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Sentado en su localidad de Preferencia Oeste. Apenas quedan unos minutos para que arranque el partido. El Sardinero está lleno. Se ha vendido todo el papel. Es de noche cerrada y el Racing puede colocarse, si gana, en la mejor posición de los últimos doce ... años. Están a punto de saltar los jugadores al césped y... De pronto, en La Gradona se levanta un tifo de no menos de diez metros de alto y otros tantos de ancho que abarca toda la zona de detrás de la portería. La imagen refleja el rostro en blanco y negro de una persona con barba blanca y sonriente. Le rodea una inscripción en latín: «Fidelidad eterna al escudo». De repente se escucha. «¡Mauricio, pero mira, que eres tu!». Mauricio Gómez González (Santander, 1938) se pone de pie. Lleva una bufanda verdiblanca enroscada al cuello. «¡Madre mía, pero si ese soy yo!». No se lo puede creer. A sus 83 años de socio le han puesto una guinda. «No sabía nada. Es fabuloso. Me han hecho pasar el día más feliz de mi vida». Esta tarde en 'El Añadido' ha recordado ese momento y lo que ha supuesto, y, como no, las perspectivas del Racing tras la victoria del domingo.
Mauricio es el socio número uno del Racing y los miembros de La Gradona decidieron utilizar su figura como ejemplo para demostrar lo que significa el racinguismo. «No sabía qué hacer. Todos los compañeros se hacían fotos conmigo, me daban abrazos... Fue algo que no puedo explicar». A Mauricio es difícil que el Racing le dé sorpresas que no le haya dado ya el camino de un siglo de amistad. Las ha visto «de todos los colores, buenas y malas, y peores y mejores», pero la del domingo le cogió por sorpresa. «¡Cómo iba yo a pensar que me iban a hacer una pancarta de esas tan grande!»
El domingo fue un día eterno para él, como su fidelidad. Por la mañana no faltó en Tetuán, «con Yosu, Preciado y el que 'inventó' el Rayo Cantabria, Meñaca. Fuimos a ponerles unas flores». Y luego, a sus 86 primaveras se fue de pasacalles. «Sí, sí. Fui por el túnel, con los chicos, hasta El Sardinero. Yo soy muy andarín», recuerda sin darle la importancia que tiene. «El partido fue tremendo y luego me encuentro eso, pues imagínense», explica Mauricio, que no pegó ojo por la noche. «Ni un minuto. No dormí nada con tantas emociones».
Su lealtad de más de ocho décadas es algo que no tiene una explicación lógica. «A mí me llevaba mi padre y no sé por qué, pero ya no pude dejar de seguir al Racing». En sus años jóvenes «no faltábamos a ningún partido; viajábamos y lo pasábamos muy bien. Pero íbamos a tomar el blanco y a comer bien. No a pegarnos. El fútbol era para pasarlo bien», recuerda con cierta nostalgia. Su memoria es una computadora. Y tan pronto repasa el domingo y su tifo como «aquellos presidentes con los que he disfrutado mucho, como Manuel Huerta, Santiago Díaz, con quien estuvimos doce o catorce años en Primera, o Valle, que pagó aquella deuda de 42 millones de pesetas al vender a Corral, Santillana y Aguilar». Para la cinta y exclama: «Estuve con el argentino –Sebastián Ceria– y me causó muy buena impresión; me pareció prudente y sensato. A ver si hace cuatro fichajes y rematamos la cosa», señala, al tiempo que esboza una pícara sonrisa.
Sin preguntarle, alza la voz y aprovecha. «Es que mira que las hemos tenido. Aquel que vino y cogió dos plantas del Hotel Real y se paseaba con guardaespaldas. Al final lo pagaríamos los cántabros». La figura de Ali Syed le dejó frío a Mauricio. No le olvida.
En fin. Son heridas de guerra de alguien que sigue disfrutando como el primer día y que quiere seguir haciéndolo. «No se sí subiremos a Primera, pero si lo hacemos, no quiero estar en la cola. Hay que ir a por más». Por pedir... Y ya que está en ronda, sí que pide, o más bien ruega, «que se pongan de acuerdo con el Ayuntamiento y arreglen el campo. Los servicios y todas esas cosas. Por favor, que lo hagan». A Mauricio le hicieron más feliz el domingo todos los que comparten su pasión. Le convirtieron en casi eterno, algo que no está al alcance de cualquiera. Pero su carácter reivindicativo sigue intacto: «Es que esto es así. El Racing se lo merece». Y tú, Mauricio. Y tú, también.
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