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Vanesa Almeida (Vitoria, 1978) recorrió con determinación el breve pasillo que conduce desde la entrada hasta la mesa de los ponentes en el Ateneo de ... Santander. Para ella lo imposible es una frontera difusa. Allí, en primera fila, la arroparon Juanito Oiarzabal, Juanjo San Sebastián y Jan Abascal, nombres propios de la montaña y la vela, para presentar su proyecto, '8.000 sin barreras', que no es solo una expedición de alpinismo. Es un grito. Un desafío que lanza al mundo para que el autismo se entienda como lo que es, una forma de ser, no una limitación. Quiere ser la primera persona con TEA en alcanzar un pico de más de ocho mil metros y la cima que ha elegido es el Manaslu (8.163 metros), en Nepal. Pero sobre todo busca que su voz resuene más allá de la montaña. «Escalar un ochomil será fácil después de todo lo que he pasado», explicaba con tranquilidad, porque la vitoriana ya ha sobrevivido a tormentas mucho peores que el Himalaya.
Su historia es la de alguien que ha luchado contra un mundo que no la entendía, que la señalaba como distinta, que la empujaba a encajar en moldes en los que no cabía. «Me han dicho que no utilice la palabra sufrimiento porque tiene connotaciones negativas, pero es que no encuentro otra palabra para definir esa época», confiesa, recordando una adolescencia en la que aún no sabía su condición de autista, aunque ya sentía que era diferente.
Vanesa Almeida
Alpinista y regatista
Juanito Oiarzabal
Alpinista
Juanjo San Sebastián
Alpinista
La diagnosis vino después, en la edad adulta, hace apenas cuatro años, pero no se quedó a la sombra de ese diagnóstico. Se aferró al deporte con una determinación feroz. «Yo me focalicé muchísimo en la vela. Regatear y ganar, regatear y ganar, esa era mi meta». No hablaba, pero competía. Y vencía. Fue campeona del Mundo y de España, e hizo la preolímpica de Sydney, pero una lesión la despertó del sueño. Entonces la montaña apareció en su vida y algo en ella encajó como un piolet en el hielo. «Hace cuatro años descubrí la montaña en Picos de Europa y al mismo tiempo me detectaron el autismo. Mi vida dio un giro brutal». La conexión fue inmediata. «Quiero ser la primera persona con autismo en escalar un ochomil, pero también quiero inspirar a otros a ver sus capacidades. Con barreras, se puede».
A su lado, Juanito Oiarzabal escuchaba y asentía. El veterano alpinista sabe bien lo que significa desafiar límites. «Ahora mismo, hacer el Himalaya es infinitamente más fácil que antes», decía recordando un tiempo en el que los ochomiles eran un salto al vacío sin pronósticos meteorológicos fiables ni tecnología de comunicación. Pero también advertía de los peligros. «El Manaslu es una buena elección para empezar, pero tiene sus trampas. El campamento dos es traicionero. Una vez una avalancha nos dejó sin material y tuvimos que dar la vuelta», relataba el alpinista.
Para Oiarzabal, que conoce cada grieta, cada avalancha, la experiencia es clave. «La mejor escuela para formarse son los Alpes. Es allí donde aprendes a solventar situaciones de riesgo. Yo hacía tres ochomiles en un año. Y te digo una cosa, cada vez que un equipo subía a la cumbre, yo también estaba ahí». Su currículum lo dice todo, 47 expediciones al Himalaya, 26 ochomiles. «Ambición pura», resume. Al otro lado de la mesa, Juanjo San Sebastián, que sabe lo que es vivir 'Al filo de lo imposible', rememoraba algunos momentos de aprensión en Nepal.
«Por las noches se pasa miedo, porque no ves y entonces te imaginas todo», admitía, y pasaba a advertir a Vanesa de otro reto al que se tendrá que enfrentar en septiembre, cuando aborde el Manaslu. La incertidumbre de la convivencia en expediciones largas. «Un buen compañero en los Alpes no es necesariamente un buen compañero en el Himalaya. Es todo mucho más largo, mucho más penoso». Vanesa asentía. Lleva meses preparándose con método y precisión con la ayuda del doctor Urdampilleta. Entrena en hipoxia. Simula altitudes extremas desde casa con una máquina que reduce la concentración de oxígeno en el aire que respira.
Su método es científico y preciso, pero su reto no es solo deportivo. Ha hecho cumbres, ha dirigido equipos paralímpicos, ha llevado a regatistas a lo más alto y ahora quiere abrir camino para quienes no tienen voz. «He puesto mi autismo sobre la mesa para que se hable de él, para normalizarlo», dice. Quiere que se vea, que se entienda, que se acepte. Cambiar estructuras y abrir espacios en el deporte para quienes han sido excluidos. «Esta temporada haremos un programa de vela adaptada en la Isla de la Torre», explica como ejemplo. En el fondo, Vanesa Almeida no busca solo coronar una montaña, sino abrir camino para los que vienen detrás. «Superar mis miedos no me define, pero demuestra que se puede. Si os dicen que no sois lo suficientemente fuertes para resistir la tormenta, decidles: 'Yo soy la tormenta'».
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Ana del Castillo
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