
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«Aquí vivimos bien». La frase, de primeras, choca. Al levantar la vista y ver el entorno, con el Buciero a un lado, el mar ... a otro y una amplia extensión de terreno salpicada con recintos deportivos como zona de expansión se puede pensar que sí, que merece la pena. De repente suena la megafonía, que llama a los soldados al cuartel, un cuartel con rejas. Como recuerda uno de los funcionarios, una jaula. De oro, probablemente la mejor del mundo, pero una jaula.
En la cárcel del Dueso es un día especial. Se celebra la Merced, es festivo, casi nadie trabaja y, para rematar la jornada, hay una exhibición de bolos, una partida con ocho bolistas de nivel que comparten tiradas y risas con jugadores improvisados, algunos más que otros. La bolera está impoluta gracias a un excampeón regional que, además de mantener el cutío, organiza entrenamientos y concursos con sus compañeros. «En el último han tirado 27, hacemos primero una clasificación y luego una final con los ocho mejores», aclara.
Mientras los bolistas lanzan a la mano o al pulgar por el corro aparecen presos de diversa condición. Los hay con condenas mayores, los hay a punto de salir, aunque todos comparten la filosofía de decir cuánto llevan allí, pero no cuánto les queda para lograr la libertad. Los hay de apenas veinte años e, incluso, de más de 90. Están en la que, palabra de un funcionario, es la mejor cárcel de España y posiblemente del mundo. El Dueso está en obras para que cada dos celdas se conviertan en una, incorporar ducha en la chabola y que los presos tengan más autonomía.
La partida avanza y los presos se incorporan al juego junto a los 'profesionales'. Entre ellos está Adrián Hoyos, organizador del encuentro junto a Miguel, el coordinador de deportes del centro. Alguno tira unas bolas y en seguida se cansa, aduciendo que él sí ha trabajado por la mañana en la lavandería, pero se encarga de que a los jugadores no les falte agua. Un trabajo, el de la lavandería, que forma parte de la rutina habitual del mundo en miniatura que es El Dueso.Tras el toque de diana los internos desayunan, se asean y, los que tienen tarea, acuden a su responsabilidad. A eso del mediodía el trabajo da paso al tiempo libre hasta las 13.00 horas. toca comer y descansar hasta las 16.00 horas, cuando salen al patio y aprovechan hasta el toque de queda en el patio. «He estado en varias cárceles y esta es la mejor, sin duda», asegura un trabajador, que rápidamente aclara. «Sólo se ve lo bonito, por debajo hay un submundo diferente».
Todos los internos que pululan por la bolera están en segundo grado, el más habitual. Hablan con los jugadores, preguntan, contestan a las curiosidades de sus interlocutores. Disfrutan con la visita. Con el ocaso los presos vuelven a su guarida. Las nuevas celdas mantienen la litera, aunque un muro separa la zona de dormir de la del aseo. «Buscamos un compañero afín para estar más a gusto», apunta uno de los que mantienen la puerta abierta a la espera de la cena. Se abraza a su compañero y sonríe. «A veces encontramos personas normales», sonríe. Eso es fundamental. Sonreír pese a todo.
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Ana del Castillo
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