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La sorpresa saltó tan pronto como llegó a los medios la hoja que los clubes suelen entregar a la prensa con los datos del partido: ¿Quién sería ese misterioso Serge Patrick que iba a jugar en el Racing con el número doce? Un debut meteórico, de la nada a la titularidad, arrebatando el puesto al habitual extremo diestro y, por si fuera poco, con el mercado de fichajes ya cerrado. Todo un misterio.
Tal vez habría algo de cachondeo en el vestuario, al sonar su nombre por megafonía. También podrían haber escrito su nombre completo, que es todavía más complicado: Serge Patrick Njoh Soko. O, a lo Héctor del Mar, haberle rebautizado como «el hijo del viento», pero ¿es que en Badajoz no sabían todavía quién es Soko? Pues seguro que, desde la tarde de ayer, ya no se les va a olvidar.
Eso sí: sobre el césped, ni una broma. Soko es uno de esos jugadores que, como su rival pestañee, es posible que cuando vuelva a abrir los ojos ya no alcance a verle. Aunque el partido en el Nuevo Vivero no parecía el más adecuado para su juego. Con un flanco zurdo improvisado -de alguna manera había que encajar a un Tienza hipermotivado en su vuelta a casa-, el ataque racinguista buscaba una y otra vez la banda derecha, con más tráfico que la A-67 cualquier día que vayas con prisa. Y las verdaderas virtudes de Soko sólo afloran con espacio libre. O eso pensábamos, hasta ayer.
Y eso que al primero que volvió loco no fue al lateral rival, sino al propio: en el minuto 14, cuando parecía enfilar en diagonal hacia la portería, decidió centrar a Unai Medina, que corría la banda para doblarle. Pero su movimiento fue tan vertiginoso, que sorprendió a su compañero y acabó trastabillándose él solito. Minutos después se iría, lesionado.
Poco después, y sin apenas espacio, Soko volvería a hacer alarde de su velocidad. A partir de ese momento, se redoblaría la vigilancia sobre el extremo. Pero tras una primera parte muy técnica, y media hora de dominio y buen juego verdiblanco, el Badajoz parecía querer hacer valer su condición de anfitrión, y en el tramo final del encuentro comenzó a apretar en ataque.
Aunque en ocasiones se ha achacado al camerunés una aportación en defensa más bien escasa, Romo le aguantó en el campo, tal vez siguiendo ese convencimiento que suelen expresar los racinguistas cada vez -solo dos esta temporada- que le ven salir antes de tiempo: «Yo a ese jugador no le cambiaría nunca». Pues esta vez no le cambió. Y vaya si acertó.
Con Jorrín lidiando con el cántabro David Concha, que capitalizaba casi todo el juego ofensivo de los locales, en una de la ayudas Soko intuyó el pase de Concha y birló el balón que iba para el lateral Pascual, ya casi en el área chica. Y entonces arrancó la épica, casi como si fuera una jugada normal: Pascual, detrás de él, intenta alcanzar el balón, pero no llega. Cuando le quieren acorralar Concha y su medio volante, el camerunés cambia el ritmo, y todavía regatea a un cuarto rival. Y aún no ha alcanzado su máxima velocidad.
Sesenta metros vertiginosos, con David Concha -que no es precisamente lento- batiendo los brazos desesperadamente, incapaz de alcanzarle. Como todos, vería que en esa jugada estaba el partido. En un arranque imparable, un derroche físico que hacía añicos al Badajoz cuando Soko pasaba el balón a Cedric como un relevista pasa el testigo. Uno, dos amagos, y el zapatazo del ariete a la escuadra mandaba la cabalgada del camerunés directa a la memoria colectiva del racinguismo. Para enmarcar.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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