Esperando la explosión de Torre

Minuto 21, decíamos, cuando Unai Medina, en mitad del campo rival, se lo piensa antes de encarar al rival. A su derecha, Soko hace de extremo puro. A su izquierda, casi echándole el aliento, se acerca el más jóven de la partida: Pablo Torre. El veterano esta vez no vuelve a intentar alcanzar línea de fondo en jugada personal sino que, sin dudarlo, le entrega el balón a Torre, a dos metros de él. Toma. Toda tuya. Todo un golpe de jerarquía. ¿Por qué?

Durante cinco, seis segundos, surge la magia en Las Gaunas. Torre parte de la derecha e inicia un slalom que recuerda a los de los mejores regateadores que han pisado este estadio, de Onésimo a Amavisca. Uno, dos, tres recortes y ya está en el área, a punto de armar la pierna. Cuando dibuja una bicicleta, ya le rodean cuatro contrarios; entre todos le derriban y, según él colegiado, él solo se cayó.

El diez no se luce sin motivo y, aunque salga de una lesión, Torre da muestras de su calidad cada vez que puede. Desde la grada, le siguen los ojos atentos de su padre, Esteban Torre, quien no sólo es un racinguista histórico, sino que ha defendido las camisetas de ambos clubes. A su lado, una leyenda de ambos clubes: Quique Setién. Algo grande debería ocurrir esta noche.

Sin sistemas de videoarbitraje, en esta categoría casi profesional no queda ni el recurso al pataleo, así que, lo que podría haber cambiado el marcador, se queda en casi nada, con un Racing todavía más dominador, aunque sin mordiente en la punta de ataque, y un Logroñés que reconoce su inferioridad y juega a buscar el fallo… hasta que da con él. Un guión inesperado –el fútbol no siempre es lógico– para un encuentro que se esperaba mucho más igualado, y que debería desequilibrar precisamente el diez, Pablo Torre. Sin embargo, tal vez sólo con su calidad individual no baste.

Torre, el gran ausente de la primera alineación inicial del Racing de Romo, demuestra así sobre el césped por qué todo el juego orbita a su alrededor. Es él quien baja hasta campo propio para subir el balón, el que bascula hacia las bandas para ofrecerse a los interiores, y el que busca sin descanso el último pase desde la media punta. Un jugador de otra pasta, muy por encima de la categoría… aunque no demasiado bien asistido, en una noche en la que ni Soko ni Cedric logran brillar como de costumbre, y el protagonismo ofensivo recae en Álvaro Bustos y en un inesperado Medina. Sin embargo, ni rastro de ese centro del campo que el pasado año terminó demostrando su valía en el tramo final de liga.

Y es que, en el once, Pablo Torre se ha quedado un poco huérfano, como único canterano. Como si hubiera una cuota cántabra, y una vez cubierto el puesto –uno sólo, para qué más riesgos– ya se hubiera cumplido con el expediente y se pudiera cerrar el capítulo Albericia.

Aún así, parece evidente que con o sin la escolta de Iñigo Sainz-Maza y las nuevas hornadas cántabras, éste ha de ser el año de Torre. A expensas de su explosión definitiva, resulta evidente que el proyecto de este nuevo Racing gira en torno a su estrella. La mejor noticia es el enorme margen de mejoría para un equipo que, al menos, sabe cuál debe ser su piedra angular: su número diez.