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Los Campos de Sport registraron ayer una entrada que podría haberse dado en una mala tarde en esta terrible Segunda División B: 3.045 personas en las gradas. Aun así, muy pocas veces ha habido tantas personas juntas en España desde mediados de marzo. Pero el ambiente se parece al de un día de fútbol como un huevo a una castaña. Es lo que hay. Pandémicas las lentejas. O las tomas o las dejas. Lo único que no ha cambiado en esta nueva anormalidad es lo que sucede dentro de los límites del 105x68 durante los noventa minutos de juego. La entrada escalonada deja los aledaños del estadio como un páramo; la distancia de seguridad aleja a unos racinguistas de otros y las mascarillas opacan las voces de ánimo. El fútbol necesita una vacuna contra ese maldito virus con forma de balón espinoso.
Mientras tanto, la afición verdiblanca anda como grogui. No es extraño con tanto mareo. Durante la pretemporada, que si mil espectadores máximo. Hace un par de semanas, que al estadio podrán entrar 6.666. El miércoles, espera que aún no lo han aprobado. Lío en las taquillas y en internet. En la tarde del viernes, el Gobierno de Cantabria cumple con lo pactado, pero ante el escaso margen de maniobra, la reserva de localidades quedó limitada a la web, con el euro de la discordia por 'gastos de gestión' y el sábado, el mismo Ejecutivo recomendó a todos los ciudadanos de la Comunidad Autónoma a autoconfinarse. Acaba uno como las maracas de Machín. Sobre todo por aquello de las contradicciones. A pesar de todo, el Racing mantuvo el plan. Quizá porque dar marcha atrás habría generado un caos de enormes dimensiones. Para el próximo partido en casa, dentro de dos semanas, el covid dirá. Al club, como a la sociedad, le resulta imposible hacer una previsión.
El club pidió prudencia a sus aficionados y estos respondieron con prudencia. Tanta, que los más de 7.000 abonados del club no agotaron las 6.666 entradas disponibles. Ni las intensas ganas de la vuelta a la competición rompieron la cautela general.
Las 25 puertas del estadio abrieron antes incluso de las 16.00 horas previstas para permitir el acceso del público. Algunas de las verjas chirriaron después de tanto tiempo cerradas. No ya por la hasta ahora falta de aficionados en el fútbol, sino porque, habitualmente, en los Campos de Sport no se habilitan todas. Por eso, hubo que aumentar el personal, tanto en forma de voluntarios como de cuerpos de seguridad.
Lo cierto es que las dos horas de plazo para ir a pasar los controles y tomar asiento fueron largas y, aunque gran parte de los abonados apuraron algo de tiempo, dentro de lo prudencial, la cantidad de puertas permitió que apenas se produjesen acumulaciones en las colas de entrada.
A esas 16.00 horas en los aledaños del estadio había más uniformes de seguridad que bufandas y camisetas racinguistas. El dispositivo estaba preparado, para recibir a los seguidores y también a los equipos. Los verdiblancos estaban citados a las 16.30 horas, pero ya media hora antes se dejó ver por allí el croata Bernardo Matic, andando, y buscando la puerta por la que debía acceder. Tras él, en sus coches, el resto de sus compañeros. Y también los cuatro jugadores cántabros y los técnicos montañeses del Portugalete, que llegaron de casa al estadio antes que el resto de la expedición vizcaína, cuyo autobús hizo acto de presencia a eso de las 16.15 horas.
Todos, desde los ocupantes del palco hasta el jardinero, pasando por los voluntarios de los accesos o el que junta estas letras, absolutamente todos, pasaron por el disparo del termómetro y el baño del gel hidroalcohólico.
Al menos las manos quedan libres para aplaudir, que es lo que hizo la parroquia verdiblanca cuando el colegiado señaló el pitido inicial. Había sincio de competición, pese al descenso racinguista. Y aunque las medidas de seguridad desperdigaron la Gradona de los Malditos y no hubo la tradicional coordinación de la platea más animosa del estadio, de vez en cuando, en diversas zonas del estadio, se improvisaron cánticos de apoyo al equipo. Y también alguna que otra protesta cuando la cosa se puso chunga o cuando a Pablo Torre, el niño racinguista, le arrearon demasiadas veces.
Para acceder a su localidad, los abonados debieron llevar la entrada impresa o en el teléfono -las taquillas sólo estuvieron abiertas para resolver incidencias-, el carné y el Documento Nacional de Identidad. Y ya en su asiento, solitario o compartido si asistió con convivientes, con la boca siempre detrás de la mascarilla. Prohibido comer. Prohibido fumar. Solo estuvo permitido beber e ir al servicio. A los que había habilitados. De hecho, pese a que los bares de los pasillos interiores del estadio se cerraron para evitar aglomeraciones, esta vez las bebidas fueron a buscar a los consumidores por las gradas.
Y cuando se acabó el partido, con el malestar por la triste imagen del equipo, los presentes abandonaron poco a poco el estadio. Sin sobresaltos ni aglomeraciones. Otra vez repartidos por cada una de las 25 puertas abiertas para acceder y salir del recinto. Todo salió prácticamente a la perfección.
El Racing pudo jactarse ayer de convertir los Campos de Sport en un lugar seguro en medio de esta limitante pandemia, mientras las terrazas de los bares o el paseo de El Sardinero lucían una imagen similar a la de cualquier soleada tarde de domingo del pasado verano. Una situación prácticamente pionera, además, en la que muchos otros clubes podrán tomar nota de cara al futuro.
Para apoyar la campaña de comunicación del Gobierno, la megafonía sugería a los fieles regresar directamente a casa. Claro que algunos podrán pensar. ¿Y entonces por qué fútbol sí? Ahora habrá que ver si el Gobierno de Cantabria, después del paso atrás del sábado, opta por retirar el permiso al club verdiblanco para que sus aficionados acudan, sin sobrepasar esa extraña cifra de los 6.666 espectadores, de cara al próximo choque en los Campos de Sport. Los números, la curva, decidirán qué es lo que sucede.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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