Pasen y vean, incrédulos
Los jóvenes que ahora son legión entre el racinguismo tienenuna oportunidad de disfrutar de todo aquello que les contaban
Se lo he contado tantas veces que al final, aún con cierto recelo, un día se convenció. Mi hijo se pone la camiseta del Racing ... para ir a la playa. Se la pone en casa y cuando va a entrenar. Es un miembro más de esta generación de chavales que visten chándal, calzan deportivas, se peinan igual y que se ponen la camiseta del Racing a cualquier hora. El año que viene, con un poco de suerte sacará el carné de conducir y, como sus amigos, nunca ha visto al equipo en Primera. Cuando le cuento todo lo que su padre ha vivido –desde una posición privilegiada–, cantando como un juglar de campo en campo las aventuras de este equipo, se le escapa una sonrisa cómplice y al que escribe le recorre un escalofrío. Cuando era más pequeño se ponía la blanca del Real Madrid en vacaciones y al verle, con el Cola-Cao en la mesa, le recordaba las veces que hincó las rodillas ante el Racing o cuando el Barça salió con la cara pintada de El Sardinero. Tardó en creerme, no se piensen. Se pensaba que era un marciano. Hoy ese niño mira a este contador de historias para abajo, pero siente que la historia se puede repetir. Gael es uno de esos chicos y chicas que rezuman racinguismo y que aseguran que el patrimonio de este equipo es tan grande como siempre lo fue.
Puede que en quince días todas las historias que les han contado cobren vida. En breve, serán ellos quienes escriban su propio relato con un Racing empeñado en convencerles que todo era verdad. Que ni su abuelo exageraba cuando decía que Alsúa dejaba ojipláticos a los del Bernabéu ni que a su padre se le ha ido la olla cuando le contaba que el Racing empató en el campo del actual campeón de Champions o le ganó al millonario City que ahora entrena Guardiola. Es una oportunidad histórica, como todo lo que hace este equipo, para volver a su sitio. Y yo, permítanme la osadía, por quien más me alegro es por todos esos jóvenes que se han subido al barco con los ojos vendados.
Por toda esa marea que ha hecho un acto de fe creyendo a sus mayores y ha convertido cada semana en un espectáculo. Por ellos, más que nadie. Porque disfruten todo lo que pudimos vivir los que somos un poco más mayores, que ya forma parte de nosotros. Desde hace trece años parece que la memoria va a pedales, secuestrada por el lánguido camino del fútbol modesto. Esto va de estados de ánimo y quien no se enfada y se emociona no está hecho para el fútbol. Ya habrá tiempo de pellizcarse y de ponerse colorados por lo que no gusta y lo que se hizo mal, pero ahora toca, como a mi hijo, ponerse la camiseta y empujar. Cada uno desde donde le toque, pero empujar. Lo de esta temporada es un aval bancario que garantiza que este equipo tiene tanto crédito como el que más y está a un paso de liquidar el préstamo de confianza que se le dio hace tiempo. Esto es real y los incrédulos ya se han convencido. No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió. Pero esto, sí; sí está sucediendo.
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