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La voz de Manolo al otro lado del teléfono es un regalo. Con ochenta años tiene el tono de un chaval. Y lo cuenta con gracia. «Calla, que estaba viendo el partido del sábado y le decía a mi mujer: 'Pero, ¿qué le pasa al Sardinero? Parece que ha estado Maguregui regando'. Está horroroso». Lo clava. El estado del césped de los Campos de Sport le ha recordado a más de uno, salvando las distancias, el fútbol de otro tiempo, el fútbol del barro. El de Manolo. Porque Manolo es Manuel Toledano Chinchón. Su foto en el WhatsApp es una suya con la camiseta del Racing y el brazalete en la manga junto a una imagen del escudo del club. Con pelo largo y patillas. Aspecto de defensa temible de los setenta. Doce años seguido de verdiblanco, del 67 al 79. Casi nada. «El otro día me decía uno que cómo me dejó marchar el Recre –él es de Huelva– de chaval. Yo le dije que menos mal que me dejaron marchar. Para mí el Racing lo fue todo. En Santander me hice un hombre. Eso sí, cuando llegué conté 32 días seguidos lloviendo y me quería marchar. Por la mañana, por el mediodía y por la noche». Lo dicho, una leyenda con doctorado en el barro.
Es más un recuerdo que comparaciones. Los problemas actuales del césped poco tienen que ver, en el fondo, con agua y fango. Y tampoco se trata de poner pretextos, aunque es evidente que para el juego vertical y preciso del Racing, para el mágico rocanrol, no ayuda que la bola, en vez de rodar, vaya dando saltitos (en la tele se ve clarísimo, incluso más que en la grada). O que los futbolistas tengan que esquivar montículos. Tampoco que lleve así toda la temporada. Pero no va de eso (y ojalá se remedie, por fin, con el cambio previsto). La cosa es que la estampa invita al viaje en el tiempo.
«Para despejar aquellos balones, que pesaban una barbaridad, tenías que darle tirando de los riñones, con toda la cintura. Y con el agua y el barro pesaban un quintal, todavía más», recuerda Chinchón (en la conversación salen a relucir hasta los balones Mikasa). Lo resume con el acento y la gracia del sur. Con una exageración (o no tanto) y con una anécdota personal en la que vuelve a salir a relucir su señora esposa. Lo primero es que un balonazo de aquellos, con el campo así, «te quitaba medio mechón de pelo». Lo segundo es una delicia. Había que hacer tanta fuerza para patear cuando la cosa se ponía fea que la mujer de Manolo le dice que, todavía hoy, cuando está dormido, se pasa «toda la noche dando patadas y saltitos en la cama».
Eran otros tiempos, claro. «No había escuelas de fútbol ni nada de eso y la mitad de los chavales, cuando éramos críos, jugaban descalzos. Luego aprendías contra una pared dándole con el interior, con el empeine... Todo muy distinto». Nada que ver los campos, los balones y tampoco las botas de ahora. «No pesaban nada aquellas...». Ironía, por supuesto. «Las que llevan hoy en día son hasta para vestir».
Manolo Chinchón
En Santander estaba el agua. Chinchón cuenta que en vez de calabobos o chirimiri, cuando llovía poco, él lo llamada 'Biribiri', por un mítico jugador gambiano de su época que vistió la camiseta del Sevilla. Pero estaba el agua que caía del cielo y la que salía de la manguera de Terio –el eterno utillero del Racing– por orden de Maguregui. No hay pelos en la lengua. «Nosotros jugábamos siempre regando». Eran las armas del 'Magu'. El míster.
Las anécdotas salen en cascada. Como aquella vez que le escuchó decir a Miguel Muñoz, entrenador del Real Madrid, saliendo de la caseta que «cómo era posible que estuviera el campo todo embarrado si llevaba una semana sin llover». «Eso se lo escuché decir yo a Muñoz», enfatiza Chinchón. O la de aquella llamada de teléfono de Terio. Tenía la orden de aplicar el regadío, pero la mañana amaneció con chaparrón. Llamó a Maguregui, que aún no se había despertado ni tenía levantada la persiana. «¿Qué? ¿Regamos?», preguntó el operario dando por hecho que el entrenador ya sabía que estaba diluviando. «Pues claro». O sea, que agua y barro por partida doble.
Todo eso tenía consecuencias. «Se quedaba el balón a dos metros y el listo te venía, te la cortaba y se iba directo al portero» –algún mal bote estuvo a punto de pasar factura el sábado pasado–. O que eran los defensas, acostumbrados «a poner todo el cuerpo para darle al balón», los que sacaban de puerta en vez de los porteros, mucho menos acostumbrados a jugar con los pies y menos aún a chutar. «Era la leche», rememora Chinchón, que señala la parte más peligrosa de todo aquello. «Sí que había muchas lesiones». Lo sabe de sobra. «Yo tuve de todo. También porque era más burro que un arado. Pero, para hacerte una idea, te diré que del ligamento cruzado me operé cuatro veces. No me acaba de recuperar». De hecho, una de las fotos que acompañan este texto se ha escogido justo por eso. El protagonista es Goyo Zamoruca, porterazo. La lesión que le retira del fútbol viene por un choque –lo cuenta el periodista Raúl Gómez Samperio– con su compañero Santín. Un resbalón previo por el estado del césped, dicen, tuvo mucho que ver.
'Bodas de oro y lustros de barro', titula el capítulo siete de su libro de historia del Racing Teodosio Alba (una biblia, las otras dos fotos se han tomado de ese trabajo). La mejor demostración de la presencia del fango en la biografía verdiblanca. Y así, con barro, también se ascendió. «Veo al Racing todos los domingos. Y además, con la cantidad de amigos que tengo allí, me mandan todos los días vídeos y de todo», resume Chinchón. Está al tanto de todo. «Está claro que pasaremos por la rachilla mala. Eso les pasa a todos los equipos. Pero tenemos un buen colchón y hay que estar tranquilos para llegar a los últimos cinco partidos y ver, en ese momento, cuántos puntos necesitamos». Palabra de leyenda.
Amén.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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