
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No hay nada más fingido que una sonrisa forzada. Una mentira más. En El Sardinero ayer no hubo una y eso que al final a más de uno se le puso una mueca rara en la cara. Se debieron acabar todas el día 1 de noviembre, la tarde en la que nadie quería decir lo que pensaba por si acaso... Si alguien pudiera buscar los siete errores entre El Sardinero de hace trece días y el de ayer los encontraría en los rostros. Lo mismo que entre la primera parte y la segunda. Nadie fingía y por fin la risa era de verdad. La primera media hora de juego bastó para comprobar que los resultados son mágicos y que el fútbol es un estado de ánimo. Y es que los resultados son la pócima perfecta para modificar la realidad... Ganar al Burgos y después al Caudal en menos de una semana propició que ayer el estadio aplaudiera, se riera, disfrutara y hasta los jugadores les parecieran mejores y más guapos a los aficionados. Y claro, acción-reacción: los propios futbolistas se desmelenaron. No se recordaba una primera parte en la que el Racing propusiese más, tuviera tantas ocasiones y... Se fuese ganando al descanso. Bufandas al viento. Gente en pie coreando el nombre del goleador del turno... Vamos lo que es pasarlo bien con su equipo.
Al Racing de los últimos años no le contratarán nunca como animador de la fiesta; no se ha caracterizado por ponerse el mundo por montera los domingos, pero siempre ha de haber una política de mínimos. Más cuando juegas a campeón. La primera parte de ayer fue uno de esos momentos. Viadero apostó -como no podía ser de otra manera-, básicamente por los mismos jugadores que propiciaron el cambio y se dejó llevar. Y el público también se dejó. Ya era hora.
Con dos laterales inventados y con acento cántabro, Sergio Ruiz y Álex García, el equipo se abrió como en su mejor versión. Por delante de ellos jugaron Óscar Fernández y Héber Pena y -permítase la osadía- probablemente fue el partido que menos miraron para atrás.
El gallego volvió loco a su defensor y el cántabro se atrevió como cuando era juvenil. Bendita locura. Nadie recordaba una intención tan clara de sus dos extremos ¿Por qué? O quizás sería más apropiado, ¿por qué ahora? Al fútbol se juega mejor sin mochila. Llevar a la espalda una pesada carga no ayuda y al Racing de este año le sienta mal llevar más peso que el justo. La tranquilidad tiene fecha de caducidad y volverán tiempos convulsos, pero no está de más sacar conclusiones en épocas como esta.
El partido
El mensaje está claro. Viadero ha podido darse cuenta de que tiene más fondo de armario del que creía. Con Sergio, Gándara y compañía ha comprobado que puede no sólo cubrir sino mejorar. La necesidad ha provocado la mayoría de edad de Miguélez y la aparición en escena de Javi Cobo. Pero no sólo eso, sino que estos últimos días han provocado en Viadero un efecto de valentía que se agradece. Ayer le dio minutos a Jerín, otro de los chavales que en la etapa del miedo no hubiesen aparecido. Por sacarle punta al cambio del escenario en apenas semana y media sirva un ejemplo: Jerín saltó al terreno de juego y la primera pelota que tocó la perdió a cinco metros de su área; a punto estuvo el Lealtad de marcar, ¿cómo respondió el público? Aplausos al chaval ¡Si es que todo es distinto! Donde antes había murmullos -no abucheos que para eso la afición del Racing es más que permisiva- ahora había aplausos. ¡Si hasta al propio Viadero le aplauden los cambios! Es como si se hubiese firmado una tregua de urgencia por la buena marcha del negocio.
Ayer todo fue casi distinto, pero sólo hasta el descanso. Ese es el problema. No hubo tantos suspiros por las escaleras al finalizar el partido y eso que la segunda parte, el recuerdo más reciente cuando toca abandonar el estadio, fue infumable. Tampoco quedó rastro de la alegría que una hora antes presagiaba el buen fútbol racinguista. Vamos, como lo de antes de la tregua.
Y es que el Racing es como el niño travieso que cambia de actitud y comportamiento sólo para que no se le chille o para conseguir el juguete que le gusta. Después de recibir el calor del público, de jugar sus mejores minutos y de volver a sonreír durante 45 minutos, decidió dar marcha atrás y desandar lo andado, ¡Qué pereza! La segunda parte del partido fue un ejemplo de que al Racing le falta un hervor. La vida le dio que en frente tenía -con el mayor de los respetos- al equipo más débil de cuantos han pasado por Santander. Y por todas estas cosas, las sonrisas forzadas de hace poco más de una semana se convirtieron en taquicardias en los últimos minutos. El equipo terminó desnortado y ofreciendo la misma versión de antes de la 'entente cordiale' firmada tras ganar al Burgos. La grada volvió a guardarse los silbidos -no caducan- para otro día, pero el final fue el mismo repetido. Se ganó, como casi siempre. Pero, risas, ni una oiga...
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