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El fútbol cambia, está claro, aunque no sabemos si evoluciona o involuciona. Por ejemplo, con eso de que ya no es que no podamos aprendernos ... el once titular de memoria y recitarlo de carrerilla, es que ya no hay quien acierte con la alineación.
Cierto que esta temporada el equipo cuenta con tres grandes centrales, pero cuesta entender que el que parece más en forma sea el que acabe chupando más banquillo. Esta semana, en concreto, le ha tocado a un Javi Castro que, en cualquier otro equipo, seguramente sería indiscutible.
Y esto no sabemos si es bueno o malo, pero sí que resulta un tanto desconcertante. Que a lo mejor todo se debe a una estrategia de José Alberto para que ninguno se relaje, pero desde fuera lo que parece es que el míster no termina de dar con la tecla y encontrar su defensa ideal. Porque, pruebe lo que pruebe, lo mismo da: el talón de Aquiles de su equipo sigue siendo la defensa. Ocho goles encajados en los últimos cinco partidos se antoja demasiado para un equipo que aspira al ascenso directo.
Si lo de la banda izquierda casi parece una guerra de sucesión, en la que a veces gana el veterano y otras el aspirante -esta semana no había dudas: Saúl estaba de permiso de paternidad, aprovechando que la ola de trumpismo todavía no ha llegado a Europa; enhorabuena-, lo de la derecha va para expediente X, con dos laterales lesionados y un sustituto en plan estrella.
Pero es que lo del centro de la defensa ya es inexplicable: los tres centrales en liza son todos extraordinarios, de esos que uno siempre querría en su equipo. Sin embargo, ninguna de las duplas acaba por imponerse. Peor aún: la exigencia en su puesto es tanta, que a veces da la impresión de que los goles en contra vienen por errores puntuales de ellos. Y tal vez no sea exactamente así. Cierto que la defensa es el negocio de los zagueros, pero hay que ponérselo un poco más fácil. No puede ser que el estilo 'innegociable' del equipo deje vendido a un tercio de sus miembros. A lo mejor en vez de tanto sacar pecho y tanta declaración de fe estaría bien retocar un poco los dibujos para que les cogieran la espalda cuatro o cinco veces por partido. Y eso habría que apuntarlo en el debe del míster, no de unos defensas tan a menudo desasistidos.
Y esto tiene su importancia, sobre todo porque el Racing, como club, ha cambiado. O al menos está en ello. Toda una revolución en su filosofía, para dejar de ser un banquillo caliente y un mercado persa de jugadores y construir un proyecto estable y con vocación de perdurar. Por el momento, José Alberto ya va para récord de permanencia en el banquillo local, y sobre esa piedra quieren edificar un nuevo credo futbolístico, ese del juego eléctrico y ofensivo que llaman rocanrol.
Y la cosa va bien... pero con matices. Porque una cosa es atacar y otra que tu saque inicial acabe saliendo directamente por la línea de fondo. ¿Cómo era aquello de «la potencia sin control...»? Igual el míster tenía que repasarlo, porque el Racing en Eibar empezó jugando como un grande, que lo es. Pero es que los rivales juegan a pequeño, y no lo son. Más bien, esperan a que llegue el fallo, y entonces la realidad te golpea y te recuerdan que en este juego hay dos fases, ofensiva y defensiva, y que, como decía José Emilio Santamaría, hay que atacar como el Brasil de los setenta, pero también defender como la Italia de la época.
Queremos un modelo de club inglés, con un estilo reconocible y estabilidad en el banquillo, pero todavía mejor nos vendría la famosa media inglesa. Porque sumando uno de cada nueve puntos, lo mismo no nos llega para que la ilusión nos alcance.
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Ana del Castillo
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