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El 29 de junio Santander destilaba un aroma extraño; diferente. Una mezcla de nerviosismo y emoción macerados durante días. Aquella noche se disputaba no un partido de fútbol, sino el partido. El Racing recibía al Espanyol en una promoción de ascenso que podría devolverle a Primera División después de seis años de exilio. Un puñado de canteranos le habían rescatado en solo un año del pozo de Segunda B y solo dos después asaltaban de nuevo la élite. Por el camino se les habían unido gracias al trabajo de José Antonio Saro compañeros cuyo nombre iría ya siempre unido en la historia verdiblanca y dos veteranos que ya eran –y siguen siendo– mitos vivos de El Sardinero: Tuto Sañudo y Quique Setién.
El Racing había ganado 0-1 en Sarriá en el partido de ida. El de vuelta, en Santander, lo decidía todo. El Espanyol, construido para jugar en Europa, caía en barrena y en Barcelona los cántabros habían sido muy superiores. Pero pese a su confianza en sí mismos, nadie se fiaba. Un mal arbitraje, con dos goles anulados a Mutiu, había evitado que la eliminatoria quedara sentenciada ya una semana antes y solo el gol de Michel Pineda, precisamente de un icono de aquel Espanyol que también seis años antes, al tiempo que el Racing descendía, había perdido ante el Bayer Leverkusen una final de la Copa de la UEFA que parecía ganada, permitía acudir con cierta renta.
En el vestuario, antes de salir al césped, se mezclaban nerviosismo, ilusión y responsabilidad. «A mi me preocupaba sobre todo no cometer un error grosero», recuerda Jesús Merino, un entonces joven central que había llegado del Athletic para reforzar la defensa. Era su gran momento. Aquella noche, solo tres días antes de casarse, iba a ascender a Primera. Todo un tobogán de emociones para un tudelano que después hizo de Cantabria su casa.
Lo describe muy bien Geli: «Era nervio y adrenalina para el cuerpo». Le doblaba por la banda Gelucho, aunque lo suyo era defender. Él estaba algo más «confiado».Es un tío seguro. «Habíamos superado al Espanyol en su campo creo que fácilmente; yo creo que el resultado no reflejó lo que había pasado». Y eso que salió escamado por el mal arbitraje de Sarriá: «¿Qué piensas en ese momento? Pues que han comprado el partido, que el árbitro estaba vendido –sonríe–. Y fácilmente podía ser, porque el Espanyol era un equipo potente».
«Fue muy importante para mi, personalmente, y para el club. Un acontecimiento para la ciudad y, paratodos; algo inolvidable»
«Todavía no se me ha olvidado aquella sensación de estar tocando el cielo. Para mí fue quizá elpartido más importante»
«A mí se me juntó todo, porque tres días después me casé, pero creo que fue el día entre semana con más ambiente enSantander»
«Había mucha tensión y no solo unas horas antes, sino los días previos, porque toda la ciudad estaba con ese partido. Salías a la calle, te tomabas un café y te lo decían. Había un runrún no solo a nuestro alrededor, sino en todo la ciudad», recuerda Javi Roncal. Aquella noche jugó con el dos a la espalda.
También tiene vívido el recuerdo Quique Setién. «Evidentemente, no era un partido más. Uno sabe realmente cuándo tiene partidos importantes. Volver a casa tras estar fuera un montón de años y conseguir ese objetivo fue una experiencia extraordinaria. Para mi más importante que el anterior, en el que marqué yo de cabeza contra el Levante».
Si para el Flaco fue importante, más hormigueo aún sentían en las tripas ese puñado de futbolistas surgidos del Rayo Cantabria que crecían con un Racing al que iban a devolver a su sitio. «La tensión que sentí en ese partido no la había sentido en mi vida ni la volví a experimentar. Era la presión de tener que ganar y saber que era la oportunidad, porque teníamos un buen resultado. Lo viví con muchos nervios, pensado en qué iba a pasar dentro de dos horas, en cómo íbamos a estar. El resultado era bueno, pero la renta mínima y lógicamente podía pasar cualquier cosa.El Espanyol era un Primera y un muy buen equipo. No iba a ser fácil». Las palabras son de José Ceballos, que aún no había cumplido los 25 años. Aquel día comenzó a construirse el mito del Gatu de Pámanes.
Aquel partido quedó escarificado en la memoria racinguista y en el de sus jugadores. «Tengo la foto en la oficina», recuerda Alberto Solaeta, el joven mediocentro santoñés que escoltaba a Quique Setién en la medular. «El mejor día de mi carrera deportiva. El júbilo de la gente, muchos años sin estar en Primera... Un sueño para todos», evoca. Algunos de esos compañeros se convirtieron –o ya lo eran– en amigos.
Al reencontrarse bromean. Setién, que llega de almorzar junto a Esteban Torre, le promete a Roncal que le va a seguir –y juzgar con severidad, dice entre risas– en el banquillo del Siete Villas. También queda con frecuencia con José Ceballos. Los dos Ángeles zurdos, para el fútbol Geli yGelucho, bromean mientras Jesús Merino, entonces casi un recién llegado y después emblemático capitán, les saluda con un abrazo.
Recuerdan aquel día. Vaya si lo recuerdan. Y los anteriores. La larga semana que transcurrió entre el viejo Sarriá y los entonces seminuevos Campos de Sport. «Fueron siete días de espera. Alguna gente lo daba por hecho y nosotros éramos cautos; los nervios se acumulaban. El día del partido, después de comer, iba a echar la siesta pero no podía dormir. Me dije: 'Voy a darme una vuelta para relajarme'. Aparco junto al Chiqui, miro a la derecha y veo a dos compañeros que están haciendo lo mismo que yo». Soaleta es un tipo prudente. No quiere decir sus nombres.
