
Paloma del Río, la voz de los deportes minoritarios
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La legendaria periodista que enseñó a los espectadores los secretos de la gimnasia, el patinaje y la hípica se jubila tras 37 años de trayectoria y 16 Juegos OlímpicosLas más de 6.000 personas que asistían el domingo a la final del Mundial de gimnasia rítmica en el pabellón de la Feria Valencia ... comenzaron a gritar un nombre: «¡Paloma, Paloma!». Y no coreaban a una campeona del tapiz, sino a una de las periodistas que más ha hecho por los deportes, sobre todo por los minoritarios, en España. Era la última retransmisión de la carrera de Paloma del Río (Madrid, 1960), la legendaria periodista de Televisión Española que en las últimas décadas ha enseñado a todo un país los secretos de la gimnasia, del patinaje, de la hípica o de los saltos de trampolín. Un verso de 'El Perro del Hortelano', de Lope de Vega, elegido por ella, sirvió como despedida. «Yo me voy, señora mía, yo me voy, el alma no».
Nueve Juegos Olímpicos de verano y siete de invierno, además de infinidad de mundiales y europeos, se acumulan en los 37 años y medio de trayectoria de esta profesional. Igual que Mari Carmen Izquierdo, Olga Viza o María Escario, Del Río pertenece a una generación de mujeres «cañeras», como ella misma las define, que rompieron el techo de cristal del masculinizado periodismo deportivo. Superaron los prejuicios y también hicieron frente al acoso sexual. «Tuve un par de jefes que se sentaban a mirarte con lascivia. Uno de ellos llegó a ponerme las manos en el pecho. Me di la vuelta y le pregunté si le gustaría que se lo hicieran a su hija», explicaba la periodista en una de las múltiples entrevistas que ha concedido en los últimos días. El 'caso Rubiales', que ha coincidido con su despedida de la televisión, le produce «vergüenza ajena y bochorno». «Son comportamientos arcaicos que han durado mucho tiempo. Estaban mal hace 30 años y están mal ahora».
La primera retransmisión de Paloma del Río fue un partido de tenis de mesa en 1987. Como ella también jugaba, se sabía el reglamento, y de aquel estreno sacó una conclusión: debía ser muy rigurosa cuando se pusiera delante de un micrófono, y tan a rajatabla llevó este mandamiento que hizo los cursos de juez de gimnasia, tanto artística como rítmica, la mejor manera de conocer a fondo las disciplinas de las que hablaba. «Son deportes en los que no es fácil decir quién ha ganado y quién ha perdido. Por eso hay que explicar las nociones técnicas», cuenta. Quizá esa haya sido la clave de que millones de televidentes se hayan enganchado a la gimnasia o al patinaje sobre hielo: puede que no entendieran demasiado del deporte, pero sabían que si escuchaban a Paloma del Río, en las siguientes dos horas acabarían descubriendo qué era un doble planchado, un triple axel o cualquiera de los arcanos de los deportes minoritarios. «Si alguien lo ha aprendido, he hecho bien mi trabajo», dice con modestia. Y eso que durante muchos años poca gente le puso cara, solo su inconfundible voz, hasta que por fin en las retransmisiones también empezó a enfocarse a los comentaristas.
La vida y el éxito profesional de Paloma del Río no se entenderían sin los Juegos Olímpicos. Los de Seúl en 1988 fueron su salto a la piscina, casi de forma literal. Le tocaron las retransmisiones de trampolín porque no había nadie para hacerlas, y las compaginó con las de gimnasia, el deporte al que su voz siempre permanecerá ligada. Pero fueron los siguientes Juegos, los de Barcelona, los que guarda en el corazón con singular cariño, y especialmente, la medalla de plata de Carolina Pascual en rítmica. Barcelona fue «el punto de inflexión del deporte español», analiza. También sus peores recuerdos llegaron en citas olímpicas: el atentado en Atlanta 1996 y las medidas de seguridad extremas en los Juegos de Invierno de Salt Lake City, «un calvario».
Del Río es un perfecto ejemplo de que el comentarista puede ser preciso y pasional a la vez. «Cuando un atleta español está a punto de conseguir una medalla, me sudan las manos, empiezo con taquicardia», relata. Y sin embargo, la periodista era capaz de compartir la misma emoción cuando no había españoles y los competidores eran norteamericanos, canadienses, rusos o franceses. En algunos casos, el espectador tenía la sensación de que Del Río había compartido con todos ellos sus entrenamientos, dada la solvencia con la que hablaba de sus ejercicios.
Pero el compromiso de la periodista va más allá del deporte. En 2015, «con toda naturalidad», anunció públicamente que era lesbiana, lo que la convirtió también en un referente para el colectivo, y desde entonces comenzó a aparecer en las listas de los LGTBI más influyentes. «Si con estos gestos puedo ayudar a alguien a que no tenga sufrimiento, ha merecido la pena. Pero no dejo de insistir en que aún existe desigualdad», proclama, antes de poner el foco en el fútbol, un deporte que, considera, está hecho por hombres para hombres heterosexuales. «Me gustaría ver los contratos de la gente en el fútbol, porque creo que existen cláusulas por las que un chico o una chica que es homosexual no puedan hablar abiertamente de su condición sexual. En el mundo del fútbol, parece que no existe la homosexualidad y ¡vamos que si existe!».
Reconocida con la Medalla de Oro de la Real Orden del Mérito Deportivo del Consejo Superior de Deportes y con un Ondas a la mejor presentadora, entre infinidad de galardones, Del Río no duda en asegurar que para ella, el mejor premio es el cariño de los espectadores. La ovación en Valencia, los miles de mensajes que ha recibido en las redes sociales y el respeto de los deportistas han sido su medalla de oro. Y aunque en París 2024 ya no estará trabajando, se plantea acudir como espectadora o, seguro, verlo desde su casa. «Antes incluso de estar en TVE, me cogía las vacaciones en la semana de agosto que había mundial o europeo de atletismo. Esa es mi locura por el deporte».
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