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Álvaro Mantilla saltó al Reina Sofía tan serio que casi parecía que estaba aplicando la técnica de Lakoff, esa de «no pienses en un elefante». En concreto, en el que llevaban serigrafiado en el pecho los jugadores de Unionistas. No pensar en ellos, porque lo que tocaba era hacer bueno el resultado de Riazor. Y, sobre todo, no usar su lenguaje, porque eso les daría ventaja.
Claro que el lenguaje del rival -ése que imponen los campos de hierba artificial y que al Racing se le lleva atragantando todos los años de Segunda B- no tiene secretos para Mantilla. Un lenguaje sin florituras ni componendas. Práctico y expeditivo. Como el de Muriedas, ni más ni menos. Un jugador que tiene su propia teoría del marco: evitar que el balón llegue al propio. Y, si puedes, colarlo en el del rival. Fácil. Directo. Infalible. El fútbol en su esencia.
Aunque en Salamanca no se jugaba al mismo fútbol que, por ejemplo, podía verse en El Helmántico hace unas décadas. Eso lo comprobó enseguida Mantilla, que tardó unos minutos en acostumbrarse al bote y a la velocidad endiablada que imponían los locales: primer ataque, primer susto. A punto estuvieron los charros de marcar en apenas diez segundos. Y por la banda de Álvaro Mantilla.
Claro que todo podía ir peor, por supuesto: una falta lejana que la zaga no acierta a despejar, barullo en el área y gol rival. Todo, a dos metros de Álvaro, que levantaba los brazos y miraba al cielo, como si se estuviera conjurando: «Ni una más». No, Mantilla no pensaba en elefantes; él sería más de pensar en toros. Como el que llevaban los rivales en el escudo y en la equipación.
A partir de entonces, su banda sería dirección prohibida para el ataque blanquinegro; apoyado por Bobadilla y un Arturo Molina más implicado en defensa que otros días, Mantilla empezó a mostrar sus virtudes: la anticipación, el carácter expeditivo y un talento especial para optar por la solución más sencilla.
Ya con el empate, en la segunda parte continuaría siendo decisivo en la destrucción del juego rival, pero la aparición de grandes espacios le iría brindando cada vez más protagonismo ofensivo, animándose a doblar al interior en varias jugadas, aunque siempre atento a las subidas de Salinas por su banda.
Hasta que, en el cincuenta y tres, llegaría su ocasión. Y eso que, en un equipo con cuatro centrales, existe guerra no declarada en los saques de esquina: hay tanta torre, que alguno tiene que quedarse en la retaguardia. Habitualmente le toca a Álvaro, pero esta vez estaba allí, en mitad del lío. A la primera, no pudo aprovechar el golpeo de su tocayo Bustos. Pero el otro Álvaro consiguió devolver el balón a la zona caliente y Mantilla, que se había quedado por allí, consiguió engancharla junto al pico del área chica y colarla por el palo corto.
Un gol de delantero, el primero de la temporada, que Mantilla celebraría con una furia inusitada, arropado por la afición racinguista, ubicada justo en ese fondo. Las rodillas y los codos flexionados, y batiendo los brazos para luego levantarlos como un boxeador que acaba de hacer besar la lona a su rival. Un delirio que ni la piña de compañeros podía refrenar. Aún así, era tanta su concentración que parece que ni siquiera entonces llegó a sonreír.
Y es que quedaba mucho, muchísimo partido. Aunque tampoco se jugaría demasiado. Aún así, Mantilla, como espoleado por el gol, será el primero en correr los contragolpes. Y en esprintar para recuperar su sitio. El lateral, por momentos, se viene arriba, rasca un córner en el cincuenta y ocho, pero con la entrada de su socio habitual, Soko, se prodiga algo menos en el ataque.
Tocaba aplicarse, y aunque en el setenta y siete falla una volea y el balón le cae al delantero rival, en zona de tres cuartos, no pasa nada: como quien recoloca a un niño, Mantilla le agarra con las dos manos y casi parece sujetarle para que no caiga mientras le rebaña el balón.
En la siguiente jugada, hace alarde de reflejos rebañando en el área pequeña un balón que dejaba al ariete rival solo ante Parera. Uno a uno, va desmoralizando a sus ocasionales parejas de baile: Iago, De la Nava, Salinas... El de Maliaño se muestra intratable, en plenitud física. Tanta, que cerrará el tiempo reglamentario con todo un alarde: una carrera de área a área, imposible de seguir para ningún rival. Persigue un balón al hueco demostrando que aún tenía gasolina de sobra. Su buen pase a Manu Justo se quedará, sin embargo, en nada. Pero Mantilla todavía tiene tiempo para regresar a su posición y abortar una ocasión clara, enviando el balón a las nubes y conjurando el peligro.
Quedaba, eso sí, el añadido. Y si el partido empezó mal, a punto estuvo de terminar mucho peor. El ariete rival va a recibir en el área chica, en ventaja ante Parera, pero entonces Mantilla se cruza, a una velocidad endiablada, y el balón sale a córner. Todo el fondo pide mano. Saque de esquina, dice el árbitro. Un minuto más tarde, por fin sonrió Mantilla. Había puesto a su equipo líder.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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