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«Las entradas vuelan, pero yo ya tengo la mía». Alfredo Martínez (Soto de la Marina) es uno de los cerca de 20.000 que no quieren perderse la fiesta del domingo. «Sí, sí, tiene que ser el domingo», señala elevando el tono de voz ... y casi, casi hasta enojado por si un ascenso prematuro fastidia la fiesta que se está preparando. «Hay que hacerlo por todo lo alto», confiesa este carpintero, simpatizante del Racing y antiguo socio. «Lo fui durante años, pero luego con lo de Ali Syed y lo de después... No volví», admite sin tapujos. Ahora mismo, lo único que preocupa en el racinguismo es que el juez único de Competición o el Dépor mande el regalo a Cantabria antes de tiempo ¡Quién lo iba a imaginar! Alfredo, el lunes, guardó cola en las taquillas de El Sardinero para comprar dos localidades. «La mía y la de mi vecino, Fede, al que le dije que si venía y me dijo que sí». Otro más.
El racinguismo está empeñado en cambiar radicalmente el sentido a lo que se llama desde hace unos años 'El efecto llamada'. Esta expresión alude a cualquier acto que pueda traer como consecuencia la aparición de personas o movimientos considerados indeseados. El domingo, en El Sardinero, en las calles de Santander y en la plaza del Ayuntamiento... Nada que ver. Todos son bien recibidos y todos son pocos.
13.718espectadores acudieron a El Sardinero en el partido ante la UD Logroñés.
12.120aficionados presenciaron el duelo entre el Racing y el Deportivo de La Coruña.
11.142seguidores no faltaron al partido entre Racing y Real Unión de Irún.
Apenas queda un mes para que se cumplan tres años desde que se vivió algo parecido a lo que se avecina. Aquella vez el dichoso 'efecto llamada' consiguió que más de 20.000 personas se agolparan en la plaza del Ayuntamiento de Santander para esperar a los jugadores, que horas antes habían logrado el ascenso en Palma de Mallorca. La fiesta se organizó sobre la marcha. «Vía whatsapp, por teléfono... Esa vez al ser fuera se hizo lo que se pudo, pero ahora es otra cosa», explica Jonatan Beobide (Santander), que ya le ha pedido libre al jefe para poder estar en el campo. «Van mis amigos, los del equipo de fútbol sala. Nos hemos juntado para conseguir las entradas», cuenta. Es taxista y para poder estar en El Sardinero sacrificará la noche. «He cambiado el turno. Seguro que de madrugada veré a alguno que todavía no ha llegado a casa». No hay duda. Tampoco prisa.
Nadie quiere perderse un día histórico. Para el Racing y su gente, un ascenso es como ganar un título. Lo ha sido así en sus 109 años de historia y el que se barrunta no puede ser menos. «Este año habré ido tres veces, pero el domingo apetece. El ambiente que se está preparando hace que te lleve la marea», asegura Teodoro Castelles (Santoña). Su perfil responde al de tantos: socio hace algunas temporadas; desencantado con la deriva institucional de atrás; no habitual los domingos, pero... «Esta vez todo invita a no faltar. Iré con mi novia, Inés, que le gusta menos el fútbol que a mí, pero también siente cariño por el Racing», añade. La pareja formará parte de un grupo que se ha organizado para venir juntos desde Santoña. David Pérez fue abonado ocho temporadas «pero los amigos dejaron de ir al Racing y al final yo también». Su racinguismo está a prueba de balas, porque si bien es cierto que a El Sardinero no suele acudir -salvo el último partido, ante la UD Logroñés- es un asiduo de los días con luz. «Estuve en los desplazamientos de León y también en los últimos ascensos, el día ante el Atlético Baleares o frente al Barcelona B -casi ascenso-. Son días que hay que disfrutar y decir. 'Yo estuve allí'». Viene con la intención de saborear «las horas de antes», pero por el momento no ha avisado en casa de que puede hacerse largo el día. «No, no. A las 18.00 o 19.00 horas para casa, que hay que trabajar al día siguiente. La fiesta para los chavales».
Y tanto que sí. Los pronósticos hablan de cerca de 20.000 personas. De ellos, la mitad son socios. Echen cuentas de entre no habituales, desencantados que recuperan el sentimiento y padres que quieren 'envenenar' a sus hijos con días como el que se prepara sale el resto. «Me han animado los niños. La niña, concretamente, es amiga de Pablo Torre y quiere verle un partido antes de que se vaya al Barcelona. Y qué mejor que este», admite José Solórzano (Camargo). Ella se llama Ángela, que con su hermano Álvaro y su prima Daniela, estarán en el campo. «Son días que hacen afición. Aquí, no tenemos otra cosa. Los ascensos son como si ganásemos un título», añade Solórzano, que como tantos «venía al campo de chaval con mi padre» y que el domingo romperá una racha de tres temporadas sin visitar el estadio. «El último día que fui fue ante la Ponferradina».
Alberto Liaño - Aficionado de Santander
José Solórzano - Aficionado de Camargo
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No puede haber reproches. Es natural. El domingo la fiesta está asegurada y, ¿quién no desea formar parte de algo así? Es más, con días como estos el racinguismo crece. «Salíamos del cole, ahí, en los Agustinos, y el niño siempre me dice: Papá, quiero ir al fútbol'. Y un día por otro. Así que le dije, venga, vamos a comprar las entradas y ya está». El testimonio que cierra esta crónica es de incalculable valor. El padre, Alberto Liaño llevará a Rodrigo, su hijo, a El Sardinero por primera vez. Tiene ocho años y será su debut en el estadio. Algo que no olvidará jamás. «Se estrena por todo lo alto. Ya verás», explica con orgullo. Dos entradas de Tribuna Sur tienen la culpa. «Me encanta. En el cole jugamos y me gusta mucho», replica el pequeño que a buen seguro el domingo quedará contagiado de racinguismo. Para eso, no hay mascarilla que proteja y más si el día de su bautizo está acompañado de 20.000 amigos a su alrededor.
Así que ya están en marcha las armas invisibles para luchar contra la mano del juez de Competición y el Dépor, los únicos espíritus impíos que pueden chafar una fiesta tan esperada. Si ellos hacen los deberes, el Racing tiene el escenario perfecto para remover los cimientos de más de un siglo de historia. Pocos quieren perdérselo. Ya sea la previa, los preparativos, los festejos de después... El caso es formar parte de algo inolvidable.
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