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A las nueve y media de la noche Ceballos; Roncal, Merino, Sañudo, Gelucho; Solaeta, Zygmantovich, Quique Setién, Sabou; Mutiu y Pineda defendieron la verdiblanca sobre el césped. Pero no estaban solos. Aquel ascenso era de toda la plantilla. De los Geli, De Diego, Edu García, un Esteban Torre que ya destilaba clase, casi tanta como la de su hijo Pablo. De Benito, que solo pudo jugar el primer partido de Liga antes de que una lesión de rodilla le retirara del fútbol y le afanara el ascenso y regresar a Primera con un equipo del que se hizo hincha y en una ciudad a la que regresaba tanto que terminó viviendo en ella. De Paquito «el entrenador del que más aprendí», dice Setién– y de Saro, que armó aquello y se presentaba como secretario técnico antes de que se acuñara el pomposo vocablo de director deportivo. De 28.000 almas y media Cantabria que les arropaban.
Sobre el campo sabían lo que tenían que hacer. No fue un partido tan vistoso, o de tanto dominio cántabro, como el de Barcelona. Pero aquello no importaba. O al menos no mucho. El propio Quique Setién, el cerebro de aquel equipo, lo procesaba a ras de césped. Siempre fue de pensamiento rápido. «El partido de Sarriá me gustó más. Creo que hicimos un gran partido. Aunque sufrimos en algunos momentos, recibimos pocas ocasiones y anularon dos goles a Mutiu por fuera de juego. Luego el de Michel que fue extraordinario. Creo que ahí es donde ascendimos. El segundo lo recuerdo con muchísima más tensión y, de hecho, creo que jugamos peor. Nos dedicamos a conservar resultado, con unos nervios tremendos, pero mantuvimos la portería a cero y sacamos un buen resultado. No fue un gran partido, pero sí un gran resultado; lo que necesitábamos».
No faltaba mucho para las once de la noche cuando Paquito, como una estatua en la banda, seguía los últimos minutos. Michel Pineda, al que había sustituido le suplicaba que hiciera otro cambio. Estaba absorto, quizá noqueado por la responsabilidad, pero su viejo manual funcionaba a la perfección
«Estaba nerviosoporque sabía lo que nos jugábamos, pero era a la vez nervio y adrenalina para el cuerpo»
«Fue una alegría ver el campo así. Cabían 25.000, pero creo que había 27.000 o 28.000. La afición estuvo muy implicada.»
«En esos partidos, si ganas, te lo pasas bien.Se te olvida si has jugado bien o mal; has cumplido el objetivo»
Unos minutos después, cuando con el silbido final maceró la receta de nervios y ganas cocinada durante meses, el mejunje cristalizó en euforia. En «una explosión de júbilo» que dejó a Solaeta «un recuerdo muy bonito». Exactamente como lo recuerda Merino. «Lo primero que se me viene a la cabeza es ese pitido y la explosión de todo un campo, que era la de toda Cantabria. A mi se me juntó todo. Tres días después me casé, con lo que me fui de viaje de novios y me perdí muchas celebraciones, pero creo que ha sido el día entre semana con más ambiente en Santander a las cinco de la mañana. Como para dormir estaba la cosa».
Porque ese día «marcó un antes y un después», en palabras de Geli, y marcó también para siempre a toda una generación. O a varias, porque más de tres décadas después sigue siendo un grito de guerra de la Gradona en un momento en el que la visita del Espanyol no solo aviva recuerdos, sino que hace concebir esperanzas de que no dentro de tanto tiempo el partido pueda repetirse, pero en Primera División. Si en algo coinciden todos es que los cimientos se están poniendo y son sólidos.
«Lo bueno que tienen esos partidos es que si los ganas te lo pasas muy bien. Se te olvida si has jugado bien o mal; has cumplido el objetivo y te vas contento para casa, o, bueno, para casa o cuando llegues a casa, al día siguiente o cuando sea». Ángel Blanco Pastor, Gelucho como nombre de guerra, lo sabe. Porque si ya les paraban por la calle antes de aquella gran noche en la que un empate a cero, suficiente para ascender, supo a campeonato del mundo, después los homenajes se solaparon.
El primero de ellos, sobre el propio césped: «Fue una alegría ver el campo así. Cabían 25.000, pero creo que había 27 o 28.000. La afición estuvo con nosotros, muy implicada. Ayudó a que se pudiera producir aquello». El más joven de los Roncal tiene razón. Aunque el aforo oficial era de esos 25.000, en otro fútbol sin tornos en los accesos no hubo un solo vomitorio, un solo pasillo ni un solo muro sin racinguistas, los de siempre y los de aluvión.
«¿Qué si está en mi top tres? ¡Está en mi top uno», responde Ceballos cuando se le pregunta por el 23J. No ha olvidado «la sensación de que estás tocando el cielo». Para él en particular quizá más, como futbolista de la cantera, de aquella quinta que ascendió con el Racing y seguiría marcando época al curso siguiente, en la temporada 93-94, ya con Jabo Irureta en el banquillo: «Deportivamente mis mejores partidos han sido el debut con al Racing, el del ascenso a Segunda con el Getafe y otro a Primera frente al Atlético –en 2002–. Pero este fue muy duro; a cara de perro. Aquí era a vida o muerte en un solo partido». El mañana, también ante el Espanyol, no lo es en absoluto, pero recordar aquel 93 siempre refuerza la autoestima.
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