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La misión imposible de Jon Ander
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Sus tantos no tuvieron el premio de la titularidad y ante el Leioa tampoco pudo ser revulsivoSer delantero en el Racing es misión imposible. Lo dijo Xisco Jiménez en 2010, pero la cita todavía se resiste a caducar, una década después. Que se lo pregunten a Jon Ander, quien tras convertirse el sábado en máximo goleador del equipo -exaequo con Martín Solar- volvió a lijar banquillo. Mucha competencia, con otros dos arietes, si no contamos con el convidado de piedra, un Siverio cuyo nombre ya empieza a rumorear la afición, con ese runrún de los deseados que, en una temporada normal, terminaría en grito coral desde la grada.
Pero quien más echará de menos esos cánticos es precisamente Jon Ander, que tuvo que ver desde la banda cómo toda la entrega de sus compañeros durante tres cuartas partes del partido se iban al traste en una jugada aislada que casi pasaría por accidente, de no ser porque el Racing casi siempre descarrila en Sarriena.
Jon Ander no lo recuerda porque aún no vestía de verdiblanco, pero aquí se cayó en copa con un equipo de canteranos.Algo tienen las visitas a Leoia para el Racing, como si se tratara de un mal estudiante que llega al examen con la lección a medio estudiar. Poco importa lo frío del ambiente: incluso sin público, los encuentros a domicilio son una cuesta arriba interminable, y campos en apariencia modestos se vuelven fortines que los verdiblancos no consiguen conquistar. Ni siquiera cuando los cambios de Rozada forman esa dupla Cejudo-Torre que, si el fútbol fuera lógico, arrasaría a cualquier rival. Sin embargo, si la fortuna quiere que los dos coincidan en tareas defensivas, puede que los resultados no sean los esperados. A ese guiño de la suerte se agarró Goti, al que le cayó de rebote un balón bendecido por la fortuna.
Así, cuando Jon Ander por fin pisa el campo, tan solo tiene doce minutos, más el alargue. La veteranía es un grado, y sabe por experiencia propia que, en el fútbol del norte, los locales no pierden puntos en los últimos minutos. Uno a cero y aquí ya no se juega más. Un cuarto de hora para el otro fútbol.
Pero Jon Ander no se merece ser el tercer delantero, y como conoce de sobra el guion, tiene que dar el do de pecho. En cambio, el partido tiene un ritmo muy distinto. Los balones salen por la banda y tardan un siglo en reaparecer. Los rivales se caen, sufren calambres, cualquier mínimo roce les produce un dolor insoportable. Es el momento de apretar, debe de pensar el delantero. Los locales pierden tiempo hasta cuando les devuelven el balón por cortesía, así que el ariete hace hasta de recogepelotas. El tiempo corre en su contra. Hay que esforzarse más; pero lo hace con tanto ímpetu que, cuando por fin le llega un balón a diez metros del área, se lleva por delante al defensa. Apenas le toca, pero el tal Roger gira sobre sí mismo, vuela por los aires y cae aparatosamente. Juega con el reloj, y con el árbitro, que se lleva la mano al bolsillo. Amarilla. Pero así es el juego en esta categoría, y el goleador lo sabe, así que protesta por el crono pero luego se muerde la lengua y hasta pide disculpas al rival.
A su espalda, el equipo se hunde en el desastre. Hasta Matic falla en controles simples, y le da tiempo a recuperar porque el rival espera lejos, muy lejos, casi en la cueva. Pablo Torre se empeña en poner destellos de calidad, gira sobre sí mismo y donde pone el ojo pone el balón, y Cejudo batalla como si hubiera rejuvenecido, pero el Leoia impone su ley y no hay juego, entre cambios, despejes, protestas y conatos de lesión. Y, cuando se juega, llevan el balón al córner. Toda una lección de cómo cerrar un partido.
Aún así, el talento brilla, y cuando el equipo al fin roba un balón y conecta tres pases, Pablo Torre se inventa un pase entre líneas para Jon Ander, solo en el punto de penalti. Aunque está de espaldas, seguro que alcanza a ver cómo el linier levanta su bandera. Adiós. Derrotado por el otro fútbol. Si pudiera, se acordaría de Xisco, y su misión imposible.
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