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JOSÉ ÁNGEL HOYOS
Martes, 11 de octubre 2022, 07:14
La familia de los bolos vuelve a estar unida en el sentimiento por la pérdida de uno de sus hombres que ha dejado profunda huella, especialmente en el mundo del arbitraje, este año ya castigado por la muerte de otros compañeros, Ramón Cueto -y vecino- ... y Ramonín San Emeterio. Se nos fue sin avisar, sin hacer ruido, como actuó a lo largo de su dilatada vida, 'El Niño' de Caranceja, alias que adquirió ya en su pueblo natal, y por el que siempre respondió hasta que nos dejó hace unos días a los 83 años.
Manuel Cipitria Bartolomé, apellidos que inconfundiblemente -para las gentes del municipio- delatan su origen en el pueblo minero de Reocín, comenzó su andadura por los bolos jugando en las diferentes boleras hoy tristemente desaparecidas como casi todo el pueblo, en una época de postguerra, de economato y racionamiento, y con el boyante empuje económico de la explotación minera cuyo 'pito' marcaba la entrada y salida de los mineros al Pozo Santa Amelia y era el reloj universal de todas las actividades del entorno.
No se fue muy lejos, a Caranceja, al otro extremo del municipio, en donde fijó su residencia con Solín, y en donde nacieron Inés, Manuel -que de niño mostró buenas maneras jugando en la peña/escuela de Vicente Sámano- y Santiago. Allí se implicó totalmente con el pueblo y fue durante muchos años alcalde pedáneo y también concejal del Ayuntamiento de Reocín. Echó una y todas las manos posibles a la peña local, Hormivega, colaborando con como árbitro auxiliar hasta que en 1994 dio un paso al frente y pasó a formar parte del Colegio de Árbitros de la Federación Cántabra y en consecuencia de la Federación Española.
Desde entonces son cientos los partidos y competiciones que fueron juzgados por 'El Niño' y fueron cientos las veces que lo hizo con acierto y con seguridad, porque su carismática figura, aparentemente seria en el corro en su función de juez, contrastaba con una tranquilidad y alegría no exentas de fino e irónico humor en el mano a mano.
Para los jugadores, su presencia daba de antemano una certificación de que la competición se iba a desarrollar con toda normalidad. Dialogante y cercano, nunca puso cortapisas a las decisiones de su comité, aceptando no solo de buena gana sus designaciones, sin reclamar ningún protagonismo, sino ofreciéndose a acudir allá donde fuera necesario, especialmente si eran competiciones de las categorías menores.
Su afición no se limitaba a arbitrar sino que era muy frecuente verle con su mujer viendo partidos y torneos de cualquier categoría, tanto cerca como lejos de su domicilio. Los bolos, como el servicio a los demás, fueron su pasión y solo la enfermedad le apartó de ellos.
Debo reconocer que para hablar o escribir de Manuel Cipitria no soy nada imparcial, y por ello pido disculpas, pero me congratula coincidir con algunas opiniones vertidas en las denostadas redes sociales: «Se le echará de menos en las boleras» y «Buen compañero, buen árbitro y mejor persona». Nada que añadir.
Que descanses allá donde ahora estés, con la cabeza muy alta y rodeado de las gentes de los bolos, porque tu labor aquí ha sido ejemplar y justamente reconocida el otro día en el concurso nocturno de Caranceja, que tantas veces te tocó juzgar. Que sepas que de ahora en adelante el jugador que consiga el primer emboque se llevará un premio especial instituido en tu memoria. Descansa en paz, amigo Cipitria.
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