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Álvaro Cejudo intenta controlar el balón con Seguín al acecho durante el partido de ayer en El Sardinero Roberto Ruiz
Anatomía de un cabreo
LA CONTRACRÓNICA

Anatomía de un cabreo

El gol del Amorebieta en el minuto 12 dejó los otros 78 restantes prácticamente para la basura

Lunes, 11 de enero 2021, 07:39

El abonado 3.014 ya llegó ayer a los Campos de Sport algo molesto, porque un euro no va a ningún lado, pero tampoco le parecía de recibo que le cobrasen nada por la entrada, habiendo pagado ya toda la temporada por adelantado. Cosas del club, siempre con la sensibilidad social bajo mínimos.

Además, el abonado 3.014 entró al estadio algo compungido, porque costaba imaginarse que esa tarde jugase el Racing, con tan poco revuelo por los alrededores de El Sardinero. Casi había más seguridad y acomodadores que aficionados. Pero nada puede con la fe del racinguista, ese convencimiento del «hoy ganamos», contra el que nada puede hacer la lógica. Ni siquiera le pudo el desaliento al llegar a su asiento y comprobar in situ que los peores pronósticos habían acertado: tan solo dos millares más de sufringuistas habían desafiado al frío para seguir a su equipo. Después de meses de ausencia, contemplar veinte mil butacas vacías puede llevarte al colapso. Y hundirte en un sentimiento de soledad inmenso.

Pero también podrían ser efectos colaterales de la pandemia, o consecuencia del frío siberiano que asolaba la región, así que el abonado 3.014 se concentró en corear 'La fuente de Cacho' y escrutar el panorama: volvía Matic, y Cejudo se había ganado la titularidad, y la gran promesa verdiblanca lijando banquillo. Enfrente, un rival sin mucho nombre, pero que este año pugna por el liderato. Y en el banquillo, un míster puesto en entredicho casi desde que se anunciara su contratación. Fue empezar a rodar el balón y que al abonado se le escapara un suspiro. ¡Ay! Tantos meses esperando la vuelta del Racing, y desde el primer minuto los que mordían eran los del Amorebieta. Diez minutos de tanteo, y un córner que más parecía un globo sonda desnudó a una zaga verdiblanca que no sabía ni por dónde le daba el aire. Cero a uno, y colorín, colorado. El Sardinero era Invernalia, y el frío congeló los corazones racinguistas, aunque empezó a desatar las lenguas más osadas.

Que ya no había bola que rascar fue evidente enseguida, en cuanto un zaguero visitante dejó correr el balón en un despeje que le llegaba franco, en vez de iniciar una jugada en ventaja. «Esto ya no lo mueve nadie», pensó el abonado 3.014, desencantado tras dos vejigazos seguidos -el de Figueras se comprende, pero de Bustos esperaba algo más-. Partido finiquitado en el doce, y por delante setenta y ocho minutos de la basura. Las lesiones fingidas, los lesionados de verdad que se tiran sobre la línea y consiguen arrancar tres minutos al cronómetro, y una lentitud desesperante irían mellando las esperanzas de un Racing que combatía hasta la extenuación, enzarzado en una batalla física en la que siempre perdía, pero que sobre todo parecía luchar consigo mismo. Tocados, muy tocados por la derrota en Zubieta, a los verdiblancos les costaba hasta pasar del medio campo. Los primeros abucheos preludiaban esa imagen que nadie quiere para su equipo: una bronca pitada, camino de los vestuarios. Menos mal que quedaba la segunda parte.

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En las entrañas de la grada cundía el desánimo. Los rivales no habían hecho nada extraordinario, pero el Racing todavía menos. Y Solabarrieta tiró del manual del buen entrenador y buscó un revulsivo. Pablo Torre. Se notó su presencia, pero le fueron deshinchando a fuerza de patadas y encontronazos, bendecidos por un árbitro hecho a la categoría, que hasta le regaló una amarilla. En su redil, o más bien fuera de él, el míster se desgañitaba. Entre los gritos desaforados de los más vehementes, y los reproches en forma de cántico, lo que se realmente se escuchaba era a Solabarrieta jurar en arameo. Ni cambiando defensas por delanteros conseguía reanimar a un Racing que fibrilaba. En la grada empezó a cundir el choteo, ese reír por no llorar, y se animaron con unos 'olés' envenenados, después de que Cedric desperdiciase un contraataque, cuando el portero se había resbalado. Sólo la casta de los canteranos y de Cejudo aliviaban un poco una tensión creciente, que habría vuelto irrespirable el aire de los Campos de Sport, de no ser porque era un bloque de hielo, en el que el Racing se había quedado atrapado, incapaz de reaccionar.

Cuando los delanteros verdiblancos se estorbaron en el área chica, el abonado 3.014 se frotó los ojos, y empezó a preguntarse si no se habría equivocado de recinto, y en realidad habría entrado al autocine del aparcamiento, y esa noche proyectaban 'El hundimiento', en versión racinguista.

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