La cancelación del vuelo a Málaga dejó el sábado a decenas de racinguistas sin viaje, pero cuatro de ellos improvisaron una rocambolesca contrarreloj convertida en carrera de obstáculos para llegar a La Rosaleda en el minuto 35. Si lo hacían después del descanso, no entraban
De Santander a Málaga se puede ir de muchas maneras. Una es coger el vuelo desde Parayas o, si no lo hay ese día, desde Loiu. Ese es el camino sencillo. Otro es alquilar un guppy, hacia Loiu con batería para menos de 200 kilómetros, ... cambiar de ruta, cargarlo en Vitoria, otra vez en Aranda de Duero, dejarlo en un parking de Madrid, coger un taxi mientras se compran los billetes del AVE, correr por Atocha para no perderlo, tomar un taxi a La Rosaleda... El camino complicado. El que les tocó transitar el sábado a Juanma Ibáñez, Dani Saiz, Chus López y Roberto González, cuatro amigos del fútbol de toda la vida. De ver al Racing y, sobre todo, de jugarlo. El sábado habían planeado ver el partido de La Rosaleda y lo consiguieron, aunque casi tuvieron que hacer ecuaciones exponenciales para cuadrar transbordos tras la cancelación de su vuelo. Y ese no fue siquiera el mayor de sus problemas.
La odisea comenzó hacia el mediodía del sábado, cuando el Aeropuerto de Loiu informaba de que el vuelo entre Bilbao y Málaga se había cancelado por el viento, pero para entonces ya habían salido de Santander en un coche eléctrico alquilado con un 60% de batería. De sobra para llegar al Aeropuerto de Bilbao. Lo que no sabían es que ese no era su destino.
Mientras, en Loiu, comenzaban a llegar los alrededor de cuarenta racinguistas con billete, que se se topaban con la maldita palabra en el panel. Con el equipaje en la mano, las entradas en la cartera, el hotel reservado, el vuelo de vuelta comprado. Pero sin avión. Con cara de niño al que eligen el último en el recreo: «Más de 40 personas nos encontramos en el aeropuerto de Loiu afectadas por Vueling para el viaje a Málaga. Nos avisan con dos horas de antelación y nos dan la alternativa de viajar mañana –por el domingo– a las 21.25», se lamentaba una de las verdiblancas que se había quedado en tierra.
El caso de los cuatro de La Rosaleda es diferente. Apenas habían pasado Bilbao cuando comprobaron que el día empezaba torcido. Lo explica uno de ellos, Juanma Ibáñez: «El vuelo salía a las dos y veinte y tenía que llegar a las cuatro y media o cinco, para llegar con tiempo a Málaga, con tiempo de sobra para tomar algo e ir al estadio, pero me llegó un correo de Vueling diciendo que cancelaban el vuelo por el viento, así que ni fuimos al aeropuerto».
Al suspenderse por causas ajenas a la compañía, solo les reembolsaban el billete o trataban de embarcarles otro día. «Nunca llegamos el aeropuerto, porque aunque estábamos muy cerca decidimos sobre la marcha que no tenía sentido ir al aeropuerto, porque íbamos a perder tiempo y si había alguna opción de llegar era ya. No cancelamos, ni buscamos otra opción ni nada».
«Con esta batería no llegamos»
Cambiaron la ruta al sur sobre la marcha, sin siquiera bajar del coche: «Teníamos dos opciones –explica–: volvernos para casa o intentarlo, y como teníamos un vuelo de vuelta el lunes empezamos a mirar si había vuelos a Madrid para después llegar como pudiéramos a Málaga». No los había o eran muy caros, así que cambiaron de plan. «Dijimos: Mira: cogemos el coche, hacemos una carga rápida en Vitoria y de ahí tiramos para Madrid, porque habíamos visto que quedaban pasajes para el Ave». Lo de la carga era imprescindible, porque llegar a Madrid sin parar era imposible. De hecho, cerca estuvieron de no hacerlo ni a Álava.
¿No era esta la salida?
