Lucas Díaz, en estado de gracia
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La actuación del guardameta, en una temporada en la que se ha ganado la titularidad, guarda un punto para el Racing en su visita a TarazonaMinuto 84 y el colegiado levanta el brazo: libre directo. Falta más que inoportuna de Óscar Gil sobre Ballarín. Poco importa que haya sido un contacto leve: la cuestión es que el golpe franco, a unos cuatro metros del área y ligeramente escorado a la izquierda, puede decidir el encuentro, que más que empatado parece empantanado, trabado en un empate que se refleja más en el marcador que sobre el terreno de juego. Uno de esos partidos en los que el Racing lleva mucho tiempo aplicando esa ley no escrita del fútbol, la de no perder en los minutos finales lo que no has conseguido ganar en el resto del partido.
Y es que Tarazona sería zona confinada, pero si ayer hubo un sitio ese fue el que sufrió el Racing en su área, que durante buena parte del encuentro asedió la portería de Lucas Díaz. Acoso y derribo. Una guerra sin cuartel en la que las tornas se habían volcado, y el supuesto David tenía encerrado a Goliath. Un empate, para los verdiblancos, es poco menos que una derrota, pero una derrota sería una tragedia. El enésimo batacazo. El hundimiento, uno más, en este juego que más parece hundir la flota, este 'barco sin honra' arrastrando el escudo por las categorías inferiores. Y el fútbol es así, a cara o cruz: si la falta entra, sería el desastre. Si no entra, y en la jugada siguiente marcas, la gloria. Y todo lo anterior pasaría al olvido.
Sin embargo, se diría que Lucas no pensaba nada de eso, mientras el reloj desgranaba los segundos de ese minuto trascendental. Porque este año puede ser nefasto para el racinguismo, pero no todo es lo colectivo. Para el portero, por ejemplo, es un año triunfal. El año en que se ha ganado el puesto, en el que encabeza todas las alineaciones ¿Pensaría en ello mientras colocaba la barrera? Diez hombres en la frontal. Y porque no hay más. Tal vez recordara entonces las advertencias de su entrenador en la previa, poniéndose la venda antes de la herida. Temible el Tarazona. Temible la vuelta a casa, si caes también aquí. Si caes, y caes, y vuelves a caer. Pero Lucas no debía de pensar en eso, sino en ubicar bien a sus compañeros, dedo en alto.
Enfrente, Iñaki Santiago esbozaba una media sonrisa, hasta se frotaba la nariz, con gesto pícaro. Se notaba que ya había visto el hueco, sabía por dónde iba a colarla. Como si ya estuviera visualizando la trayectoria, cómo traspasaba la línea, cómo celebraría el gol. Para darle mayor dramatismo, el viento empezó a soplar, moviendo las camisetas de los protagonistas, que sin embargo estaban estáticos, como si el mundo se hubiera detenido. Desafiandose con las miradas, en espera de que el colegiado hiciera sonar el silbato.
Y en el último segundo de ese minuto, sonó el pitido. Iñaki apenas dio tres pasos, golpeó el balón con maestría y este dibujó una parábola precisa. Había cogido portería. Enfrente, Lucas había estrechado el palo largo. Algo habría visto en la mirada del delantero, algo habría intuido, porque lo cierto es que voló hacia el lugar preciso. Justo a tiempo para repeler un balón que parecía ir dentro, sin remedio. Para poner el broche a una mañana que empezó mal, horrible -dos goles en media hora, de esos en que el guardameta se queda vendido, sin opciones, pero que también cuentan-, pero que había conseguido enderezar, a fuerza de paradas y más paradas. Casi tantas como intentos del rival, que fueron numerosos. Un muro. Un frontón. Como los buenos porteros de balonmano, una vez que había calentado, parecía imbatible.
Sólo que el destino, en ocasiones, puede ser tan cruel como reincidente. Porque no suele hacerlo, pero esta vez quiso poner a prueba de nuevo al mismo protagonista. Poco más de dos minutos después, en un córner sacado en corto, Iñaki quiso vengarse colocando un envío milimétrico en la cabeza de Casi, que remató solo en el punto de penalti. Un cabeceo impecable, picado, inalcanzable... O casi. Porque con Lucas en estado de gracia, hay que afinar mucho más: si no, te la puede sacar de la misma línea. Y salvar el honor del equipo. Con su docena de intervenciones, consiguió un pequeño milagro: que lo que iba para bochorno, de esos que propician cambios de banquillo, se quedara en decepción.
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