Intensidad para superar el frío
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Hasta sin público, más allá del que salvó los muros de San Lorenzo, la rivalidad y la intensidad fueron máximasPodemos complicar este juego sencillo tanto como queramos, pero al final, siempre hay que acabar dándole la razón a Boskov: «Fútbol es fútbol». Y un derbi siempre será un derbi, por muchas restricciones sanitarias, cláusulas del miedo o diferencias económicas que haya. «Que no se confíen», llevaba toda la semana advirtiendo César Araújo, parroquiano de San Lorenzo, cuyo sitio en la grada ocupaban ayer los periodistas de El Diario. Pues no: mucha fiesta del fútbol cántabro, mucha música de la tierruca -Rulo, con La Fuga y la Contrabanda, dominó la megafonía-, mucho lábaro en la salida de los dos equipos, mucho frío en la previa de un partido que casi parecía un amistoso, pero no. De eso nada. Sólo hizo falta el pitido del árbitro para comprobar que, hasta sin público, la rivalidad iba a ser máxima. Sobre todo, para los locales, que mordían tanto que hubo que repetir el saque inicial, porque se adelantaron en la presión.
«Mucha atención a Álvaro», advertía César Araújo en la previa. El Racing había venido a por él en pretemporada, pero prefirió quedarse. Quería jugar, algo en el club verdiblanco no tenía garantizado, ni mucho menos. Y no hacía falta fijarse mucho para verle destacar: le sacaba más de una cabeza a su par. Pero Ceballos no sólo es que se atreva con todo: es que en lo que va de temporada, nadie ha podido con él. Un duelo prometedor, con la primera en la frente: el cabezazo de Álvaro dejó temblando el larguero de Iván Crespo, y es de suponer que a los aficionados del Racing. Lo suponemos, porque desde la grada sólo se escuchaba a la afición local. Y eso que era un partido casi a 'puerta cerrada'.
Es el encanto de campos como el del Charles, que todavía dejan algún resquicio a la picaresca: desde el Instituto, en los salientes de la fachada del Polideportivo Emilio Amavisca, en los balcones vecinos o directamente aupados en los muros, medio centenar de aficionados dio calor a un encuentro en el que, sobre el césped, ya saltaban chispas. Pero hasta un tractor aparcado estratégicamente, o una grúa que incluso movieron durante el descanso, servían de improvisadas tribunas.
Lo que ardían eran los móviles: «Os lo avisé, Álvaro va muy bien de cabeza», escribía Araújo. Lo mismo debía pensar Rafa, el portero del Charles, que le buscaba en todos los saques en largo. Aunque Ceballos no se lo ponía fácil. Desde fuera, el público fantasma apretaba: cánticos, megáfonos, aporreo de vallas y mucho jaleo que iba arreciando a medida que se acercaba el final y la gesta empezaba a verse más factible: hasta el «a por ellos» corearon. Claro que la lógica de los presupuestos empezaría a imponerse, sobre todo después de la primera ocasión racinguista, pasada ya la hora. Bustos la sacó por encima del larguero, pero hizo bajar muchos decibelios a los locales.
«Con público habría sido distinto», seguía escribiendo César Araújo, el espectador ausente. Aquí se aprieta mucho, pero a falta de la presión sobre el árbitro, el factor cancha se apreciaba igual en la motivación de los laredanos, que tenían mucho que ganar, y lo sabían: hasta con el balón un metro fuera del campo seguían presionando. En el Racing, en cambio, se olvidaron de que en los derbis los puntos valen igual, pero saben muy diferente.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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