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Todos los negritos tienen hambre y frío' sonaba por megafonía en Ellakuri antes del comienzo del partido. Pero de frío nada, lo que tocó a los aficionados verdiblancos fue tostarse ante la inusitada solana, porque la tribuna de sombra estaba reservada para una afición local ... que, o bien no compareció, o bien era inexistente. Vamos, que si algún visitante estaba dudando si hacerse o no de Llodio, ayer seguro que el calentón le acabó quitando las ganas.
Y es que, más que un partido a domicilio, casi parecía uno de esos amistosos que el Racing juega en las pretemporadas, en un campo donde los racinguistas ganaban ya en la grada por mayoría, más que absoluta, aplastante. De no ser porque el rival tenía bastante más que decir que los de esos duelos descafeinados. Locuras de una Liga en la que la presencia de los equipos filiales enturbia sobremanera la competición.
El Vitoria, sobre el papel –por lo menos, el de las alineaciones que dan a la prensa– parecía capaz de todo, porque de un equipo que tiene en sus filas a Dios –aunque se llame Jaime– y a un tal Malón –Álex–, puedes esperar cualquier cosa. Y así fue, casi literalmente, porque Dios mareó a nuestros defensas de tal manera que de no haber mediado el primer gol, más de uno iba a soñar con él toda la semana. En concreto, un Buñuel que entiende el fútbol de manera surrealista: como zaguero, es el mejor atacante. El discreto encanto de un futbolista nada burgués. Pero también de Nico Hidalgo, que ayudó todo lo que pudo, pero hasta que no llegó la caballería –es decir, un Sergio Ruiz inconmensurable, al que incluso jaleó el público como si fuera un torero– la banda derecha fue una mina para el filial armero, que si no encasquetó una carrada de goles al Racing se debió, en primer lugar, a la errática puntería de un delantero centro muy pinturero –con planta de ala-pivot de los de antes, esos negros que venían a la ACB de la NCAA– pero que de puntería anda más bien justito. Más fino pareció Alain Ribeiro, aunque por fortuna tampoco acertó a materializar las numerosas ocasiones que Dios, en su infinita bondad, le brindó ayer por la tarde.
Total, que el brillante cero a dos es un resultado engañoso, al menos a medias, porque durante medio partido el Vitoria abrumó a un Racing que tuvo una pegada descomunal –y a un Figueras colosal, por cierto– y que demostró haber aprendido la lección de Estella: dejar el juego bonito para El Sardinero, y luchar por los partidos con uñas y dientes. Tras el descanso, al Vitoria le pasó lo que a la megafonía de Ellakuri, que se acabó trabando en la canción de Los Secretos y ya no hubo manera de que la cosa funcionara. Sobre todo, porque el Racing se empeñó en hacer un homenaje a Helenio Herrera demostrando, tras la expulsión de De Vicente por un calentón, que juega mejor con diez que con once. O con nueve y medio, porque Jon Ander se quedó buscando el gol del cojo, y la verdad es que por lo menos estorbó al rival de lo lindo. En fin, que viendo cómo sonríe la fortuna a un Iván Ania para el que todo es poco –le expulsaron por piarla, y eso que ganaba cero a dos–, este año seguro que subimos.
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