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JULEN ENSUNZA
Martes, 4 de diciembre 2018, 07:13
El salitre sigue corriendo a borbotones por sus venas y su espíritu competitivo sigue intacto, pero todo indica, aunque ni él mismo se atreva a ... decirlo, que ha llegado la hora de la despedida. Tras medio siglo de andadura en el mundo del remo, primero como bogador y después como entrenador, resulta complicado imaginar este deporte sin la presencia de José Luis Korta (Orio, 25 de abril de 1949) dando órdenes con sus frases entrecortadas y tono impetuoso que sacan de quicio al patrón de turno al otro lado del pinganillo. Las aguas de Castro asisten como testigos a su retirada, como antes lo fueron de sus éxitos. La figura que revolucionó el remo y después el remo cántabro; el que lo puso en el mapa, lo deja. No ha vuelto a Orio. Con casi setenta años se queda en Castro. Al menos de momento.
Ahora sus reprimendas, escopeta en mano, serán para sus cuatro perros de caza mientras correteen por el monte intentando localizar sordas, la nueva pasión del genio de Ortzaika. En ese hábitat también quiere sentirse en la cima, al igual que durante la mayor parte de su vida, por lo que incluso ha viajado recientemente a Estonia, el paraíso de los cazadores de becadas, para disfrutar al máximo. «Me ha costado más llevar a los perros que mi billete de avión», reconoce mucho más calmado que cuando se encontraba en activo.
Cerca de cumplir 70 años y, una vez que los nuevos dirigentes de Kaiku decidieron terminar con la segunda y exitosa etapa del oriotarra en el club, sostiene sonriente que «es complicado que alguien quiera contratar a un viejo». Sin embargo, no cierra la puerta a un posible retorno, «si aparece un proyecto interesante», apunta mientras rememora su dilatada en Castro, su centro de operaciones desde que el gran gurú recaló en 'La Marinera' en 1998.
Su salida del remo, al contrario de lo que ha caracterizado su carrera deportiva, está siendo bastante silenciosa, pero cargada de emotividad. Quedó patente en el homenaje que le tributaron hace unos días las peñas de Kaiku en Sestao. 'El Viejo', como le conocen las nuevas generaciones, se ha movido siempre al filo de la navaja, despertando odios y pasiones por igual a su paso: «He estado donde me han querido y dejado trabajar, porque los enemigos, tanto de dentro como de fuera me han hecho andar espabilado; siempre me han dado fuerza para seguir adelante».
Mamó el remo en Ortzaika -barrio de Orio que ha dado grandes patrones- desde la más tierna infancia, pero sus primeros pasos en el deporte, al contrario de lo que pudiera parecer, fueron encima de una bicicleta. «Hacíamos regatas entre los chavales del pueblo mientras salíamos a pescar cangrejos, quisquillas o a cazar patos, pero lo que me gustaba era la bici. Gane las tres carreras de ciclocross que disputé a nivel de pueblo. Tenía cualidades», rememora. Pero su futuro estaba predestinado. El agua era su medio natural.
Una infección en la mano cuando faenaba en la costera del bonito durante le llevó de regreso a casa desde Asturias y, mientras se recuperaba, su cuñado le dejó probar un 'skiff' en el Oria. Volcó varias veces -«se me enganchaba el remo en el estómago»-, pero todo el mundo se quedó sorprendido con la velocidad que alcanzó el bote. No volvió a soltar el remo. Su exitosa carrera deportiva arrancó en 1968. Ganó el Nacional de 'skiff', que dominó durante toda una década, para los aguiluchos.
Mundialista en varias ocasiones y olímpico en Moscú, se siente «un privilegiado por haber conseguido vivir de este deporte» durante tanto tiempo. «Siempre he dicho que tengo una estrella en el cielo y otra en casa que me guían». La andadura de Korta ha estado jalonada de desencuentros con los estamentos del remo y con algunos clubes y rivales directos, incluido Orio cuando militaba en Castro. En muchas de esas disputas saltaron chispas, porque las formas nunca han sido lo suyo.
«Seguramente soy el deportista más castigado de España sin merecerlo. La mayoría de las veces me han sancionado por decir la verdad», sentencia convencido. Tras recibir «la patada» en Orio, en 1972 recaló en Lasarte Michelín donde consiguió formar un gran equipo a su alrededor y conquistar al año siguiente la Bandera de La Concha. «Construimos un pabellón en Ortzaika que años más tarde se convirtió en sidrería», recuerda.
En 1975, la muerte de dos integrantes del equipo mientras entrenaban dejó muy tocado al plantel, y las desavenencias posteriores con la directiva por alinear o no a su hermano Vicente en la cuadrilla que debía disputar la segunda jornada de la cita donostiarra propiciaron la espantada del zorro de Ortzaika. No se lo pensó dos veces y plegó velas con la temporada tocando a su fin. Pero su fama le precedía y Basilio Vázquez, presidente honorífico de Kaiku, le llamó para preparar al equipo de cara al Gran Premio del Nervión. «Me traía mi primo en coche hasta Sestao a entrenar y había apuestas de hasta medio millón de pesetas de que Santurtzi nos sacaba medio minuto de diferencia. Resulta que, aunque el segundo día nos ganaron, el primero les sacamos 29 segundos», recuerda emocionado.
