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No es sólo en el fútbol. Pasa en la vida. Pocas veces, pero ocurre. Como si el hada te hubiera tocado en el hombro con la varita. Todo te sale. Todo va rodado. Siempre es sí, siempre es bien, siempre es bueno. A Quique Estebaranz (Madrid, 6 de octubre de 1965) le pasó en su año en Santander. Fue fantástico. Su carrera posterior demuestra que fue un gran jugador. Nadie lo duda. Con regate, golpeo... Incómodo para los defensas. Virtudes suficientes para compartir vestuario con Romario, Stoichkov, Laudrup, Koeman, Guardiola... Para jugar en ese Barça de Cruyff hacía falta mucho nivel. Pero lo de aquí fue otra historia. Porque Estebaranz tenía olfato y mucho gol, pero no era un goleador. Su mejor año en Primera se cerró con diez dianas en liga. Fue, precisamente, en Tenerife, el rival de este fin de semana y el equipo al que emigró después de su año como cañonero en los Campos de Sport en una campaña en Segunda. La cifra la hemos reservado para el final del párrafo: 23 goles. Pichichi.
«Los hados se pusieron favorables y existe ese componente de suerte que, además del trabajo, siempre es necesario. No daba crédito a lo que estaba pasando; ni yo mismo creía que pudiera ser el Pichichi de aquel año, pero llegué con todas las ganas del mundo y salió bien». Lo contaba él mismo en una entrevista que le hizo Aser Falagán para este periódico hace justo un año. Es frecuente verle por Santander. Por motivos personales –sólo fue un año, pero le quedó poso y un buen puñado de amistades– y, ahora, profesionales. Estebaranz trabaja para la agencia de representación que lleva al míster, a José Alberto. De hecho –ya que esto va de la ilusión que nos persigue–, al exfutbolista le gustaría quitarse con su representado la única espina que le quedó a él en la tierruca. Aquel Racing de la 88-89 acabó sexto en una categoría en la que terminaron ascendiendo cuatro equipos.
23 Goles
Es la cifra que anotó con el Racing en la 88-89.
Era el Racing de Armando Ufarte. Él se trajo al chaval desde el Atlético Madrileño, en Segunda B. «Era la primera vez que salía de casa gracias a él, que fue mi padre deportivo. Un tipo humano y futbolístico excepcional con el que aún guardo la amistad», contaba en esa charla sobre el entrenador. Compartió vestuario con Alba, Liaño, Cantudo, Revilla, Juan Carlos... Por aquí andaba Verón, aunque ya jugó poco con 32 años. De hecho, los otros dos extranjeros de aquella plantilla jugaron entre poco (el brasileño Elder, 16 partidos) y casi nada (su compatriota Julio César, tres encuentros). Estebaranz completaba ataque con futbolistas como Benito Ballent (ocho goles), Miro (cinco) o Gaby Mantilla (dos), siempre bien asistidos por un jugadorazo como Pedraza.
Tiene mucho mérito lo que hizo. Porque su primer gol no llegó hasta la cuarta jornada, contra el Mollerusa (entonces, en Segunda). Y, sobre todo, porque Estebaranz se pasó un mes y medio lesionado (se perdió seis partidos). Fueron 23 goles en 2.743 minutos repartidos en 32 tardes (31 como titular y una como suplente). Inolvidables, por ejemplo, fueron sus cuatro 'chicharros' al filial del Barça (tenían de portero a Angoy y como lateral a Endrino, que pasó por el Racing sin jugar un minuto en la histórica temporada 93-94). O los tres que le marcó al Castellón.
Cogió carrerilla y no paró. Entre marzo y abril goleó en cuatro jornadas consecutivas. Y repitió racha en el tramo final del campeonato. La entrevista del año pasado tuvo mucho que ver con los goles de Peque, que por entonces luchaba por el Pichichi con la misma camiseta. Les comparaban y eso le permitió a Quique contar cómo era su juego por entonces –y podría compararse también, aunque juegue más escorado en banda, a la trayectoria de Andrés Martín de este año–. «Yo en Santander –explicaba entonces– era delantero centro, pero me podía mover libremente. Me gustaba bajar y, si te fijas, la mayoría de los goles no eran de remate, sino de jugada; más como un mediapunta. Creo que Peque es un poco como me llamaban a mí: un incordiador de la defensa, el defensor no sabe si fijar la marca o seguirle». Lo dicho, que no era «un delantero al uso», pero ese año le entraba todo.
Esos goles y ese juego le llevaron a hacerse un nombre –uno muy bueno que incluyó vestir la camiseta de la selección–. De aquí se fue a Tenerife (los canarios fueron uno de los cuatro conjuntos que ascendió), debutó en Primera y vivió en primera persona las dos famosas ligas que el Real Madrid se dejó en las islas. Titular en los dos fatídicos partidos. En el de la primera (ya saben, el de Buyo, Pier...), incluso, marcó uno de los goles de su equipo. En total, 31 tantos en las cuatro temporadas que jugó allí.
Con 28 años y ya consolidado en la máxima categoría le llegó su gran momento. El fichaje por el Barcelona. A las órdenes de Cruyff, aunque no pudo consolidarse por la enorme competencia, vivió lo que supone ganar una Liga. Jugó catorce partidos (ocho como titular) y anotó en tres ocasiones, a lo que hay que sumar seis noches en la Liga de Campeones (incluyendo unos minutos en la final, ante el Milan, aunque ese partido no dejara muy buen recuerdo en Barcelona).
Sus tres últimos años en la máxima categoría fueron en el Sevilla (dos) y en el Extremadura (uno). Luego, el Ourense y la Gimnástica Segoviana marcaron el final de su carrera.
«Aquel año me salía todo y cuando estoy en Santander es raro que no me reconozca alguien y me diga algo del tipo: «¡Ese Quique!, ¡Ese máquina!». Un pichichi es algo que se recuerda siempre, reflexiona. Aunque, a veces, alguno se confunda: «Yo tengo una anécdota –cuenta recordando el año de sus 23 goles de verdiblanco–. Muchas veces en Santander me dicen que aquel año quedó Pichichi Quique Setién y yo siempre corrijo que no, que fui yo. Es normal que en el Racing, con lo que ha sido él, me confundan con mi tocayo».
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Óscar Beltrán de Otálora e Isabel Toledo
Fermín Apezteguia y Josemi Benítez (ilustraciones)
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