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Guillermo Balbona
Sábado, 20 de febrero 2016, 14:47
"No envejezco porque el Racing me mantiene vivo". Una confesión convertida en expresión de una forma de ver el mundo. Nunca recurrió a la capa como Superman. Le bastaban un chándal, un paseo por El Sardinero, mucho sentido común y una permanente devoción, honestidad ... y entrega al club de su vida. Nando Yosu ha sido el salvador por excelencia, el hombre de los milagros. Una trayectoria, como jugador y técnico, tras la que asoma un gran tipo. Todo proyecto colectivo tiene sus iconos y sus mitos, su altar laico donde la pasión se canaliza a través de una figura de referencia. En el Racing de memoria reciente ese lugar lo ocupa Fernando Trío Zabala, Nando Yosu, nacido el 8 de julio de 1944 en Munguía (Vizcaya), inusual caso de entrenador convertido en ídolo de El Sardinero. Hace más de tres décadas se sentó por primera vez en el banquillo de los viejos Campos de Sport y comenzó una travesía que incluyó su incorporación en el 93 al cuerpo técnico de la selección española de la mano de Vicente Miera. Un año después regresaba a Santander para transformarse en ese héroe sanador de todos los males. En cuatro ocasiones cogió al equipo al borde del abismo. Y otras tantas le salvó.
Su fidelidad al club, más bien querencia, queda destacada como entrenador, pero también reflejada en múltiples facetas según las necesidades. Todavía a sus 72 años se ponía al frente del equipo por cuarta vez. Un periplo que inició primero con el banquillo en propiedad de 1977 a 1979 y después relevando a Miera, Marcos Alonso y Lucas Alcaraz.
El Yosu jugador (alineado en el Racing de 1958 a 1961 y en 1963-1964, jugó 130 partidos y logró 25 goles) empezó a despuntar en la playa, como los buenos canteranos del Cantábrico. Luego formó parte del Nueva Montaña hasta que fue fichado por el Racing, cesión al Rayo Cantabria incluida. Su biografía daba un salto notorio al recalar en el Valencia, con el que ganó las dos Copas de Ferias previas a la que se adjudicó el Zaragoza de Los Magníficos en 1964. Traspasado al Athletic de Bilbao, su último tramo como jugador transcurrió entre el Pontevedra y el Calvo Sotelo, dejando una estela de 400 partidos en Primera. Como centrocampista siempre se recuerdan sus dos goles al Barça en el partido de ida de la temporada 61-62 (6-2).
Lo que hoy se conoce como efecto Yosu el hombre maduro, siempre grato, reflexivo, que sabe guardar su carácter para administrarlo con sabiduría más que con vehemencia, es fruto de una aventura por los banquillos que comenzó, tras tomar la alternativa con la Gimnástica, en el club santanderino al hacerse cargo de los juveniles y, posteriormente, de segundo de Maguregui. La senda iniciática, no obstante, se forjó a través de diversos clubes en un trayecto que discurre por el Oviedo, Linares, Granada, Ourense, Alavés, de nuevo Granada, hasta regresar al Racing, de donde ya no saldría. La particular crónica como jefe de bomberos, en los momentos delicados del equipo, abarca diez años desde el primer milagro de la campaña 1995-1996 al ocupar la plaza que dejó vacante Miera. La operación Yosu se saldó con unos números bastante buenos. Y el Racing en Primera. El siguiente recado le llegó en la temporada 1997-1998. Se sentó en el banquillo todavía caliente de Marcos Alonso. Aplicó su fórmula y volvió a acertar. La pócima mágica del brujo de Munguía funcionó siempre en los casos desesperados. Y así en el campeonato 2004-2005, tras suceder a Alcaraz, y en la liga 2005-2006. Manolo Preciado dijo que se rendía. Y Yosu tomó el relevo, acompañado por Merino. El técnico acabó manteado por sus jugadores en El Sardinero, en una foto histórica.
"En los entrenamientos, las palabras justas. Pero también las necesarias". La sentencia de Yosu transparenta la personalidad de una labor mezcla de exigencia y cariño, de carácter y afecto. Y la apuesta por los jóvenes marcó otra de las señas de identidad de su quehacer. Una fidelidad que ha tenido su justa y lógica consecuencia en un reconocimiento popular: las instalaciones de La Albericia llevan su nombre. Una leyenda del fútbol, Paco Gento, lo dejó claro: «A Nando habría que hacerle un monumento». Medalla de Oro al Mérito del Deporte, el técnico ya retirado ha sido el verdadero «talismán y espíritu del Racing».
Un hombre sencillo y entrañable, cuyo retrato cotidiano era el de ese paseante matinal, con el chándal del equipo, que plasma una de las estampas santanderinas más familiares. El deportista, el hombre, confesaba la medida de su sentimiento durante un acto público: «Para mí el Racing lo ha sido todo, os puedo asegurar que mi sangre no es roja, es verdiblanca».
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