Ahí comenzó su idilio con los de Simondrogas. El mandatario kaikutarra apostó fuerte por Korta, que lo dejó todo -compaginaba el remo con su empleo como representante de una marca de yogures- y se estableció en la margen izquierda. «Todavía guardo carpetas con los entrenamientos que hacíamos tanto en Sestao como en la selección», recuerda. Y llegaron los años de gloria verdinegra con los triunfos en las conchas de 1979, 1981 y 1982, así como los históricos duelos con la 'Sotera' santurtziarra. Pero nada es eterno y el matrimonio se rompió en 1987, cuando pasó a la vecina Zierbena. Corría el año 1991 cuando Orio tocó a su puerta para reflotar un club a la deriva. Y Korta, fiel a su estilo aventurero que años después le llevó a convertirse en showman televisivo como conquistador del fin del mundo, no se lo pensó dos veces. «Cogí el carro con la familia y tomamos el camino de vuelta. Los retos nunca me han asustado», argumenta.
«Me recorrí todos los caseríos de Tolosa en busca de bateles porque allí antes competían entre cuadrillas, compré los que estaban aprovechables y los reparé para remar. Ahora los entrenadores ya no trabajan ni la mitad de antes», sentencia. Y llegaron los resultados. Los aguiluchos estuvieron a punto de ganar La Concha ese primer año y en 1992 consiguieron coronarse en la catedral del remo, su segunda casa.
A partir de ahí, vivieron una época dorada a las órdenes de Korta hasta que en 1998 una tentadora oferta de Castro pudo más que la seguridad que le ofrecía el empleo como funcionario en el Ayuntamiento de Orio y los éxitos deportivos del club más laureado del Cantábrico. «Lo piensas y es una locura, porque no pedí ni excedencia, pero no me ha ido mal. Me dolió que la directiva de Orio no me invitase a la bendición de la bandera donostiarra que ganamos ese año porque pensaba que sería la última que iba a conseguir, pero mira, por suerte algunas más ha caído por el camino», se congratula.
En Cantabria le tocó empezar otra vez de cero. «Incluso volví a remar con 50 años porque no teníamos gente, pero si trabajas bien los resultados siempre llegan», recalca. Y vaya si llegaron. En 2001, después de salir como remero la primera jornada de La Concha en las tostas de 'La Marinera', decidió tomar el remo de gobierno el segundo domingo, dadas las adversas condiciones de la mar. Acertó. Cuando nadie lo esperaba sacó a relucir toda su magia dentro de la bahía donostiarra y viniendo desde atrás sobre las olas consiguió remontar y arrebatar la bandera a su exequipo.
«En Orio me echaron la culpa de querer abordarles, pero lo cierto es que tiraron ellos la bandera. Un patrón está para no perder y los remeros para ganar», asegura. Su idilio con Castro se fue deteriorando con el paso de los años, como le ha sucedido siempre a lo largo de su carrera deportiva y, tras un primer intento de despido en 2005, la campaña siguiente la entidad cántabra decidió no renovarle pese a imponerse de nuevo en San Sebastián. Todo hacía indicar que el de Ortzaika se iba a tomar un año sabático, pero una nueva directiva liderada por José Manuel Monje se hizo cargo de Kaiku para reflotar el club y tuvieron claro que Korta debía ser su buque insignia para alcanzar la ACT.
Pero lo importante de aquella época, al menos para 'La Marinera', es que Korta construyó el mejor Castro de la historia. Y vaya si Cantabria, si Castro, más en concreto, se instaló en su biografía, porque allí se quedó a vivir. Allí tiene su base la familia Korta. Su trabajo sirvió después para que Juan Mari Etxabe y Joseba Fernández llevaran a los rojillos a nuevos éxitos, incluido el campeonato de Liga.
Mientras, el oriotarra iniciaba su segunda andadura en Kaiku. «Un deportista no piensa en los colores cuando compite, sólo piensa en ganar con independencia de donde esté», resalta. Y, al igual que sucedió a finales de los setenta y comienzos de los ochenta, la 'Bizkaitarra' volvió a dar mucho que hablar. Tres ligas, dos conchas y varios entorchados provinciales, autonómicos y nacionales encumbraron a un técnico que será recordado también por desencadenar el mayor cataclismo en la historia de este deporte.
Y es que sus veladas acusaciones de dopaje sobre Urdaibai -club que a punto estuvo de contratarle unos años antes- al término de la Bandera de La Concha de 2010 conquistada por los txos dieron paso a la denominada 'Operación Estrobo' por parte de la Guardia Civil y acabaron con seis imputados en el banquillo de los acusados por un posible delito contra la salud. Todos ellos fueron absueltos en 2015, pero el oriotarra no se arrepiente de nada, «porque lo hice por el bien del remo y quedaron claras muchas cosas».
«Esto ya no es lo que era», sostiene. «Si hasta un cargo importante a nivel deportivo declaró en el juicio que la epo no es mala para la salud, ¿qué quieres que piense?». Tan «asqueado» terminó de todo aquello que llegó a plantearse seriamente en soltar amarras y dedicarse «a dar clases a los chavales por los municipios, previo acuerdo con los ayuntamientos». De hecho, encargó incluso un remolque en Castropol.
Finalmente dio marcha atrás y estiró un par de campañas su andadura en Kaiku para ayudar a la entidad «en un momento complicado». Pero ya no era igual. Tanto es así que el desaparecido Emilio Laka y el pasado año Aitor Sautu le cubrieron las espaldas durante sus escapadas en busca de becadas los fines de semana de invierno. Parece que esta vez el monte le ha ganado la partida al mar, aunque Elantxobe ya ha contactado con él para que ejerza de asesor. «Dice mi mujer que sólo sé decirle que no a ella y la verdad es que siempre estoy dispuesto a ayudar al que me lo pide», admite. Una leyenda viva del remo.
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