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Para conseguir levantar el arresto de seis años que Santander purgó sin catar el Campeonato de España, la Peña La Carmencita, de Juanito Arpide y Ramonín Sánchez Mier, presentaba en 1960 a la Federación nacional el proyecto de celebrar en la capital cántabra el mayor ... evento bolístico jamás concebido. La idea, al estilo de las que 20 años atrás fueron realidad en el coso taurino de Cuatro Caminos, pretendía dar credibilidad a la osadía de organizar diez días seguidos de bolos en la antigua Plaza de José Antonio y hoy Pombo. La propuesta planteaba montar en el mismísimo corazón del viejo Santander una bolera provisional con gradas capaces de reunir a 3.000 espectadores, y donde escenificar la disputa de las más relevantes competiciones de la época y de los dos títulos oficiales individuales: el Provincial y el Nacional. Como cabía esperar, de entrada la propuesta les fue acogida con incredulidad que solo pudo ser vencida por el aval y el empuje de sus promotores, hasta que finalmente la llevaron a cabo cosechando el extraordinario éxito que hoy identifica su temeridad, significándola como el mayor hito de toda la historia de los bolos.
En la medida en que su idea tomaba cuerpo, los impulsores de la Decena Bolística fueron conscientes de que estaban sembrando su mismo entusiasmo en la afición, que veía en aquel marco espectacular el mejor escaparate para darle al juego de los bolos el empujón definitivo. Y esa misma percepción consiguió vencer las reticencias de los directivos de la Federación Española para hacer realidad una vieja aspiración, larga y, hasta entonces, demandada en vano por aficionados y jugadores. Después de veinte años de vida de las federaciones y disputando títulos oficiales solo en categoría individual, ya nadie encontró argumentos con que oponerse a aquella oportunidad histórica para permitir la disputa del primer campeonato oficial de parejas. El Campeonato de España que vendría a completar en la bolera de la Plaza Pombo de Santander el mejor cartel de competiciones de cuantos se habían conocido, reunidas en un evento que, en su conjunto y hasta hoy, ha resultado imposible de superar. Ocho parejas, cuatro de la Federación Cántabra y las otras representando a las territoriales Andaluza, Catalana, Madrileña y Vizcaína, tuvieron el honor de estrenar la nueva categoría de competición oficial que se jugó a cuatro vueltas entre los días 1 y 2 de septiembre.
Y los aficionados avalaron la idea colmando las gradas hasta el punto de que fueron muchos los que debieron subirse a las ramas de los árboles para seguir las evoluciones del juego. A la hora de hablar de los eliminados en el primer corte, los más ensalzados fueron los andaluces, Ruiz Mateo, por su estilo preciosista; y Entrecanales, por su juego sobrio y efectivo. Dieron muchas muestras de saber jugar a los bolos bastante mejor de cómo los nervios les dejaron en esta competición, que acabaron quintos empatados con Rilo-Linares, la pareja de moda en las boleras de Cantabria, y de la que las crónicas dijeron que jugaron peor que mal, muy lejos del nivel que estaban acostumbrados a ofrecer. También los vascos, Goyo Corrales y Del Carmen, apuntaron buenos detalles aunque se clasificaran séptimos. Todo lo contrario del poso que dejaron entre los aficionados los catalanes Arroyo y Prellezo, que con sus vueltas de 191 y 181 dieron la sensación de pisar poca bolera. Cuando empezaban las semifinales, La Carmencita y Santander ya habían ganado aquella apuesta que dejaba en evidencia a los que dudaban de la afición capitalina. Solo había que ver aquel corro atestado de público y rodeado en todo su exterior por las interminables colas formadas por quienes pugnaban inutilmente por entrar.
Los que lo vivieron desde dentro tuvieron el privilegio de presenciar la que muchos dicen que fue la mejor tarde de juego de las muchas que ofreció Manolo Escalante. Junto a Ramiro, empezó tirando con el número uno, y con Salas y Cabello, que les llevaban 21 bolos de ventaja. Escalante empezó su festival en la tercera mano, esa en la que en los grandes campeonatos se sabe que hay que tirar a ser o no ser, cuando hay que exponer en el juego. Hicieron 34 bolos y sus rivales les mejoraron con uno más, pero no bajaron los brazos y en la siguiente firmaron la mejor jugada de todo el campeonato: 39 a bolos. Aquello desconcertó a sus contrincantes, muy penalizados por las tres bolas quedas de estacazo, que les apretaron hasta el punto de que solo llegaron a la final gracias al emboque que Salas metía con su última bola. Tras ellos, los madrileños Obregón y Tinín jugaron a exponerlo todo. El primero buscando el emboque hasta que lo encontró, y Tinín jugando con la raya alta y aceptando el riesgo de que se le quedaran todas las bolas.
Acabaron cuartos por detrás de Chuchi-Revuelta, pero dejando una gran impresión, especialmente el chaval, que ya desde su primera vuelta centró toda la atención de la prensa: «Tinín, cosa de la juventud, tiró un poco de romería, dejó dos bolas cortas de cinta por lucirse, soltó un caballo y sacó un emboque. Pero le aplaudieron mucho, muchísimo. Cuando aprenda a estar en la bolera...¡Será de miedo!». El hándicap de 22 bolos con que Salas y Cabello afrontaban aquella final la deslució de la manera que solo encontró colorido en el hecho de que se disputaba un título nacional, pero nada más. Desde la primera mano buscaron inútilmente el emboque y fueron perdiendo bolos, mientras Ramiro y Escalante tiraban seguros y a cubrir jugada, para terminar ganando con mucha autoridad aquel primer campeonato oficial de parejas que se jugó en la Plaza de Pombo, y donde, por encima de todo, sobresalió la actuación genial, de gran maestro, del coloso Manuel Escalante.
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