La imagen de la soledad
Álvaro Cejudo ·
El recambio de los últimos cuarenta minutos intentó por todos los medios evitar el desastreSecciones
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Álvaro Cejudo ·
El recambio de los últimos cuarenta minutos intentó por todos los medios evitar el desastreMinuto 52. Partido atascado; atascadísimo. Sólo un gol para tener a tiro de piedra la fase de ascenso, pero no llega. Ni se acerca. Solabarrieta ha vuelto tenso del descanso. Con la gélida sombra de la amenaza acechándole, incluso se había puesto el plumas. Él, que le sobra todo. Pero no le dura ni treinta segundos. Menos todavía de lo que aguanta sentado en el banquillo. Treinta y ocho minutos para evitar el desastre. ¿A quién recurrir en los momentos desesperados? Es saltar Cejudo al campo, y llegar un primer aviso. Y el segundo. Y el tercero. La conexión Cejudo-Traver convierte la banda derecha en una autovía sin peaje, pero Jon Ander siempre llega una décima de segundo tarde al remate. Y, cuando la pólvora está mojada, de nada sirven las salvas.
Pero Cejudo no se resigna, y se echa el equipo a la espalda. Apoya al mediocampo. Bascula hacia las bandas, combina, llega a línea de fondo, saca los balones parados y se pelea hasta con el árbitro... Sin embargo, el mayor enemigo es ahora el reloj, que manejan con descaro los visitantes, tras taponar la banda diestra con un doble cambio. O triple, porque Solabarrieta sienta a un entonadísimo Traver, y entra un Capanni que todavía no ha convencido a nadie. Entonces Cejudo mira al banquillo, pero Solabarrieta no le mira a él. Con algunos jugadores habla su segundo, Cali Trueba, que le indica que se coloque de extremo zurdo ¿Autosabotaje?
Para Cejudo la banda no es un espacio natural, sino un punto de partida, y poco tarda en ocupar la mediapunta, aunque sea de manera oficiosa. Porque, en realidad, lo mismo saca de esquina, ayuda a Mantilla a achicar balones en el centro de la defensa o señala a Íñigo Sainz-Maza por dónde iniciar el ataque. Pero, pegado a la línea de banda, su influencia se va desdibujando. Por más que se desgañita, nadie le ve. Como si el campo se hubiera inclinado a la derecha, confiando en que la velocidad de Soko obraría el milagro, y no el talento de Cejudo.
Caen los minutos como losas, y la distancia parece empequeñecer al extremo, que sigue pidiendo el balón, sin éxito. Como si se hubiera vuelto invisible, Cejudo, pisando cal, levanta la mano sin que nadie le mire. Resulta la viva imagen, la personificación de la soledad.
Ni siquiera le ve Gerson cuando, en el último ataque del Racing, prefiere bombear un balón que ni siquiera va a la olla, sino, mansamente, a las manos del portero. Sólo le verá Riki, que le busca en campo propio, y Cejudo dribla a uno, a dos, a tres... Él contra el mundo. Pero está demasiado lejos. Cuando pierde el balón entre tres contrarios, el árbitro señala cicatero el final del encuentro. Y del ensueño de la remontada. De rodillas sobre el césped, el lamento de Cejudo desgarra el cielo de El Sardinero: adiós al ascenso.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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