![La crónica de un desastre](https://s3.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/202007/04/media/cortadas/comboracing-kyaE-U110703764522wIB-1968x1216@Diario%20Montanes.jpg)
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Aser Falagán
Santander
Sábado, 4 de julio 2020
Ya es un hecho matemático: el Racing jugará la próxima temporada en Segunda División B. En pleno fallo multiorgánico, solo las aportaciones de su accionista mayoritario, el Grupo Pitma, evita que el Racing entre en descomposición tras un rotundo fracaso deportivo que traerá consigo otro abismo en lo económico. Pero al mismo tiempo el presidente y el consejero delegado, Alfredo Pérez y Pedro Ortiz, son los responsables de la que puede ser la peor temporada del Racing en su historia tras un curso errático en todos los sentidos en el que han tratado de corregir sobre la marcha, y sin éxito, una estrategia equivocada que devuelve a los verdiblancos a la categoría de bronce.
Ya en la temporada 18-19 se habían advertido algunos síntomas, pero el ascenso a Segunda División después de tres fracasos consecutivos lo tapó todo. El Racing era entonces el equipo con mayor presupuesto de su grupo y su sensacional arranque de temporada le consolidó pronto como líder y le dio una renta que le permitió mantener su posición pese a un final de competición que se le hizo eterno. Así se comprobó en la fase de ascenso, en la que se apeó al Baleares sin ganar ningún partido, como tampoco pudo en la final a doble partido contra el Fuenlabrada por el título de Segunda B.
El nuevo curso comenzó condicionado por las renovaciones que algunos futbolistas tenían como recompensa por el ascenso, con lo que el Racing hizo algunos fichajes menos que en la extraordinaria limpia del verano de 2019. Lo que no cambió fue la política deportiva: fichajes cerrados con unos determinados agentes y apuesta por una plantilla muy amplia. El Racing debía elegir entre invertir su ajustado presupuesto en un puñado de futbolistas determinantes y completar la plantilla con el bloque del ascenso y gente de la casa, o confeccionar un grupo muy amplio con dos profesionales por puesto, optando de nuevo por fichajes. Apostó por lo segundo.
Al frente siguió Iván Ania, un técnico de perfil moderno avalado por el ascenso, que trató de mantenerse fiel a su filosofía futbolística y armó un bloque ordenado, como les gusta decir a los técnicos. Pero pese a dar la cara no era capaz de ganar partidos.
Paralelamente el ambiente se había ido enrareciendo antes incluso de que los malos resultados agravaran la situación. Por un lado, la política personalista y el carácter de Chuti Molina, investido como plenipotenciario director deportivo, erosionaron el entorno, a la afición e incluso el ambiente interno.
Pérez y Ortiz optaron o permitieron que el club se alejara de su masa social. Prohibición de ver los entrenamientos, oscurantismo en los partes de lesionados y situación de los futbolistas, supresión de la defensora del abonado, prohibición de saludar a la grada, compras de acciones a espaldas de la Junta e incluso una extraña política que ni siquiera los rivales entendías: la negativa a ofrecer siquiera convocatorias. De pronto el Racing era el club más cerrado de LaLiga, para terminar el último de la clasificación de Segunda.
Otra situación heredada fue el malestar de un sector de la afición, en especial de la Gradona, con el director general, Víctor Alonso, lo que ha lastrado una figura que no es responsable de la situación deportiva, pero a la que la crisis ha arrastrado y a la que se pedía más en lo social.
La derrota ante el Alcorcón y el empate en casa ante la Ponferradina, con un público que cantaba desde dos jornadas atrás el 'Chuti, vete ya' sentenciaron ya en noviembre a Iván Ania. La opinión más extendida era que el asturiano, si bien no había sabido exprimir más a la plantilla ni conseguir de ella un extra, tampoco era el gran culpable. Pero la ley no escrita del fútbol decía que algo había que cambiar y que eso era el entrenador. La llegada de Cristóbal Parralo no mejoró mucho las cosas en cuanto a juego, resultados y dinámicas y dejes del club.
El ambiente se fue enrareciendo y la situación se tornó crítica el 16 de enero, cuando el Racing, penúltimo, fue derrotado por el colista para caer a una última plaza que ya no abandonaría. Los propietarios, Alfredo Pérez y Pedro Ortiz, se vieron obligados a intervenir ante la crisis social.
El 22 de enero convocaron una serie de reuniones con los medios –para trasladar su nuevo mensaje a la masa social– y las peñas para tratar de frenar una desafección que ellos mismos percibían y que había nacido desde el club. Hubo autocrítica y se anunciaron cambios, aunque recibidos con escepticismo dados los antecedentes y el contexto, que no permitía a la directiva hacer otra cosa.
