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El lunes por la tarde reinaba el ajetreo en casa de Cristina Romaña (Castro Urdiales, 2000). Un montón de papeleo y las maletas rebosantes de ropa pulcramente doblada y ordenada para el viaje. Uno largo. A Riviera Maya, nada menos. Una de las áreas turísticas ... más conocidas de México, e incluso de todo el mundo. El destino evoca unas vacaciones paradisíacas, de esas que luego dan envidia en Instagram, pero la estancia de la cántabra poco tiene que ver con el relax. Cristina es bailarina. Especializada en ballet y danza, mañana mismo arranca su participación en la final del Mundial que se celebra desde mañana y hasta el próximo lunes en Riviera Maya. El 'Stage Dance Championship'.
«Hace un año pasé el clasificatorio en segunda posición y ahora para la final somos 15 en las categorías en las que participo», explica Cristina, que va a competir en la modalidad de lírico, en el sénior profesional, y también en contemporáneo. «Voy a hacer dos solos», comenta ilusionada. La bailarina se ganó en la edición del año pasado el pasaporte directo a la final de este año en una concurrencia un tanto atípica. Fue la única junto con 'sus niños' en no acudir a Cancún, donde se celebraba el evento. «Soy profesora de una escuela de ballet que hay en Nigeria e hicieron una excepción con nosotros y nos dejaron participar 'online' en la final», comenta. La explicación es sencilla. En Nigeria no hay una federación de danza. «Teníamos que pagar todo nosotros, entonces no pudimos ir», aclara.
Los niños quedaron primeros en clásico en grupales y ella fue tercera en la final en contemporáneo. La escuela no es otra que 'Leap of Dance', una modesta academia de ballet en Lagos que se hizo viral hace unos años porque uno de sus bailarines, Anthony, de once años, logró una beca en la Escuela de Danza de Nueva York después de que su profesor colgase un vídeo en internet con el chaval como protagonista bailando bajo la lluvia. Cristina da clases en la academia de forma online varias veces por semana. «Les conocí en pandemia, cuando el vídeo de hizo viral. Se veía que no tenían recursos y entonces dije: 'A ver cómo puedo ayudar a estos niños', y me puse en contacto con ellos», cuenta Cristina, que es examinadora del Consejo Internacional de Danza y quiso aportar su granito de arena para prepararles para el examen «y que por lo menos tuviesen algún título».
Aunque este año los chavales tampoco han podido acudir al Mundial por falta de recursos, tienen un montón de planes que sueñan con poder cumplir. «Tenemos una niña becada en una escuela de ballet en Bélgica y a otra en Londres», proclama con orgullo. «Hay un proyecto para abrir otra escuela en Sierra Leona y en febrero nos vamos para Sudáfrica todos juntos. Han becado a los niños en una escuela de contemporánea y ballet para que puedan progresar en su formación y yo voy a dar clases», comenta con regocijo.
Otro viaje más para la agenda. Las maletas de Cristina están ya mas que desgastadas, porque a sus 23 años es ya toda una trotamundos. Se ha calzado sus zapatillas de ballet, sus puntas, en cuatro de los cinco continentes y ha dado clases y participado en competiciones en India, Grecia, Egipto, Dubai, Florida... y buena parte de la geografía española. «Me he movido bastante, pero me gusta mucho viajar y visitar países. A los alumnos se les coge mucho cariño y es otro mundo», asegura, y sonríe para confesar un segundo después que también es «muy cansado. Porque mi trabajo ya de por sí desgasta, pero lo llevo bastante bien porque trabajar de lo mío es bastante difícil y más en España. Entonces estoy muy agradecida».
Se considera afortunada, porque como ella misma admite, el panorama para quienes se quieren dedicar a bailar profesionalmente no es demasiado halagüeño. «En España ahora mismo la danza está fatal. Tenemos la compañía Nacional de Danza, pero a nivel de solistas no hay absolutamente nada ahora mismo. No hay Federación de danza», se lamenta. «El día de mañana me gustaría ayudar a crearla», suspira, porque actualmente lo que existe es la Red FECED, una entidad compuesta por asociaciones de compañías profesionales de danza, y al no existir un organismo para federarse los bailarines no cuenta con apoyos económicos. «Me lo estoy pagando yo todo y eso es lo que hay», reconoce Cristina, que lleva más de media vida enfundada en un maillot. La carrera de una bailarina de ballet es dura y precoz. Para tener proyección profesional es necesario empezar a una edad temprana. En su caso, a los cuatro años. A los 14 se dio cuenta de que quería seguir haciendo 'pliés' y 'relevés', que eso ya no era un hobby. Iba a ser su profesión.
Ningún bailarín se vuelve exitoso únicamente con su talento natural. Deben trabajar duro y perseverar. Entregar años de su vida, sudor, lágrimas y en ocasiones hasta sangre para poder actuar en un escenario. Y Cristina no fue una excepción. «Estoy todo el día haciendo formación. Después del Grado Profesional de Danza Clásica empecé con los exámenes del Consejo Internacional de Danza». Ahí gustó. Y mucho. Tanto que la ofrecieron trabajar con ellos. Se trata del único organismo público de danza que hay en España y está avalado por la Unesco. Dentro, conviven todos los tipos de danza que existen. «Soy examinadora de clásica y contemporánea. Empecé siendo miembro hace unos 10 años y durante el confinamiento me llamaron para ser examinadora», comenta con modestia, pero la realidad es que ella es la única que hay en toda España en su modalidad.
Ahora, contagiada de la fiebre del ballet, está dispuesta a ponerse a prueba. Solo piensa en el Mundial de RivieraMaya y en lo que se lo va a tener que «currar» para traérselo a casa. «Hay gente muy buena, pero el año pasado quedé tercera. Voy bastante confiada. Creo que puedo lograr una buena posición», sueña con el entusiasmo a flor de piel Cristina.
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