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Los aplausos de los racinguistas despertaron a los vecinos de Villaviciosa de Odón. El campo, el Municipal de Graham Bell, se encuentra en medio de varias urbanizaciones y los 420 aficionados que acompañaron a su equipo rompieron la armonía dominical habitual. Desde las ventanas de ... algunos chalés pareados se seguía la procesión verdiblanca hasta el campo en busca de un bar en el que desayunar que, pese a los esfuerzos de todos, no encontraron. «El más cerca está en el otro lado», les sugería un madrugador corredor que pasaba sin quitarle ojo al autobús del Racing, que hora y media antes, con puntualidad inglesa, aparcaba en los aledaños de la instalación. A falta de bares, qué mejor que fútbol de chavales. Y para apaciguar la espera, los seguidores racinguistas que enseñaban sin pudor su bufanda se sentaron en la grada del campo anexo al que más tarde ocuparía su equipo y apuraron la mañana viendo un partido de infantiles de la Liga madrileña. Cosas del fútbol modesto.
Y es que se trata de adaptarse a lo que toca. Si a los de Romo les tocó ayer mimetizarse en la hierba artificial –ojalá sea el último partido en mucho tiempo sobre esta superficie– a los aficionados les ha tocado también durante esta travesía amoldarse a lo que se encontraban. La de ayer era una instalación sencilla, polivalente y democrática, con espacios comunes que sirven para dar salida a multitud de disciplinas. Cerca había una pista de atletismo y algunos aperos de trabajo para los atletas. Todo ello municipal, con posibilidad para que todos disfruten de ello. «A ver si subimos ya de una vez y...», decía entre lamentos un racinguista que miraba con cierto pudor lo que veía. El respeto es lo que debe de guiar cualquier comportamiento –sin él nada tiene sentido–, pero no es menos cierto que al seguidor verdiblanco se le cruza el cable cuando ve que su equipo sigue peleando por salir de... Las cosas son como son.
Camisetas verdiblancas, alguna pancarta. Los había que se envolvían en una bandera de Cantabria. Todos iban entrando a la instalación. Con buen criterio abrieron el bar del campo, el ambigú de toda la vida, y los cafés y bocadillos de tortilla fueron brotando. En medio de todo este escenario, hay quien echó en falta los sombreros verdes de la Peña Víndio-Sotileza ¿Dónde estaban? No se les vio como en San Sebastián de los Reyes o como en Talavera, donde hasta Pablo Torre se puso uno. La propuesta de la Asociación de Peñas Racinguistas de no viajar por el precio abusivo de las entradas –veinte euros y no los quince habituales para los desplazamientos– surtió efecto. Pero a medias. Ayer, en el modesto estadio de Villaviciosa de Odón, los peñistas madrileños acudieron al estadio de incógnito. «Es que para tres partidos que hay en Madrid», decían entre ellos. Normal. Su Racing juega cerca y... «¡Cómo nos vamos a quedar en casa!». Perdonados. Entre los que acudieron disfrazados y entre los que viajaron desde Cantabria llenaron media grada del Graham Bell, muchos más que los que el Dux Internacional ha recibido en cualquier partido de esta temporada y seguro que muchos menos de los que habrían visitado su estadio si hubieran sido consecuentes y hubieran dejado el precio, como el resto de clubes, en los quince euros pactados de manera coloquial entre aficiones. El racinguismo, tal y como está, no hubiera dejado a su equipo solo y le habría hecho ganar dinero al curioso club madrileño al que parece que eso no le importaba. Es de celebrar que un equipo recién fundado y con sus peculiaridades no se encuentre angustiado por ingresar, sin duda, pero hay otras cosas que valen más que el dinero. Si al racinguismo le hubieran abierto ayer las puertas y se lo hubiesen puesto más fácil, es probable que la entrada y el ambiente matutino de domingo no lo hubiesen olvidado por allí en mucho tiempo, pero...
En cualquier caso, a los que no fallaron, a los que a pesar de todo no se perdieron el partido se les escuchó. Si hubo quien quiso dormir la mañana, no pudo del todo.
Y en medio de toda esa ceremonia llegó el partido y la mitad de la grada puso la banda sonora. Con los goles de los de Romo, con los del Bilbao Athletic, con las ocasiones del Racing... Con todo lo que suponía una alegría sonaba la música. «Que bote el Sardinero, que bote, que bote...». Y al terminar el encuentro, los aplausos de los jugadores a los suyos acabaron por rematar la faena. Era digno de presenciar el abandono del campo. En fila una y como si fuera una procesión verdiblanca. «Ya lo tenemos», se repetía. «¿Que ha pasado en eso de la alineación indebida en Bilbao?», preguntaba otro. «Qué más da», sentenciaba el último en salir. Y qué verdad más grande. Ya casi da igual.
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