«La cosa estaba súper ajustada, porque salimos de Bilbao a las doce y teníamos que llegar a Atocha a las 16.40, cuando salía el último Ave, que casualmente no tenía ninguna parada y tardaba dos horas y pico, así que llegaba a Málaga a las nueve y veinte». Lo que no estaba tan claro era si llegarían a la primera escala, porque el otro entretenimiento, mientras uno conducía, otro buscaba un punto de carga en Vitoria y los demás aviones y trenes entre Madrid y Málaga, era comprobar el nivel de carga. Entre el afán y las prisas vieron muy tarde la salida. La siguiente estaba a catorce kilómetros y les quedaban cuatro de autonomía, así que, bueno... Sin apenas tráfico, con la calzada completamente despejada... Se pudieron hacer un puñado de metros marcha atrás.
Alcanzaron la gasolinera con un 2%: «Si no llega a cargar o no hay cargador, la liamos. El coche calculó que en Vitoria necesitábamos una carga de 20 minutos, que al final fue de media hora, y después otros diez minutos en otro punto que encontramos en Aranda de Duero».
Estaban en Madrid a tiempo, sí. Pero no iba a ser tan sencillo: «Teníamos que ir a Serrano a dejar el coche en el punto Guppy, pero vimos en la aplicación que todos estaban ocupados, así que mientras íbamos para allá llamamos a Guppy y nos dijeron que lo dejáramos en una plaza lo más cercana posible». Con el tiempo justo compraron los pasajes delAve en el mismo taxi que les llevaba a Atocha –no lo habían hecho antes para no perder más dinero si no llegaban– y tras atravesar a la carrera la estación y pasar el control de embarque, como el del aeropuerto, para perder un poco más de tiempo, pudieron al fin subir al tren.
¿Y si al final no entramos?
Entonces arreció el festival. Habían publicado una foto en redes y, mientras desde Cantabria les animaban, un malaguista les contestaba: «En la segunda parte no dejan entrar». Ya se lo habían dejado caer unos amigos que, estos sí, habían conseguido llegar a Málaga a tiempo y en pleno 'tour de force' daban por hecho que iban a llegar muy tarde al partido, incluso para ver solo la última media hora, pero con lo que no contaban era con quedarse a las puertas del estadio tras completar la odisea. Pero aún no tocaba cruzar ese puente: «El tren tenía que llegar a las nueve y veinte y tuvimos suerte. Nos plantamos en Málaga muy rápido, a y cuarto –añade Ibáñez– y cogimos un taxi. Lo primero que vieron en aquel momento.
Todo entre prisas; muchas prisas, mientras seguían en hilo directo con Málaga: «Hablamos con los de seguridad, porque teníamos un amigo que había ido en Ave desde Madrid a las dos de la tarde, ya estaba allí y nos los pasó al teléfono. Les explicamos nuestro caso y nos dijeron que lo más que podían hacer era guardarnos las maletas en un cuarto que tienen –el primer plan era dejarlas en la consigna de la estación— y esperarnos hasta el descanso, pero que si llegábamos mas tarde no nos iban a poder dejar pasar porque no se lo permitían. Y ya nos la jugamos.Cogimos el primer taxi que encontramos, que había muchos, y llegamos a La Rosaleda en el minuto 35, a tiempo para entrar».
Allí, en la grada, les esperaban otros tres amigos. Los que habían mediado con el personal de seguridad del Málaga y les habían advertido de la absurda norma para hacer su contrarreloj un poco más intensa. Después del partido y del empate a cero pudieron al fin comer un bocadillo con cierta calma antes de llegar al apartamento que habían alquilado y comenzar a disfrutar de un fin de semana malagueño que se les hizo más corto de lo planeado, pero también más intenso. Ayer echaron el día en Málaga y hoy toman, si el viento y demás imponderables no lo impiden, el avión de regreso a Santander.
Serán los tipos del día, como ya lo fueron el sábado y ayer al correrse la voz de su historia por redes y en los chats con sus amistades y familia. Hasta José Alberto tuvo un recuerdo para ellos en la sala de prensa al final del partido: «Quiero agradecer a la afición del Racing su presencia aquí, bastante numerosa a mil kilómetros de su casa y además con ciertas incidencias, porque varios se tuvieron que quedar por un vuelo que no pudo salir». Todavía no sabía que cuatro de ellos sí que habían conseguido alcanzar Málaga. Cuando se entere de la odisea de los cuatro de La Rosaleda va a alucinar.
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