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Malestar y enfado, en especial tras la reacción del entrenador. Tanto que al final del partido un grupo de aficionados, sin vulnerar la distancia de seguridad, esperó a la salida del equipo para mostrar su disconformidad con lo que había pasado sobre el ... césped. Como antes una decena de impenitentes había mostrado una pancarta con un lema claro: 'Respetad a los que amamos este escudo' en la fachada principal del estadio. El caso es que media hora antes de que comenzase el partido apenas cien personas poblaban las gradas verdiblancas. Una imagen inusual. Se podría pensar que el causante era el covid, pero era hastío.
Muchos aficionados ya habían hecho un llamamiento en redes sociales reclamando una unión sin fisuras, aunque el magnetismo verdiblanco ha perdido algo de su influencia y solo 1.714 abonados acudieron este miércoles a animar al equipo ante el Real Unión. Será el último día con público, porque después volverán las restricciones. Aún así se escucharon pitos, gritos de 'directiva dimisión' y algún insulto al director general. Al final, no tener apenas público ha sido para la directiva una ventaja en este desastre.
En los primeros minutos los aficionados que iban llegando al campo no parecían descorazonados. Pobres; no sabían lo que les esperaba 90 minutos después. Sonó la Fuente de Cacho. Tímidos aplausos quebraron el aire. Primero unas solas palmas y luego los 'clap clap' se sumaron en una pequeña ola ascendente aunque ni por asomo parecida a las que está acostumbrado este estadio. Los jugadores saltaron al terreno de juego y continuó el ruido de las palmas, y algún que otro silbido también. El único que consiguió arrancar una reacción fue Pablo Torre. El chaval sí se llevó el calor de la grada. La petición de participar en la protesta del principio -en la que de nuevo la decena escasa respetó la distancia social, como se podía hacer si hubieran sido más- se quedó en eso; en un testimonio de los más resistentes. Hasta de eso está cansado el racinguismo.
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Después, tras arrancar el partido, el sonido del cuero invadía el estadio. Fue lo único que se oyó en los primeros compases del encuentro. El público tardó en reaccionar, pero pronto se escucharon ya algunos cánticos. Incluso los compases del 'Bella Ciao' rasgaron el aire, por aquello de que el equipo necesita de una revolución. Una que nunca llega. Y eso que la Gradona cantaba y aplaudía cada acción, por pequeña que fuese. Como una llegada de Soko en el minuto ocho que casi arranca una ovación, así de necesitado está el racinguismo. Igual que un cabezazo de Mantilla tras un saque de córner que se fue fuera. La consigna era apoyar a los futbolistas esos 90 minutos; no enrarecer más la situación. De poco sirvió su intento.
Con tantas voces el relato adquiría una tono cada vez más vertiginoso y polifónico. Pero pocas cosas son tan constantes como la fe de un racinguista y los aficionados del equipo aún podían dar una lección de pasión por los colores. Otra voz, una más subterránea que habla desde la memoria repasando uno a uno los momentos más negros de este club, que no son pocos, sobre todo en los últimos años ponía la nota sombría.
Esteban Torre y Quique Setién estuvieron este miércoles en la grada de los Campos de Sport como espectadores de lujo de un partido que dejó al descubierto las costuras del equipo, una vez más. El primero acudió para ver como el estadio recibía con aplausos a Pablo Torre, el único jugador que consiguió arrancar algo parecido a una muestra de cariño por parte de la afición cuando los jugadores saltaron al campo. Quique Setién, con él, también presenció la sonrojante derrota a manos del Real Unión en que, con toda seguridad, será el último partido con público en El Sardinero en una buena temporada después de que el este sábado entre en vigor la nueva normativa que de nuevo destierra a los aficionados de los campos de fútbol y augura de nuevo gradas vacías. Para algunos quizá esto suponga un respiro. Se escaparán de los reproches de la grada. Al menos por ahora y tendrán ese silencio que se merecen.
Los primeros silbidos serios llegaron con el primer gol del Real Unión. Irónicamente, no fueron los jugadores del Racing, sino Elosegui quien logró encender los ánimos de la afición verdiblanca en el minuto 36. Los abonados levantaban los brazos al cielo ya oscuro, tanto como el futuro del equipo. Se llevaban las manos a la cabeza con incredulidad y alguno miraba ya hasta el reloj. Y todo eso sin terminar siquiera la primera mitad. El segundo gol puso la puntilla. Silbidos, pitidos, indignación y cabreo monumental. Los aficionados se levantaban del asiento, incrédulos. Un fiel de la Gradona golpeó con rabia la pancarta que ellos mismos habían colgado en su zona. La cosa se puso tensa y llegó el momento de los improperios. Reclamos contra la directiva, un recuerdo para la madre del director general... 'Directiva, dimisión', corean con fuerza. Y en esas llega el descanso. Y aunque la jarana se podía haber prolongado, terminó pronto. El hastío hace mella. Ni aplausos, ni uy, ni bocadillo en el intermedio del partido. Ese es el fútbol que llega después del coronavirus y con el Racing sumido en otra pandemia, la suya propia, su inoperancia.
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Tras el descanso Jordi Figueras salió malparado. No por un lance en el campo con un contrario, sino por los pitos que le dedicaron cuando abandonó el terreno de juego. Igual que la pitada monumental que se llevo Balboa después de fallar un penalti y ser sustituido por Cedric. Quien arrancó un generoso aplauso de la grada fue el exracinguista Quique Rivero, que se fue casi ovacionado. Solo el gol de Cedric pareció levantar un poco los ánimos, pero fue un espejismo, el enfermo está herido de muerte. Con el tercer gol de los irundarras la gente comenzó a abandonar las gradas. «Y así -dice T. S. Eliot- se acaba el mundo. No con un estallido, sino con un sollozo».
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Marcos Menocal
«A pesar de la situación insostenible el racinguismo volverá a responder una vez más», había colgado en twitter la Gradona el día anterior. Buscaban hacer un llamamiento para reunir a los fieles verdiblancos, y a toda la moral e infinita paciencia de la que pudieran hacer acopio, a las 17.00 horas en la zona de entrada al palco para animar a los jugadores y exigir responsabilidades. Una treintena de aficionados se con una larga pancarta que exponía el lema: 'Respetad a los que aman este escudo' lanzaron algunos cánticos contra los propietarios del club, Alfredo Pérez y Pedro Ortiz, y el director general, Víctor Alonso.
Mientras, jugadores y técnicos verdiblancos accedían al interior de los Campos de Sport. Jordi Figueras, fue increpado por un seguidor -ajeno a la protesta- junto a la puerta de entrada. El jugador catalán se dio la vuelta y recriminó la actitud del aficionado, ya veterano, y se marchó camino del vestuario.
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