Se pedía unidad tras haberla quebrado, pero sí llegaron gestos. Se reabrieron los entrenamientos y las vías de comunicación con las peñas, se abandonó en parte el oscurantismo informativo. Alfredo Pérez abrió algunos cauces de comunicación con las peñas y la masa social... La propuesta de una gestión más inclusiva, aunque sin olvidar cuál era la propiedad.
Para entonces lo que realmente necesitaban los verdiblancos eran resultados. Y eso no llegaba. De ahí que el rumbo, lejos de corregirse, se torciera aún más. En el mercado de invierno la dirección deportiva volvió a fracasar en el intento de contratar un 'nueve' goleador, como lo hizo en verano. Incluso firmó apresuradamente a Guillermo, un delantero de otras características incorporado a la desesperada hasta el extremo de incluir la 'cláusula del miedo' frente a su exequipo pese a llegar traspasado. A cambio el equipo perdió a Yoda, entonces su máximo goleador, por un traspaso de un millón de euros que se iba a destinar a una plantilla muy necesitada de gol y de creación en el centro del campo. No fue así y ni siquiera se alcanzó el nuevo techo de disponibilidad.
Incluso tuvo que intervenir Cristóbal Parralo para cerrar uno de los refuerzos de invierno: Borja Galán. Aunque poco más iba a durar el andaluz en Santander, sin que su paso por los Campos de Sport supusiera tampoco un extraordinario cambio en lo futbolístico.
La precipitada salida de Cristóbal Parralo fue un nuevo contrapié y otro síntoma de descomposición de un equipo que ya parecía haber entrado en barrena. Su relación con Molina –que ya guardaba un perfil público bajo– no cuajó y la directiva fichó a José Luis Oltra en un nuevo intento –el último posible– de remontar la situación. Pero, una vez más, los problemas deportivos se mantuvieron inmutables, como el recelo de parte de los aficionados hacia los gestores del club. La anunciada profesionalización, lejos de mejorar el ambiente y la gestión, la había empeorado, al menos en lo deportivo y lo social –otro análisis diferente merece lo económico–.
La llegada de José Luis Oltra y su debut con victoria en la jornada 27 ante el Almería llevaron una mínima esperanza que dos derrotas consecutivas erosionaron acto seguido.Después un empate con buena imagen ante el Zaragoza y una victoria ante el Numancia en Los Pajaritos precedieron al parón liguero por la pandemia de covid. Una interrupción que llegó en un momento en el que el Racing parecía recuperar la autoestima, aunque la permanencia fuera ya una meta mucho más que compleja.
En confinamiento trajo para el Racing las mismas dificultades que para todos los equipos: interrupción del trabajo en grupo, sesiones domésticas para mantener el tono físico, sesiones tácticas por videoconferencia... Y unas perdidas económicas que la directiva aún no ha puesto en negro sobre blanco, pero que ya entonces calculaba en al menos dos millones y medio de euros si no se reanudaba la competición. Al haberlo hecho la pérdida puede ser menor, pero aun así significativa pese al ERTE que puso el marcha el club.
Todavía está pendiente el modo en el que el Racing ofrecerá la devolución de la parte proporcional de los carnés de abonado correspondientes a los partidos disputados sin público, en los que como consecuencia obvia tampoco ha tenido ingresos por taquilla. Algo que se agrava si se tiene en cuenta que el club debe pagar, con el 31 de diciembre como fecha límite, más de cinco millones de euros correspondientes al último plazo concursal.
Cuando se anunció la reanudación de la Liga el Racing, con José Luis Oltra a la cabeza, trató de vender un mensaje: La permanencia era posible, aunque compleja. Se marcó el primer partido, contra el Lugo, como clave; casi como punto de no retorno, por varios motivos. Primer partido tras el parón, con lo que debía tener de anímico, el duelo ante un rival directo y la necesidad de comenzar a remontar cuanto antes los siete puntos que separaban a los verdiblancos de la permanencia.
El Racing se adelantó, pero en la enésima repetición de la misma historia los gallegos remontaron para llevarse con ellos los tres puntos y casi todas las esperanzas de permanencia, como posteriormente reconoció el propio Oltra. Después se sucedieron un resultado negativo tras otro hasta que ayer se consumó de forma matemática el descenso.
Ahora Alfredo Pérez y Pedro Ortiz tienen un gran reto por delante: Recuperar la confianza del racinguismo, reconstruir un equipo asolado en lo deportivo y afrontar un nuevo curso en una Segunda B de nada menos que cien equipos en la que el Racing deberá buscar el ascenso con economía de guerra.
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