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Sergio Herrero
Gijón
Sábado, 8 de marzo 2025, 13:11
Qué bien hubiese venido, a la entrada de Gijón, alguien con un cuentapersonas. Clic, clic, clic... Un racinguista. Dos racinguistas. Tres racinguistas. La llegada de ... aficionados verdiblancos a la ciudad asturiana fue un goteo constante. Porque, además, el fútbol moderno y las restricciones de entradas hacen que lo de que las peñas viajen en autobús sea muy complicado. Así que, cinco en un coche, tres en otro, seis en una furgo... Familias, amigos, parejas... Así hasta... ¿Mil? ¿Dos mil? ¿Tres mil? Difícil de estimar. Lo que está claro es que las menos de 600 entradas que mandó el Sporting a Santander se quedaron muy cortas. Por las estimaciones del club asturiano, en las gradas eran más de 3.000. En la ciudad, bastantes más.
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Y claro, con tanto vehículo en los alrededores de El Molinón, había que buscar aparcamiento. Los primeros pillaron bien, pese a que, una vez más, el gran aparcamiento del estadio quedó inutilizado. Además, a mediodía arrancaba allí cerca la manifestación del 8M. El verde y el morado se fueron mezclando.
En la plaza de Campu La Guía, donde el racinguismo se había citado a las 13.00 horas, el grueso de la afición se hizo de rogar. Había tiempo de sobra para disfrutar del día. Aunque algunos ya esperaban impacientes por allí y otros aguardaban en los establecimientos cercanos. De momento, café. «Voy a ir sacando los vasos de plástico, que es lo que nos recomienda el FBI», bromeaba con acento asturiano un camarero.
El desplazamiento del Racing a Gijón, que es como el Ribadesella 2.0, es un viaje de puntos señalados. No hay día en que Manolín esté más acompañado. Preciado retrato. Visita obligada. Con los colores racinguistas o con los de casa.
De lo que no tiró el racinguismo fue de la fan zone instalada por el Sporting en el recinto ferial cercano al estadio. Alguna bufanda verdiblanca suelta, entre una mayoría de aficionados locales. Había otros focos de mayor interés para los aficionados cántabros.
Como la playa de San Lorenzo. El paseuco, que no falte. Estaba nublado, pero la temperatura era buena. Así que, entre locales y turistas, bufandas, camisetas, lábaros... Distintivos con los que se puede caminar tranquilo por Gijón. «A ver si ascendéis, que os lo merecéis. Mientras que no ascienda el Oviedo...», decía otro camarero en Campu La Guía. «Porque nosotros este año, con no irnos al hoyo...». Alguna gota impertinente cayó sobre la ciudad.
Hora para el avituallamiento. Algunos, entre caña y caña. Alguno hizo picnic en el parque. La mayoría, mesa y mantel. Cocido o cachopo. Cocido y cachopo. Y sidra. Mucha sidra. Siempre hay algún cántabro valiente que osa escanciar. La mayoría de las veces, con dudoso éxito. Pero las risas ahí quedan. Por poner un ejemplo, en la sidrería Tropical, en pleno Muro de Gijón, ganaron los verdiblancos. En el primer turno de comidas, victoria por cachopada. En el segundo, estuvo la cosa un poco más igualada, pero triunfo también por la mínima.
Y, de repente, a eso de las cuatro, el racinguismo se hizo fuerte en los aledaños del estadio gijonés. La plaza Campu La Guía ya estaba tomada hace rato. Y varios centenares de aficionados esperaban en una esquina de El Molinón la llegada de la expedición verdiblanca, que velaba armas en un hotel a apenas 300 metros del estadio.
Con el equipo ya camino de los vestuarios, muchos de estos se desplazaron para hacer aún fuerza en el corteo. La larga fila de aficionados racinguistas ocupaba 300 metros en línea recta. Desde el puente sobre el río Piles que une el Palacio de los Deportes de Gijón con la estatua de Manolo Preciado y la esquina entre la avenida del Doctor Fleming y la del Profesor Pimentel. La figura del técnico astillerense vio pasar por allí, orgulloso, a sus paisanos, aunque a alguno se le escapasen cánticos despectivos hacia el club local. Gol de Panichelli en el Mirandés-Oviedo. Todos contentos, de momento.
A toda esa gente había que meterla en el estadio –también hubo quienes se desplazaron sin entrada. La fiesta era suficiente excusa. A verlo a un bar–. Y, como se veía venir, aparecieron desperdigados por prácticamente todas las gradas del recinto asturiano. Ni las restricciones ni los precios ni los kilómetros... La ilusión que persigue al racinguismo es demasiado fuerte como para detenerse. «Invasión, en El Molinón», comenzaron a cantar. Y algo de eso tuvo, aunque de buen rollo.
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