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«Cómo se entra aquí?» -bromeo cuando llega la hora de subirse al ring-. «Como puedas», responde él con una sonrisa cómplice. Llevábamos compartiendo ... más de una hora de grabación, hemos estado muy cómodos durante la entrevista, pero llega el momento de intercambiar guantes para finalizar el vídeo que preparamos para eldiariomontanes.es. Desde la atalaya de la tranquilidad de un joven de 26 años que en reposo tiene menos de cuarenta pulsaciones, intuye mi inquietud-agitación en ese momento. Está en lo cierto. Es mi estreno en un cuadrilátero y con un campeón de Europa. «¿Estamos locos? ¿No hay otro sparring?», pienso. Sé que no me va a hacer daño, me lo ha prometido al inicio de nuestro encuentro: «Si te portas bien y no me haces muchas preguntas con maldad, no te golpearé», apunta sonriendo.
Estoy convencido de que Sergio García me va a dejar disfrutar haciendo guantes con él. Mis nervios son de otro tipo. No es la primera vez que me pongo el casco para pelear, pero sí en un ring. Esto es otra cosa. Son palabras mayores. Quiero estar a la altura, al menos durante esos tres o cuatro minutos que dura el intercambio de golpes -doy yo, él sólo me acaricia sin maldad-. «¡Mario, real!», me anima cuando mis guantes conectan algún directo sin fuerza en la línea de flotación (dura como una pared de cemento armado), esa que buscan los púgiles para dejar sin aire a los rivales. Esa que buscaron sin éxito los 29 contrincantes a los que se ha enfrentado hasta ahora en el campo profesional -y a los que derrotó-.
¿Dejar sin aire a 'El Niño' García? Nadie lo ha conseguido hasta ahora. Y es ahí, en la extraordinaria preparación física, donde radica gran parte de su triunfo. Sesiones de entrenamiento de mañana y tarde, gimnasio, ejercicios de explosión más o menos intensos según la fecha de la pelea... Un físico envidiable -innato y trabajado- que amolda cuando se aproxima la competición con una disimulada facilidad que conlleva los sacrificios que no se ven. Dar el peso en su categoría superwélter (máximo 69 kilos) no debe ser tarea fácil, pero para él -ahora pesa 80- forma parte de la rutina cuando en la hoja de ruta está fijado un combate profesional.
Preparación física y... mental porque no todos los días son iguales. En esas jornadas de bajón «no puedes decir 'hoy no me apetece y no lo hago'». Lo tiene claro por una simple pero crucial razón: «El día que me empiece a pasar eso, pensaré en dejarlo, en retirarme porque es peligroso no subir (al ring) al cien por cien», me cuenta mientras trotamos por las calles de Torrelavega en el primer 'asalto' de nuestra entrevista cuerpo a cuerpo. Ya en su oficina -el Gimnasio Kronk-, Sergio comparte los recuerdos de sus comienzos mientras saltamos a la comba. «La primera vez que entré aquí vine con dos amigos que ya entrenaban. Me animaron a empezar y mira por donde...». Se le dio bien el boxeo -con esas cualidades hubiese triunfado en cualquier otro deporte- y comenzaron las peleas hasta que en 2012 saltó al campo profesional. Siete años después y ya con el cinturón de campeón de Europa recuerda los combates más duros y peligrosos, «sobre todo con esa gente a la que llaman jornaleros, que no tienen nada que perder y van a por todas». Peleas como la que tuvo al inicio de su carrera deportiva con un portugués que le tiró a la lona de un golpe. «Fue mi segunda pelea y ahí se demostró que, si no llego a ir bien preparado físicamente, ese chico nos hubiera ganado y no habría Sergio García ahora». Pero no fue así. Se levantó y acabó ganando por KO la pelea. Empezaba a forjarse un campeón del noble arte.
Que había materia prima era innegable, pero también trabajo por hacer. Y ahí entra en juego Víctor Iglesias, su entrenador, el jefe de la oficina. Cuando Sergio García habla de él su semblante transmite respeto. «Al principio era la relación de un profesor y un alumno, pero día a día nos hemos ido uniendo y al final es una relación de familia», sentencia.
Antes de subirme al ring nos ponemos los guantes y seguimos con nuestros 'asaltos' particulares mientras conversamos. Mis pulsaciones suben porque no es fácil hablar y golpear a la vez y porque estoy disfrutando como un niño con 'El Niño'. Él transmite calma -la pelea de Londres ante más de 20.000 personas fue un ejemplo-, sosiego, sinceridad. Y de cerca, se aprecia desde el minuto uno otra de sus grandes virtudes: su humildad. Nada que ver con el estereotipo de boxeador excéntrico que busca notoriedad dentro y fuera del ring. «Sergio es así, como le ves, un chico muy sencillo, muy humilde. Sería algo así como Iniesta en fútbol», me dicen. Con los pies en el suelo, pienso mientras impacta sus guantes en los míos haciendo manoplas. «Ahora estamos -habla en plural- arriba, pero hay que diferenciar entre quién ha estado contigo desde el inicio y quién es un oportunista y quiere aprovechar el momento».
Sabe también que esto es deporte y está preparado para gestionar los instantes malos que pudieran llegar. «Claro que lo pienso», reconoce. Pero no es el momento. Aún espera que «esto dure mucho tiempo y que sigamos compartiendo momentos exitosos». Toca disfrutar y encajar «muy bien» todos los reconocimientos que le están llegando, sobre todo en su ciudad, Torrelavega. «Son cosas bonitas que quedan para el recuerdo», como el pabellón multiusos de La Lechera que lleva ya su nombre.
No todo es boxeo en la vida de Sergio García. Su prioridad es «disfrutar de mi entorno, con mi familia, mi pareja, mi pequeño, mis amigos». Y si es con una buena comida, mejor. «Me gusta comer de todo, de puchero... ¡Esa es la perdición! Y hojaldre de Torrelavega, de postre», se ríe. Compagina el boxeo con su trabajo de feriante. La última bolsa que ha ganado en Londres le ayudará sin duda. «Mis primeras bolsas eran de 600 euros a cuatro asaltos, la última se multiplica por mucho», vuelve a reírse.
Llega la hora. La entrevista se acaba. Estoy sentado con el casco en la esquina azul y enfrente tengo a un campeón de Europa. Víctor Iglesias no quiere protagonismo en la entrevista, pero se acerca en ese momento. Le pido que me ponga el protector bucal, rebusca en mi mochila y me lo da. Estoy preparado. En la esquina roja veo a Sergio ejercitarse lanzando unos ganchos al aire. Mis pulsaciones van en aumento seguro. Se acaban las palabras, en el ring estamos él y yo -con Pablo Bermúdez y José Carlos Rojo grabando y Luis Palomeque haciendo fotos-. Intercambiamos los primeros golpes. «Pega, pega sin miedo», me anima. 'El Niño' me deja hacer, sabe que estoy disfrutando ahí arriba haciendo guantes con un campeón de Europa. Acaba el asalto final. Nos abrazamos. Estoy feliz.
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Ana del Castillo
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