Las mil sensaciones en un viaje por el cielo de los rallies

Uno, que se ha subido a unos cuantos coches de rally, comprueba que un 'pata negra' del Mundial es diferente a todo. El Diario Montañés tuvo el privilegio de sentarse a la derecha de un piloto mundialista en un coche mundialista. En la primera jornada, de puertas abiertas, en la Carrera de Campeones en Quijas, copiloto de Dani Sordo en el Hyundai i20 WRC con el que ganó en Cerdeña en los años 2019 y 2020. Casi nada.

El calor del interior del coche contrasta con el frío que hace en el circuito de La Roca. Apenas ocho grados. Y llueve. El piloto más veterano del Mundial, con 18 temporadas a cuestas, hace las últimas comprobaciones. «¿Todo OK?», pregunta. «Preparado», acierto a responder enclavado en el asiento. Los varios cinturones de seguridad, el casco, el hans para que nos oscile el cuello... Apenas me puedo mover.

El Hyundai arranca y comienza su particular sinfonía de sonidos. Además del motor, se oyen las transmisiones al subir o bajar las marchas. En las gradas, a pesar de lo desapacible del tiempo, hay muchos espectadores. Pero apenas da tiempo a verlos. Pasan muy rápido. Además, voy un poco más bajo que Dani Sordo, por aquello de la compensación de pesos en un coche de rally. Me imagino por unos segundos ser Carlos del Barrio en esos rallies de Cerdeña, cantando notas. Y me doy cuenta de que es algo que me resultaría imposible. Si en un circuito cerrado y en una exhibición apenas puedo concentrarme en disfrutar de las sensaciones, leer notas sin equivocarse en una sola en un coche que va a toda velocidad por una carretera, o en otros casos pista o páramo lleno de nieve tiene que ser algo, sencillamente, inexplicable.

Algo propio de personas como Dani. El Hyundai responde al milímetro a las órdenes de su dueño. Impresiona cómo lo hace. Parece que conducir una bestia de unos 380 caballos es lo más fácil del mundo. El coche va 'suave' y Dani lo tiene todo controlado en todo momento. Ayuda a que damos vueltas al circuito La Roca, propiedad de la familia y en el que a buen seguro el piloto mundialista podría pilotar de igual forma dormido.

Pero lo que más impresiona de un coche del Mundial de rallies no es lo que corre, sino lo que frena. Tras la zona más espectacular del circuito, el salto –y son 25 metros con el Hyundai en el aire, tras los que aterriza de lo más suave gracias a las suspensiones,–, una recta da paso a una 'escuadra' a la derecha. Y en apenas 15 metros, Sordo pone a su máquina a la velocidad adecuada para negociar la curva. En casi todos los giros se ayuda del freno de mano, una pequeña palanca al lado del volante.

«¿Cómo vas?», pregunta tras varias vueltas el piloto a su ocasional compañero de viaje. La respuesta afirmativa le anima a poner de lado el coche en una de las curvas. Al final de esa vuelta el viaje concluye. Eso sí, con un par de 'ceros' para deleitar a los aficionados, a los que poco parece importarles la lluvia o el frío.

Al bajarme, la memoria vuela hacia un cuarto de siglo atrás. A una entrevista a un chaval de 15 años en El Diario Montañés que había crecido entre coches y que acompañaba a su padre allá donde competía. «Yo solo quiero divertirme en las carreras y ayudar a mi padre cuando el circuito –el Karting La Roca– esté terminado». Ese cuarto de siglo ha convertido a ese chaval en uno de los pilotos más respetados del Mundial. Y este sábado ayudó –y de qué forma– a comprender por qué los coches y los pilotos del Campeonato del Mundo están a un nivel superior a todo lo que uno se imagina.