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Riki pelea por el balón en un lance del encuentro. Este sábado fue el más destacado. Oskar Matxín
Riki, el hombre que lo cambió todo
Fútbol | Racing

Riki, el hombre que lo cambió todo

Domingo, 28 de febrero 2021, 13:29

Nos enseña el proverbio que la derrota es huérfana, pero la victoria tiene mil padres. Así, este sábado muchos salían de Lasesarre hinchando pecho, desde el míster que buscaba manos para chocar hasta un ariete algo dado al autobombo, pero el verdadero artífice del milagro prefería el perfil bajo, escatimando incluso esa sonrisa de satisfacción que va por dentro, la del que sabe que ha hecho las cosas bien.

Ese protagonista, con la discreción por bandera, fue Riki Rodríguez. Pero es que el 20 del Racing no sólo fue importante este sábado, sino que lo ha sido desde el mismo día de su debut, cuando llegó para enderezar el rumbo de lo que entonces era un barco a la deriva. El salvavidas del proyecto Solabarrieta es este medio volante de veintitrés años que no tenía sitio en el Oviedo de Segunda, y que ojalá tenga opción de compra, porque ha resultado el mejor fichaje del año.

Con una influencia creciente en el equipo, que gira cada vez más en torno a él, en Barakaldo volvió a hacer de sí mismo, pero versión mejorada. Y es que tal vez cueste entender que un partido ganado por cero a cuatro haya resultado disputado pero, hasta la genialidad de Riki, los locales mordían, siguiendo fielmente el guión establecido: el de un equipo en buena racha, luchando por salir del descenso.

Riki, claro, no lo sabía, y tal vez por eso no cayó en la trampa. Esos campos minados del grupo vasco, donde achican espacios y el físico acaba asfixiando el talento. Pero a veces hay cosas que es mejor no conocer, y en lugar de contagiarse del juego directo y combatir al rival con sus propias armas, el asturiano prefirió ir a lo suyo. A lo que lleva haciendo desde que llegó: a encargarse de que el Racing juegue al fútbol.

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Con presión o sin ella, sin importar el marcador, Riki baja hasta la línea de centrales, se ofrece para el primer pase, levanta la cabeza. Uno o dos toques y el balón sale disparado hacia donde más daño haga. Marca el tempo, contemporiza cuando hace falta, y se ancla en el eje de la creación como si tuviera un imán para los balones. Con un ojo mira a Torre y con el otro hacia las bandas. A Íñigo no necesita ni mirarlo, porque se complementan como si llevaran media vida jugando juntos. Sin alardes, sin adornos. Fútbol sencillo y elegante.

Pero este sábado, cuando más apretaba la necesidad -o el Barakaldo, más bien-, Riki cogió su fusil y se sumó a la primera línea. Minuto diecisiete. Con el balón cosido a la bota, como los interiores de antes, a tres zancadas de la frontal vio ese hueco con el que sueñan los buenos lanzadores. Un resquicio milimétrico entre el larguero y la punta de los guantes del portero. Hace falta descaro para intentar algo así, y una confianza ciega en la propia puntería. Bastó un gesto técnico, el juego del empeine que hace al balón dibujar esa parábola perfecta, para coger al cancerbero por sorpresa. Él, el hombre tranquilo. El jugador discreto, el que hace mejores a los demás, resultó que también era un virtuoso. Un artista del tiralíneas, que firmó el mejor gol del Racing en muchas temporadas. Una genialidad que abrió el camino de la victoria, pero que sobre todo devuelve al racinguismo la fe en un proyecto que, hasta hace nada, parecía abocado al fracaso.

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