primeros destellos de la clase de un jugador de bolos que se curtía jugando la Liga con la Peña Mallavia. Del formidable jugador que en 1963 quedaba el último en su nervioso debut en el Campeonato Provincial, pero que unos días después, con Joaquín Peña de compañero, ganaban a Salas y Cabello el concurso de Astillero. Eran los prolegómenos de una década exitosa formando pareja con Lilís, con quien alcanzaría el subcampeonato provincial de parejas de 1970 en Cabezón de la Sal. La evolución de Ingelmo se ponía en valor cuando fichaba por la Peña Bolística, donde ganaría varias Ligas y jugaría con Linares para ganar el Nacional de parejas en 1973, 1974 y 1975, año en que también serían campeones provinciales.
Pero incluso con tales méritos, este sobresaliente palmarés cuenta una historia de los bolos que ni de lejos hace honor a toda la categoría y trascendencia de su protagonista, y evidencia la crueldad que algunas veces destila este juego cuando acusa la ausencia del merecido título nacional individual que rozó en las cinco ocasiones en que fue subcampeón, tres consecutivas: 1986, 1987 y 1988. Y es que la huella que dejó Pepe Ingelmo es una historia de bolos que cuenta del formidable jugador que sentó cátedra en las boleras acreditado por los triunfos que le señalan entre las más grandes figuras de todos los tiempos. Es la historia de la huella imborrable que dejó el gran señor que se manejó en el mundo de los bolos abanderando el compromiso social que le valió la mayor consideración entre los aficionados.
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