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Víctor González (Guarnizo, 8 de julio de 1994) es un tipo feliz. Con cuatro Campeonatos de España a sus espaldas, tres de ellos consecutivos (en ... 2019 hizo doblete con uno de los tres Regionales que tiene), el de Peñacastillo extendió el viernes su dominio sobre el resto de bolistas del circuito. Ha llamado la atención del propio Emilio Antonio Rodríguez; nada menos que de Tete, que hace ya unos años, al salir de la bolera, comentaba con su hijo Rubén, otro campeón de España, si aquel chico podría igualarle. Si lo decía Tete... Como para contradecirle.
Pero Víctor sigue a lo suyo. A sus bolos, a su trabajo en Comercial Anievas y a su carrera, porque de títulos académicos también anda sobrado: graduado en ADE y máster en Márketing y Ventas. Pero si se habla estos días de él es por su cuarto Campeonato de España, el tercero consecutivo. Nadie lo había conseguido antes de los treinta en la historia reciente. Aquel chico que apuntaba en la modesta peña Anievas y después en Peñacastillo, arropado por su padre en un equipo con el que ha hecho historia y con el que se proclamó campeón de Liga con solo veinte años, ya es uno de los mejores de todos los tiempos. Atrás queda la época en que incluso pensó en dejarlo, quizá sobrepasado por la presión. Tan tranquilo y sereno en el día a día, la bolera le llegó a pesar, aunque nunca dejó de dar una imagen de aplomo. Su trabajo en el corro y en el gimnasio tuvieron premio; tanto como su perseverancia. Sus número son de récord y lo sabe, aunque no se endiosa: «Sí, la verdad que si, ahí están. Son tres campeonatos seguidos, conseguir quedarme la copa... Es algo que no te imaginas hasta que llega y no seré realmente consciente hasta dentro de unos días de lo que he conseguido».
Cuando arrancó la Semana Bolística y devolvió el trofeo como vigente campeón, tenía un objetivo: «Pensaba que ojalá volviese. Y si era este año mejor, porque así me lo quedaba. Al final salió, que es muy complicado. Si no lo conseguía, tenía que ganar otras dos».
Ahora, después de la tensión, toca «celebrar a tope. No todos los días se es campeón de España, y menos en tres ocasiones consecutivas. Siempre hay que festejarlo. Intentará hacerlo en las fiestas de Ampuero, de las que es habitual, por mucho que su DNI diga que nació en Santander, se haya criado en Guarnizo y tenga para siempre un vínculo con el Valle de Anievas, de donde procede su familia: «Sí me gustan; sí. Es un buen sitio para celebrarlo. Este año lo voy a tener complicado porque juego todos los días. Si puedo pasarme un rato iré, pero no será fácil».
Este hombre tranquillo, aunque la procesión va por dentro, debe ser el único en todo el mundo de los bolos que no compara su carrera con la de Tete, o al menos no quiere hacerlo: «En ningún momento me lo he planteado ni me lo plantearé. Yo tengo que hacer mi camino, llegue donde llegue, y ojalá se pueda acercar al del Tete, aunque es casi imposible. Pero sería buena señal», sonríe.
Fue una gran promesa, dio pronto el salto a la élite y ha sido el único en contestar de forma sostenida la tiranía de los Salmón, Oscar y Haya, un triunvirato al que solo Emilio Antonio y Rubén, precisamente los hijos de Tete, se asomaron con asiduidad hace ya bastante tiempo. A sus 29 años constituye un récord de precocidad, aunque no parece darle importancia: «Eso dicen los datos, pero no es algo que me preocupe». En un deporte longevo que ha mamado en casa; de las enseñanzas de su padre, como su hermano José Manuel, tiene lustros por delante: «Yo voy a jugar, a ganar todo lo que pueda hasta donde pueda llegar y a intentar corregir cosas cada año. No me planteó superar récords; solo hacer lo mío día a día».
No se obsesiona; eso lo aprendió del pasado. Ni con el palmarés histórico ni con esos 180 bolos de los que siempre se habla como objetivo o entelequia: «Lo veo imposible, pero sí que he hecho registros muy altos, de más de 160 bolos. Tiene que cuadrar todo: tener el día muy bueno, que la bolera esté muy bien y tener fortuna. Por eso el récord de 169 lleva tantos años».
Reconoce, eso sí, que en ocasiones se sigue poniendo nervioso. A veces lo deja ver tímidamente su gesto, que no sus registros, pero convive con ello casi como una virtud: «No sería bueno que no hubiese nervios, porque no tienes la tensión necesaria; el gusanillo que hay que tener para jugar y competir. Es algo normal. Todos los jugadores lo tienen, sobre todo en las primeras tiradas»
Fuera de las boleras, piensa más en «ir con los amigos, con la novia, tomar algo por ahí, disfrutar de cada momento y ser feliz; como soy. Siempre que tengo un día libre en temporada aprovecho cada momento, para ir a la playa o por ahí». En resumen, disfrutar como antes. Al fin y al cabo, los bolos no son un deporte de masas. «Soy uno más, quizá alguien te reconoce, pero hasta ahí», explica en Entrambasaguas, donde ayer volvió a jugar.
Aún con un puñado de torneos por disputarse, su balance es positivo. Se da «muy buena nota» en la temporada individual. Y es exigente consigo mismo: «He conseguido títulos que no tenía. He ganado las parejas con Rubén Haya, lo del viernes... La temporada no empezó como me hubiera gustado, pero a día de hoy tengo muy buena media y estoy arriba en los dos circuitos», resume quien se ha convertido en la sangre joven de un deporte muy necesitado de eso: de relevo. En el corro y en la grada. Por eso fue una buena noticia que la -eso sí, pequeña- bolera de Ontoria se llenara. Algo que los bolistas notan y agradecen: «Si se consigue llenar la bolera, como pasó por ejemplo en la Severino Prieto en varios campeonatos, evidentemente es mejor en boleras grandes. Si no, es mejor que el ambiente se vea lleno. Te ves más arropado».
Y se moja. Claro que se moja. Cuando se le pregunta si cree que el Comité de Competición debería atender la reclamación de Peñacastillo por el bolo contado de menos a Borbolla, es claro: «Por supuesto que debería hacerlo, pero creo que no la va a atender». Lo buscara o no, Víctor González ya es historia y futuro de los bolos, algo nada sencillo de conjugar.
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Ana del Castillo
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