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LA CONTRACRÓNICA

Una arenga de vestuario

Expresivo. Solabarrieta vivió el partido con mucha emoción y sin relajarse ni con el O-2 del marcador

Domingo, 14 de marzo 2021, 09:21

Métodos para mantener la línea hay muchos, pero este año se impone la dieta Solabarrieta. Y es que, después de dos temporadas de pret-a-porter, qué menos que una figura estilizada para lucir como se merece en el banquillo racinguista. Aritz, espigado como para dar envidia a cualquier maniquí, no es que sea el hombre delgado de Bunbury: es que lo quema todo en cada partido.

Solabarrieta entró al campo con anorak, y frotándose las manos como si el sol de marzo no calentara. Aunque tardaría bastante poco en entrar en calor. Un par de jugadas y ya sobraba todo. Con semejante trajín, de costa a costa del área técnica, saltando, señalando, chistando a los suyos, clamando al cielo... Desde luego, para tanto ejercicio lo mejor es el chándal. Y, desde luego, nada de corbatas, muy contraindicadas cuando uno tiene el agua al cuello: una derrota podría dejar a tu equipo fuera de la fase de ascenso. Game over. Normal que la tensión apriete.

Y atenace. Porque sobre el césped, resulta evidente que los platos rotos de la derrota de la semana pasada los han pagado los virtuosos: Torre y Cejudo lijan banquillo. Hoy toca presionar arriba, en la salida de balón. Solabarrieta conoce tanto al rival, que le tiene mucho respeto. Quizá excesivo. Tanto como para jugar sin sus estrellas.

La derrota de la pasada semana ante el Sanse la pagaron Pablo Torre y Álvaro Cejudo

DAMNIFICADOS

Otro punto de partido que salva y una nueva bola extra para el equipo tras un triunfo trabajado

SIGUE VIVO

Entró al campo con anorak y terminó en manga corta dando instrucciones

INTENSO

Con los nervios a flor de piel, el míster se deshace en indicaciones. Y en lamentos. Pero, ¿qué culpa tiene él de que Cedrick remate las voleas con la tibia? Incluso por los saques de bandas acaba hasta con su propia sombra. O con la del árbitro, que se acerca pinturero para llamarle la atención. Primer aviso, que funciona durante unos minutos.

Pero con el empate no es suficiente. Un Real Unión ordenado y solidario no debería ser rival para este Racing, supuesto trasatlántico de la categoría. Hay que arriesgar, no queda otra.

Con el equipo en la caseta, pone a Torre a calentar como para salir de inmediato, pero no sale. Los que sí salen, y en tromba, son los once que terminaron la primera parte. Quieren goles. Y los logran: uno, dos... Uno cada tres minutos, y todo listo para sentencia. ¿Qué ha ocurrido?

La arenga tal vez sea uno de los géneros literarios más exigentes, pero también de los más agradecidos. Cuando funciona, estimula esa fe capaz de mover montañas. Y resulta evidente que esta vez ha sabido dar con el discurso adecuado. Apenas serán quince minutos, pero los suyos enciman al rival, le achuchan como se supone que tendrían que hacer los de casa, e incluso les asoman los colmillos afilados cuando siguen atacando, en busca del tercero.

Solabarrieta celebra los tantos con rabia: brinca, cierra los puños, lanza un gancho al aire. ¡Tomaaa! Pero ni ganando llega la calma. Broncas y más broncas. Como mucho, cruza de vez en cuando los brazos, pero exageradamente, como si quisiera consolarse él solito dándose un abrazo a sí mismo. Se mueve con los jugadores. Se inclina y se agacha, como para verlo todo mejor. Con otro ángulo. En tensión continua, gesticula como un director de orquesta. Aunque en lugar de frac lleve una capucha gris.

Aprovecha una patada a Riki para llamar a consultas a sus laterales, recolocar al equipo... No vamos a perder por exceso de ambición. Aún a riesgo de pecar de amarrategui, afronta el tramo final con zaga de cinco. Justo cuando el Real Unión empieza a encontrar agujeros en esa red defensiva. Una vez más, Lucas Díaz salva al míster. Pero, paradójicamente, con más defensas ataca más. Aunque Capanni no parezca brasileño, y a Traver el retroceso le levante a las nubes el punto de mira.

No todas las jornadas se salva un 'matchball', aunque se diría que tal vez ese sea el secreto de la figura del míster, que celebra el pitido final relajando por fin el semblante, y entrando al campo a buscar a sus jugadores, chocando manos. Al César... Y al míster, una bola extra y un balón de oxígeno. Todavía hay vida.

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